Mié 05.01.2005

EL PAíS

“Miraba cómo sacaban a los chicos en lugar de meterse para ayudar”

Un testigo vio cómo el empresario Omar Chabán, mientras ardía el local, se quedó parado frente al establecimiento, “de brazos cruzados”. Una chica le pegó un sopapo y él se escapó en un auto. En el altar de Once, el grupo de fans organiza la marcha de mañana.

Se conocían de vista de recitales anteriores. “Conocidos hay un montón. Es como una escuela en la que siempre se ven todos”, opinó Piri, de corte stone. Un vínculo que se hizo más fuerte al compartir cantitos en las marchas que realizaron a diario desde la noche en que murieron “los pibes”. Ayer se saludaron ante las velas que el calor derretía por más que estuvieran apagadas. Celebraron el encuentro yendo a comprar una cerveza a un kiosco, que vaciaron relatándose la casualidad de estar vivos y dando una mano al stencil y al aerosol para los carteles que avisaban de la movilización del jueves. La consigna se repetía sobre la multitud de afiches puestos a secar en la vereda: Justicia por nuestros Callejeros. Allí, los chicos rearmaron con bronca el rompecabezas de los últimos instantes de Omar Chabán ante el boliche incendiado, mirando cómo tras las puertas los cuerpos que habían ido a cantar y bailar se llenaban de humo hasta caer.
Sebastián se salvó. Prefiere no hablar de la hazaña o el azar que lo trajo a recibir la botella con cariño y decir antes del primer trago: “Desde el jueves que no tomo. Ni siquiera en Año Nuevo”. En la ronda esperaba Coni. Entre tatuajes de motivos porteños, filetes y obelisco incluido, llevaba en el puño cada una de las letras de su nombre. En la otra, tenía la mano de su novia, Paula. “¡Mirá lo que es el destino!”, reflexionó pensando en el lugar de muerte de tantos conocidos. “Aunque vinimos para el show de Callejeros del martes pasado, habíamos sacado entradas para el recital del 30. Cuando se las mostré a Paula, me dijo que las cambiara porque ese día ella tenía que trabajar. En ese momento la cagué a puteadas, pero eso nos salvó.”
La bebida iba de mano en mano. En el medio del redondel depositaban sus acusaciones contra Omar Chabán. Un poco más suelto, Sebastián contó que “mientras sacábamos a los quedaban adentro, del lado de enfrente del local estaba Chabán apoyado contra una pared y de brazos cruzados. En vez de meterse a ayudar”, juzgó Sebastián sin comprenderlo. Coni sabía el final de esta postal. “Una amiga de Paula le pegó un sopapo y le dijo ‘no sabés la que se te viene’. Como todos lo registraron, Chabán se escapó en auto con un chico”, aseguró el joven repleto de tatuajes. Los circunstantes asintieron: ellos ya habían escuchado ese episodio, contado por otras bocas.
“Chabán re boludeaba al público. El martes, antes del recital, subió al escenario y dijo que nadie encendiera pirotecnia porque, en sus palabras, ‘después andan llorando como maricones’”, comentó Paula. La joven sumó su letra a una bandera argentina oscurecida por escrituras de los chicos que pasaban por el altar.
Debajo del cartel de Mitre y Ecuador, decenas de jóvenes trazaban con primor escolar los afiches anunciando la marcha del jueves. Rubén Rojas, un hombre de 50 años, ayudaba a distribuirlos por la vereda para su secado. Está en el lugar todos los días, desde el jueves, cuando pasó con el colectivo y vio el incendio. Bajó para ayudar a los chicos a salir. “Sabía que adentro estaba mi amigo, Jorge Paredes, de 32 años”, ahora en la lista de fallecidos. Era la segunda vez que Rojas se metía a salvar vidas del fuego. La primera fue hace 4 años, cuando una nena de 4 años provocó sin querer las llamas en un centro de jubilados de Capital.
“Ahora tendría 8 años”, calculó Rojas. Lleva las marcas de ese salvataje en todo el cuerpo: su rostro, sus brazos y sus piernas tienen la piel devastada por el ejercicio del fuego. “La nena murió a los dos días. Yo estuve internado durante 8 meses”, señaló.
Julián Capilones se desplazaba entre la multitud con la mirada sensible de sus 16 años, esmirriados como él. Había venido al recital del martes, y al del jueves no pudo “porque mucha plata no tengo”. Así y todo junta día tras día las monedas necesarias para venir desde Sarandí, como modo de recordar a los dos amigos muertos y de “agradecer a Dios por los que quedamos y acompañar con lo que se pueda”. Pasadas las seis, todos se cruzaron a la plaza para realizar la asamblea cotidiana. Discutían con bronca y acusaban a los grandes medios de poner el foco en los desmanes que precedieron a la gran marcha de la jornada anterior, definida con una imagen unánime: “el quilombo”. “De eso comieron los periodistas”, decían. Por lo ocurrido, dirigían culpas hacia policías e “infiltrados”. Para que haya orden en marchas posteriores, amigos y familiares decidieron conformar una comisión de prensa y una de seguridad.

Informe: Sebastián Ochoa.

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