Lun 08.11.2004

EL PAíS  › EL MISTERIO NO SE DEVELA, PERO LA DISCUSION POR EL MODELO RECIEN EMPIEZA

Gardel o San Martín no lo hubieran imaginado

El megaplán de inversiones chinas por 20 mil millones de dólares abre el debate por el modelo de país. La clave es si los recursos consolidarán el esquema agroexportador o servirán para ayudar a reconfigurar el perfil productivo consolidado en los ’90.

› Por Claudio Scaletta

Cuando el presidente chino Ju Hintao visite la Argentina el próximo martes 16 se dará a conocer oficialmente un plan de inversiones de la potencia asiática que llegaría a los 20 mil millones de dólares. Recién entonces se sabrá de qué manera esta inmensa masa de recursos contribuirá al desarrollo del país y cuál será su capacidad para resolver problemas fundamentales, como el desempleo y la reconfiguración productiva.
Desde hace más de una década, China despierta la atención del mundo por el vertiginoso crecimiento de su economía. En los últimos 10 años su producto se multiplicó por tres. Se trata de un país con 1300 millones de habitantes que se encuentra en plena revolución industrial y donde el paisaje urbano de la veintena de ciudades del litoral en las zonas económicas especiales, allí donde la apertura política permitió el desarrollo de relaciones capitalistas de producción, no se distingue del de las principales capitales del mundo. Aunque su estructura social continúa tremendamente polarizada, ya existe una clase media de 140 millones de personas, más del 10 por ciento de la población, y 40 millones de ricos, el 3 por ciento del total. Como en toda revolución industrial, la urbanización se aceleró y presionó sobre el sector agrario, mientras que el consumo de energía y combustibles fósiles se multiplicó, alcanzando el segundo lugar mundial. Estos factores explican sus importaciones por más de 300 mil millones de dólares.
Argentina, en cambio, vivió el proceso inverso. Luego de desarrollar algunos sectores industriales clave, por razones que todavía se discuten pero que se coincide en fechar a mediados de los ’70, la industrialización se revirtió aportando a la literatura económica términos tales como “desindustrialización” o “reprimarización”. El 75 por ciento de las ventas argentinas al exterior son hoy bienes de origen primario. El 60 por ciento provienen del complejo agroindustrial y el 15 por ciento son combustibles. En vez de crecer, la clase media local se redujo. Los ricos también son menos, pero acaparan una porción mayor de la renta.
Frente a la presión que el desarrollo industrial ejercía sobre su sector primario, China no sólo aumentó sus importaciones, también puso en marcha una revolución agrícola. Las cifras de la FAO son reveladoras. Si se toman tres cultivos, trigo, maíz y soja, se llega a dos resultados sorprendentes. El primero es el aumento de la productividad. A principios de los años ’60, en trigo los rindes chinos equivalían al 59 por ciento del promedio mundial, en maíz al 63 por ciento y en soja al 60. En el período 2001-2003, habían pasado al 141, 109 y 77 por ciento del promedio mundial. A la vez la producción había pasado del 7 al 16 por ciento del total mundial en Trigo, del 8,7 al 16 por ciento en maíz y del 40 al 17 por ciento en soja. Esta es la segunda conclusión: la producción y la superficie plantada de soja perdieron importancia relativa porque, en un país con un territorio con malas condiciones generales para la agricultura, el planeamiento estratégico indicaba racionalizar el uso del suelo, desechando cultivos extensivos con bajísima generación de mano de obra. En términos económicos era mejor practicar la ganadería importando tortas de residuos oleaginosos (pelets de soja).
En Argentina, mientras tanto, la economía china comenzó a ser cada vez más conocida por su influencia en los precios de las commodities. Además, el gigante asiático compra el 60 por ciento de la producción de soja (porotos y pelets), el 20 por ciento de la de aceites y muchos productos de la industria metalúrgica. Los tres rubros representan el 85 por ciento de las exportaciones. Los sectores que promueven la cooperación comercial entre los dos países, como la Cámara de Comercio Argentino China y la Fundación Export.ar, destacan que en los últimos años comenzaron a abrirse mercados para lácteos, frutas, carnes y pollos. Todos productos primarios o de base primaria.Visto desde fuera, cualquier analista concluiría que ambos países se complementan de manera “natural”. Argentina posee materias primas y combustibles y China posee excedentes financieros por 420.000 millones de dólares. Nadie podría negar las potencialidades de un acuerdo comercial. Si al intercambio se agregan inversiones productivas, el mejor de los mundos se aproxima. Fuentes de las empresas que exportan al país asiático graficaron las expectativas por el acuerdo afirmado que la Argentina había sido “tocada por la varita mágica china”. Si bien se trata sólo de una imagen, la expresión revive viejos mitos del imaginario nacional, como el creer que la solución de los problemas locales puede venir del exterior. O que “las inversiones”, en sentido genérico, pueden reemplazar un plan interno de desarrollo estratégico.
Por ahora no se precisó en qué forma llegarían tales inversiones. Tampoco cómo se repagarían. Sólo se enumeraron los sectores que se convertirían en potenciales receptores, como los ferrocarriles y las actividades extractivas. Su enumeración hace que no resulte difícil recordar el tradicional esquema centro-periferia. En especial el que unió a la Argentina y al Reino Unido desde el surgimiento del Estado nacional hasta la segunda guerra mundial.
Entre los destinatarios se destaca también al sector energético, donde la nueva Enarsa parece llamada a jugar un papel fundamental. En esta visión, China podría participar en todas las áreas del negocio y, en especial, en la exploración off shore. Las versiones también incluyen la explotación de los yacimientos carboníferos de Río Turbio, en Santa Cruz, y de hierro en Sierra Grande, en Río Negro. Adicionalmente se completaría la construcción de tramos transcordilleranos de ferrocarril, lo que consolidaría un corredor de salida al Pacífico. El único matiz sería el sector telecomunicaciones.
Desde el punto de vista económico, se trata de inversiones necesarias, como suele ser el desarrollo de infraestructura en cualquier país. Sin embargo, vistas desde la perspectiva del modelo de desarrollo se corre el riesgo de consolidar el esquema de especialización del país en sus “ventajas comparativas”, esto es, un modelo exportador de bienes primarios y combustibles.

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