EL PAíS
Apagar las velas
› Por Osvaldo Bayer
Aquí, en Alemania, la inesperada noticia era esperada. La Iglesia Católica se está derrumbando. De ser la Iglesia Católica más rica de todo el mundo, a esto, la miseria a corto plazo. La que más ponía dinero en el imperio vaticano –de ahí la influencia del cardenal Ratzinger, el dueño actual del dogma– pareciera hoy una empresa en liquidación. Se venden iglesias, se dejan cesantes a empleados, se bajan sueldos. En la misa de los domingos hay sólo tres, cuatro filas de asientos ocupadas. La voz del cura pareciera tener un eco definitivo en el vacío. Los coros son de tres o cuatro personas, casi todas ancianas. En los 27 obispados se han parado todos los trabajos de reparaciones. Sólo se habla de ahorrar, ahorrar. Poco a poco se van cerrando los establecimientos de educación y de vida social. Las parroquias son juntadas; de tres, una; de cinco, dos. No se va a poder seguir con la organización de ayuda a comedores infantiles, asilos de ancianos, escuelas y hospitales. Donde más hace falta dinero es en las iglesias de Berlín, de Hamburgo, de Aquisgrán. Centros claves. En esta última ciudad, los sueldos de los empleados de las iglesias han sufrido un corte del 17 por ciento. En cuatro años los empleos se van a reducir en un 23 por ciento, es decir, la cuarta parte del personal. En el último tiempo, Berlín ha cesanteado a 300 empleados. De los 1300 puestos que había, sólo deben quedar 800. En Treveris se van a ahorrar 5,2 millones de euros.
En este año, las entradas de la Iglesia Católica cayeron un ocho por ciento. El obispado de Bamberg dio el gran batacazo cerrando el establecimiento de educación para asistentes laicos. Y esto, a pesar de que el clero sufre una aguda crisis de falta de sacerdotes. Este es otro de los grandes problemas del catolicismo alemán. En Magdeburgo se vivió con tristeza que fuera eliminado el sobresueldo que se daba en Navidad a sus empleados. Esta vez, nada.
Donde se puede ver más la crisis es en los edificios de las iglesias. Se podría llamar a este capítulo “las iglesias de los bancos vacíos”. La iglesia ha empezado a alquilar sus iglesias con altares, para otras actividades. En Bielefeld, un diario tituló: “Gastronomía en vez de misas”. Es que la iglesia de San Martín se convirtió en un restaurante de lujo. Así, la iglesia se ahorra 12.000 euros anuales de manutención y cobra alquiler por la iglesia y sus jardines. Nadie hubiera pensado en que se llegaría a la “privatización” de las iglesias. Todo se globaliza. Un estudio señala que muy pronto de las 32.000 iglesias de Alemania serán vendidas o demolidas una tercera parte. En los próximos cinco años no van a poder seguir financiándose treinta iglesias, que pasarán a ser restaurantes, lugar de exposiciones o casas de baile para la juventud. En las aldeas serán cerradas en el futuro muchos centenares. En algunas de esas iglesias se organizan conciertos de música clásica o también de jazz.
La pregunta es por qué las iglesias van quedando vacías. Todos –menos los capitostes de Roma– han comenzado a dudar. Mientras la ciencia avanza, la iglesia se queda en sus interpretaciones. Mucha discusión trajo la intervención de un obispo del Norte alemán que para explicar la catástrofe natural de Indonesia habló de: “Dios, en su infinita bondad, ha querido ponernos a prueba”. Bien, esto ya desbordó el vaso de la paciencia. Aquí, en vez de la vela y la oración urgía la rápida ayuda para los miles y miles de necesitados. Y, por sobre todo, el estudio ya del porqué de esas catástrofes. Meternos en la ciencia para poder descubrir lo que nos amenaza en el futuro. Y no la procesión pidiendo la ayuda del Señor y el perdón de nuestros pecados.
La Iglesia tiene que ayudar con toda su fuerza a descubrir los enemigos del ser humano. Apoyar a la ciencia, no negarla. En todos los siglos de su existencia no ha ayudado a resolver ninguno de los grandes problemas del ser humano: el hambre, la desocupación, la guerra, la sexualidad ante la violación, la defensa de la madre soltera. La moral profunda y no aquella que empieza con la castidad de sus sacerdotes. El dignificar el amor y no sospecharlo de pecado como la vejación de obligar a creer en la virginidad de la virgen María. Y actuar. No querer arreglar todo con una procesión de desocupados al santo de la esquina sino en la gran columna de protesta que reclame el fin de un sistema de despojo y explotación. No el espectáculo de un Papa balbuceante sino la marcha de todos los obispos del mundo a Washington para reclamar el fin de la guerra y de la muerte por los cobardes bombardeos aéreos. No, todo se resuelve rezando a Dios en su infinita bondad, el Dios ese que permite la muerte de niños quemados vivos desde el cielo por los aviones de las bestias humanas. (La Iglesia argentina en vez de apoyar al artista León Ferrari con esa su genialidad de crucificar al buen Jesús en un avión norteamericano de bombardeo, hizo todo lo burocráticamente posible del poder para tratar de ensuciarlo y mandarlo al infierno. Pero artistas como León Ferrari jamás se irán al infierno si justamente luchan siempre por el paraíso en la vida.)
La Iglesia Católica se derrumba. La gente ya no quiere rezar a la eterna bondad de Dios. Quiere ver a Jesús en las calles. Como ya los hubo y los hay. Monseñores como Angelelli, de Nevares, Hesayne, curitas como Cajade, Morlachetti, Antonio Puigjané demuestran qué hubiera hecho Jesús en las calles argentinas. Con los bolsillos llenos de pan y no de velas. Con las gargantas llenas de cantos de lucha contra el egoísmo, como aquellos trabajadores de principios de siglo que luchaban para poder mandar a la escuela a sus hijos y comprarles alpargatas. Llenar las iglesias con el coraje de la justicia. Que se conviertan en lugares de construcción de la solidaridad y la mano abierta y no se alquilen para poner restaurantes de lujo. La Iglesia, para que en su interior no se mate más al evangelio y para que Jesús nos llene con su hermosa sabiduría. No hay un mandamiento más importante que el amor, nos dijo. El amor y no la virginidad.
Señor obispo Bergoglio: traiga pan y no velas a las iglesias. No cierre las exposiciones de arte sino ábralas para que la mente humana navegue en las ilusiones y critique el egoísmo. No queme las brujas –como en la Inquisición– sino escúchelas. Ellas saben lo que ignoramos y la verdadera sabiduría es siempre bondad, porque es la búsqueda de los misterios que actualmente nos dominan. En vez de plegarias, ciencia. El saber, descubrir qué es el hombre y no pedir perdón con la vela y la plegaria.
Antes de que queden vacías las iglesias, monseñor Bergoglio, llénelas de voces de pueblo con la palabra justicia y solidaridad en las gargantas. Se imagina que si los obispos y los sacerdotes con un nuevo pueblo con los principios del verdadero evangelio hubiera llenado las iglesias y salido a la calle no habría existido el horrendo crimen de la desaparición. Pero la “jerarquía” se quedó encendiendo velas y rezando el rosario.
La gente abandona las iglesias en Alemania donde transcurrió toda una historia vívida de traiciones a las enseñanzas de Jesús. Antes que los templos pasen a ser restaurantes de lujo, los pueblos tienen que ocuparlos, tienen que convertirlos en verdaderos templos del saber y de la ética.