Sáb 13.11.2004

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

POMPAS

› Por J. M. Pasquini Durán

Lento pero implacable, como el horario en un reloj de arena, va gastándose el mandato del Gobierno: lo que ayer era un futuro venturoso hoy es dificultoso presente y mañana será tiempo pasado. Sin haber cumplido dos años, ni siquiera un pestañeo en la historia, todo sigue pareciendo novedad, pero cuando se recuerda que el plazo fijo son cuatro años la comparación indica, inexorable, que el tiempo del florecimiento ya se fue, más bien es época de recoger los frutos. En su última novela, Memoria de mis putas tristes, García Márquez reflexiona sobre la vejez combinando humor, sabiduría y buena escritura, con frases como ésta: “La verdad es que los primeros cambios son tan lentos que apenas si se notan, y uno sigue viéndose desde dentro como había sido siempre, pero los otros los advierten desde fuera”. Pues bien, desde afuera al Gobierno se le ven canas y arrugas y un andar con cierto agobio, quizás antes que por las fatigas del deber cumplido por la enormidad de tareas que se marchitan esperando la atención debida.
Mientras siga pobre uno de cada dos argentinos, no hay flores ni frutos, sólo urgencias insatisfechas. A nadie debería sorprender que bajo esa presión, las ansiedades por mantener en alto la popularidad de las esperanzas se transformen en visiones imaginarias, a la manera de aquella doncella que inventaba un relato cada noche para evitar que el rey ordenara su muerte al día siguiente, según la versión de Las mil y una noches. Los más escépticos de los críticos y opositores sostienen que los cuentos oficialistas son torpes y de patas cortas, o también que son laberintos que en lugar de distraer, aburren, y que en vez de afirmar la confianza pública siembran la incredulidad y la suspicacia. Puede ser también que el tamaño de los altoparlantes convierta los susurros en alaridos y, al final, nadie entiende quién grita y, más que nada, para qué lo hace. El presidente Néstor Kirchner prometió ayer, en uno de esos desbordes de temperamento, que si descubre algún funcionario mentiroso “durará cinco minutos en mi gobierno”. Entre tanto, los jubilados de menores recursos se enteraron que no cobrarán doble aguinaldo, la distribución de ingresos continúa empantanada en la más cruda injusticia y recién el martes próximo, con la llegada del presidente de la República Popular China, se abrirá el cofre que contiene el futuro de las relaciones bilaterales, sobre las que se derramaron en los últimos días fantasías de todos los colores. Quién sabe si por exagerar en las preliminares no terminan por desmerecer la importancia de lo que surja, de verdad, entre ambos países.
El mundo entero está poblado por realidades que, por insoportables, sería mejor considerar como imaginerías de una mala noche. Nada más grotesco que las deliberaciones ocurridas en la diplomacia de los poderosos para determinar la sepultura de Yasser Arafat, un hombre amado por su pueblo, tal como era, con las múltiples fases de un liderazgo de cuarenta años. Aquí mismo, la pesadilla del terrorismo de Estado dejó abiertas miles de tumbas que hasta ahora la democracia no pudo cerrar en el corazón desgarrado de los sobrevivientes. Más aún: cuando las realidades son miradas como tales, estremece la fragilidad de sus consistencias. ¿Quién hubiera dicho que un puñado de fanáticos podía romper el escudo de seguridad de la mayor potencia del mundo? A continuación, ¿cómo imaginar que el más formidable aparato militar, con todos los recursos de la inteligencia tecnológica, esté jaqueado por partisanos de Irak, cuyo número estiman los invasores entre ocho y quince mil en una población de 25 millones?
No es casual que la China que fundó Mao concentre hoy las expectativas y las ambiciones de todo el mundo, porque pareciera que en ese remoto territorio de los fantásticos relatos de Marco Polo, donde gobierna un sistema mixto de negocios y una única opción política, se cruzan las ilusiones y las realidades del mundo contemporáneo. Alrededor de treinta años atrás, un director de cine italiano hizo sonreír a muchos por el título y el contenido de una de sus películas: La Cina e’vicina. Pues bien, en estos tiempos, desde Estados Unidos hasta la Unión Europea, desde Asia hasta América latina, a esa China se la siente más cercana que nunca, presintiendo con el deseo que desconocidos mensajeros depositarán en manos nacionales la contraseña que abrirá el acceso a tesoros acumulados en seis mil años. ¿No sería más lógico que fuera Estados Unidos, más que nada en su área de influencia directa, América latina, el depositario de tantas expectativas? Aquí aparecen las fragilidades del gigante.
En un amplio estudio actualizado, el profesor Jorge Beinstein describió las dificultades de Estados Unidos y llegó a conclusiones como la siguiente: “Otro factor de crisis es la acumulación explosiva de desequilibrios. El déficit del comercio exterior viene creciendo desde hace más de una década pero ahora llega a niveles insostenibles (más de 500 mil millones en 2003 seguramente superados este año), debido a un tejido industrial cada día menos competitivo corroído por la dinámica financiera. El déficit fiscal superó este año los 400 mil millones de dólares afectado por el aumento de los gastos militares y las reducciones tributarias a los ricos. Cuyo resultado es una deuda pública que supera los 7,4 billones de dólares, el 67 por ciento del PBI, unos 25 mil dólares por habitante, desde hace 12 meses su ritmo de aumento diario es del orden de los 1700 millones de dólares”.
Eso no es todo, porque también cuentan otras necesidades básicas: “Uno de cada cuatro barriles de petróleo vendidos en el mercado internacional es ahora comprado por Estados Unidos que representa sólo el 9 por ciento de la producción mundial de petróleo, aunque consume el 25 por ciento de la misma [...] Como señalan los expertos: se acabó el petróleo barato. Pero la culpa no es sólo de Estados Unidos sino del conjunto de países superdesarrollados. La Unión Europea (primera importadora mundial) importa el 80 por ciento del petróleo que consume y Japón compra al exterior casi el ciento por ciento de su consumo. Si sumamos a las tres potencias tendremos el 12 por ciento de la producción mundial pero el 50 por ciento del consumo y el 62 por ciento de las importaciones internacionales”.
Beinstein aporta otros datos concluyentes: “La deuda externa total de Norteamérica (la pública más la privada) ronda los 4 billones de dólares, y sus principales acreedores son chinos, además de japoneses y europeos. Estos últimos aceptan dólares y compran bonos del Tesoro estadounidense ayudando así a la superpotencia a cubrir su déficit fiscal y a comprar bienes y servicios al resto del mundo (potenciando su déficit de comercio exterior). También adquieren en la Bolsa acciones de las empresas de Estados Unidos y propiedades en dicho país alentando las especulaciones bursátil e inmobiliaria. ¿Por qué lo hacen? Porque necesitan sostener al primer cliente del planeta, si éste se hunde se hundirán las exportaciones y las colocaciones de excedentes financieros de dichos países”. Por este sendero, en equilibrio inestable, circula este mundo tan interdependiente que fue rebautizado como planeta globalizado. Lo peor de todo esto es la sensación en carne viva de los que sufren por el juego de los poderosos y que, sin saberlo, fue anticipada por el poeta Enrique Cadícamo a esa “pebeta de mi barrio, papa, papusa” que se creía triunfal, a la que llamó “embrión de carne cansada” y le advirtió en estrofa profética: “Cuando implacables los años te enyeten sus amarguras / ya verás que tus locuras fueron pompas de jabón”. Y los que pretenden vivir entre esas pompas, envejecen tan rápido que cuando se dan cuenta ya es demasiado tarde.

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