EL PAíS
“Ahí está la mitad del consumo de cemento de todo el mundo”
El empresario Grobocopatel se entusiasma con la perspectiva del mercado chino, pero aprovecha para criticar la existencia de retenciones al agro o que se usen para subsidiar a los desocupados y no para fomentar nuevas industrias.
Por Cledis Candelaresi
Desde Mar del Plata
Al frente de la principal productora de soja del país, Los Grobo, Gustavo Grobocopatel disfrutó las delicias de exportar con un dólar alto. Pero lejos de aggiornar su discurso para sintonizar con la línea política del Gobierno –como gran parte de sus colegas congregados en el coloquio de IDEA en Mar del Plata, recién celebrado–, el joven empresario cuestiona las retenciones, destaca que en los ’90 se exportaba más que ahora y hasta asegura que no es el consumo doméstico lo que anima la actividad económica.
–¿Cómo es eso de que el mercado interno no es el motor de la economía?
–Los países que más crecen en el mundo no crecen por aumento del consumo interno sino por inversión. Ocurre en China y en Estados Unidos. Lo que importa es globalizarse más porque cuando aumentan los flujos comerciales hay más inversión. El problema de la Argentina es que no está globalizada: exporta el 10 por ciento del PBI y debería exportar el 40. Este aislamiento hizo que haya desocupación y miseria.
–¿Quiere decir que para usted la apertura no es causa de desempleo y pobreza?
–Cuando uno habla de apertura piensa en Menem. Y en realidad ese es un capítulo pequeño de apertura salvaje en el medio de un proceso general de cerrazón. El abrió el país y las industrias no estaban preparadas para competir y se fundieron. No debe ser así. La clave es una apertura gradual y sustentable. En la Argentina no hubo eso sino sustitución de importaciones, dólar para proteger a algunos sectores, tipo de cambio diferencial. Todos recursos del aislamiento.
–Pero el dólar para proteger a la industria le viene bien al agro...
–El problema de la competitividad no es de tipo de cambio sino de la productividad. Acá vimos empresas que exportaron y se hicieron competitivas al margen del tipo de cambio. El agro es un ejemplo. Pero también las válvulas de Basso, Techint y otros. En todos esos casos hay detrás calidad, investigación e innovación tecnológica.
–¿Usted opina que con esas condiciones la Argentina podría ser competitiva aun con el 1 a 1?
–La realidad objetiva es que con el 1 a 1 la Argentina exportaba mucho más que ahora. En la década de los ’90 se exportaba más y aumentó el PBI. También es cierto que aumentaban las desigualdades. Pero el modo de monitorear eso no es destruir todo lo que pasó. Ese es un rasgo esquizofrénico que tiene el país: pensar que no hay nada bueno de lo que se hizo antes.
–¿Qué importancia tiene China, en su opinión, para la Argentina?
–Es el 30 por ciento de la población mundial y el 50 por ciento del consumo del cemento, por ejemplo. Ahí están los consumidores que necesitan los alimentos y la energía que tenemos. Para ganar podemos hacer inversiones allá, y ellos acá. En la Argentina, un empresario al que le va bien piensa en vender su empresa y huir. Pocos ven las oportunidades en el exterior. Hay que hacer más empresas trasnacionales argentinas. Es muy difícil esquivar barreras proteccionistas si no se tiene un pie en otro país.
–Hay empresarios que celebran hoy las políticas de un gobierno al que hace poco más de un año le temían. ¿Qué piensa?
–Hay cosas del gobierno que son positivas y otras que no. Por ejemplo, el diseño del actual sistema impositivo, que ayuda a concentrar la riqueza y desestimula la competitividad. Que haya impuestos distorsivos es un caso trágico. Yo hasta ahora expliqué el boom de la soja. Y ahora voy a explicar el crac de la soja. Nos la pasamos explicando por qué nos va bien o mal porque no hay pensamiento sistémico.
–¿Y qué sería que hubiera pensamiento sistémico?
–Sería decidir, ahora que estamos bien, cómo rediseñar el sistema impositivo, cómo generar empleo y equidad. Pero no se está haciendo. Estamos en un momento de tranquilidad y quietud y eso presagia nuevas crisis. Cuando los números están bien, algo que es un logro del gobierno, corremos el riesgo de quedarnos. Hay que buscar la mejora continua. En los ’90 todos estaban fascinados con el menemismo y nadie decía nada del gasto público desmedido o el aumento de la inequidad.
–¿El crac de la soja es inevitable?
–El crac no es inevitable. Pero si los precios siguen bajos se generará un círculo vicioso que lleva al productor a endeudarse más, a tener problemas con sus proveedores y bancos y a bajar la inversión. Mientras, el mundo se hace más competitivo. Es como si las retenciones hubieran sido hechas a medida de los productores norteamericanos o brasileños. Una especie de sociedad entre competidores extranjeros y nuestro gobierno para hacernos daño. A través de ese impuesto nos quita competitividad. En lugar de usar el dinero de las retenciones para subsidiar a desempleados, se debería emplear para fomentar industrias que los ocupen. Si yo tuviera el dinero de las retenciones, los productores montarían industrias avícolas, de cerdos, pastas o fideos.
–¿Y cómo se atiende mientras la emergencia de los que no comen?
–No podemos vivir en emergencia. Todos los subsidios son muy buenos siempre y cuando en el momento que se otorga ya se esté pensando cómo salir de él. La gente tiene que trabajar y, mejor, hacer su propia empresa.
–¿También critica la prórroga de la doble indemnización y las disposiciones de la Corte sobre el régimen de ART?
–Acá hay una tensión: tratar de proteger a la gente versus la patronal es un concepto equivocado. Si no tenemos buena gente, motivada y bien remunerada, la empresa se funde. Hay que proteger a la gente, pero el Gobierno lo hace de tal manera que desestimula el empleo. A veces es necesario reemplazar a un trabajador poco apto para un puesto por otro que está dispuesto a hacerlo mucho mejor. Pero las leyes desalientan ese recambio.
–¿Con quién se alinea políticamente?
–Soy un empresario nuevo que no tuvo relaciones con ningún gobierno. No le pido casi nada al Gobierno y espero seguir así. Pero creo que una de las partes de la responsabilidad de los empresarios es debatir. El miedo a debatir con el gobierno no ayuda a construir el país, como tampoco ayudan las represalias oficiales.
–¿Por temor a esas presuntas represalias es que se planeó un coloquio tan poco confrontador con las ideas del Gobierno?
–No. Este coloquio está pensado como un foro pluralista. Hubo, incluso, algunos expositores internacionales que hablan del resto del mundo, donde el localismo y el individualismo son buenas palabras. El individualismo con conciencia social. Las desigualdades son buenas en la medida en que ayuden a ganar a todos. Se puede ganar-ganar o perder-perder. Generalmente en Argentina estamos pensando en perder-perder. Y las desigualdades aumentan porque algunos pierden muchísimo.
–¿Pero se puede ganar a partir de las desigualdades?
–Las desigualdades desaceleran o, en algunos casos, pueden impedir el desarrollo. Pero no son inaceptables. En Estados Unidos y Europa las desigualdades son cada vez mayores pero todos viven cada vez mejor, aún los más pobres. Los procesos de globalización en el corto plazo ocasionan traumas sociales. Pero en el mediano y largo plazo se reacomodan. Tenemos que cuidar que la globalización no sea trágica en lo social. Pero eso no se logra nivelando hacia abajo.