EL PAíS › LOS LECTORES DE PAGINA/12 ESCRIBEN SOBRE LA TRAGEDIA DE CROMAÑON

Reflexiones y dolores

Primero fue un silencio de asombro. Y luego cartas, mails y faxes expresando todo el arco de emociones. Una selección de lo que pensaron y escribieron nuestros lectores sobre el incendio.

No sé si fue la angustia o esa melancolía que generan las fiestas, pero nunca olvidaré este 31 de diciembre, el día en que las bombas, luces y fuegos de artificio atravesaban mi corazón y mi persona. No entra en mi cabeza tanta ignorancia junta, tanta especulación y pacatismo. No comprendo el egoísmo y la codicia, madre de una nube opiosa y amnésica de valores tan importantes como la vida misma. Ciento noventa y uno y contando. Espero ese silencio y quietud que nunca llega, ese abrazo que te llena. No soy un viejo resentido que se las sabe todas, tengo 26 años y podría ser parte de esta nefasta estadística. ¿Cuántas luces más tienen que apagarse para que encendamos una vela?
Matías Canzani

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Está en discusión, pero ya la mayoría tenemos bastante en claro por dónde empieza la cadena de responsabilidades ante el crimen colectivo. Pero desde el día después yo me pregunto: ¿Dónde están las bandas? Los chicos, nuestros chicos, consumidores de CDs y remeras, los que siguen casi devotamente a sus bandas, lo dan y lo dieron todo. Las “tribus” se juntan, pintan sus “trapos” se tatúan el cuerpo para siempre, pretendiendo unirse con sus músicos también para siempre. Son los que hacen el “gasto”, material y también el espiritual y el de la voluntad. ¿Dónde están las bandas? ¿Dónde están los “stars”? No vi, ni en el altar de plaza Once ni acompañando a los chicos que todo lo dan, a la “corporación roquera”. Tampoco vi en las marchas a los locutores de las radios que “viven” desde hace años de la música y de los pibes. Seguramente vendrán minutos de silencio en los próximos recitales. Creo que la hipocresía no tiene dueño.
Sergio Barrera

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Soy una persona grande que nunca rezó. Eso no me impide creer en paraísos o vidas eternas. Nunca me imaginé la eternidad como la negación absoluta del tiempo, para qué me serviría, cuál es el sentido último de los paraísos eternos. Sin embargo, eso que sería lo mejor para mí, no me sirve hoy cuando pienso en Lautaro. Yo no quiero tener a Lauti en mi eternidad o en mi paraíso, señor Ibarra. Yo quiero hoy contarle quién es Lauti, señor Chabán. Yo quiero que lo conozcan un poquito señores inspectores. Yo quiero que sientan qué parecido a sus hijos era Lauti y a la vez qué distinto, señores legisladores.
Lauti, como lo llamábamos, tiene unos papás maravillosos, de esos que andan siempre con los amigos de Lauti a cuestas, más los de Mailin, los de Martín y los de Malena, sus hermanos. ¡Hacen siempre de chicle ese departamento donde viven a metros de Montes de Oca! En ese entorno, Lauti se hizo fanático de Boca y empezó a amar y practicar el fútbol. Pero a Lauti le gustaba el fútbol sólo porque allí se hacían amigos, porque se llegaba a la canchita de cemento del club y enseguida eran muchos los que corrían atrás de la pelota, y se golpeaban, o se reían, o la colgaban con un zapatazo fuerte y la mandaban a la autopista. Después, a rogar que alguien les prestara otra o a jugar a la escondida en los vestuarios, antes de que alguno de los que siempre aparece, les pusiera llave. Lauti, señores legisladores, llegaba limpio, con la camiseta impecable, los pantalones con vivos rojos y verdes ya cocidos después de la última atajada espectacular.
Lauti recibía muchas invitaciones a dormir en las casas de los amigos, dale má, dejame, mañana me venís a buscar, dale, sí. Y así, señor Chabán, creció Lauti y aprendió de todos y para todos los que lo rodeaban a defender sus gustos, sus preferencias, sus opiniones, que no es más ni menos que defender su historia. Terminó la primaria, señor inspector municipal, y ya era un adolescente hecho y derecho. Cabrón, seguro, caprichoso, seguro, demandante, seguro, señores funcionarios, pero también lúcido, solidario, comprometido con la realidad, que a estas alturas todos y cada uno de ustedes y de nosotros (en mucha menor medida supongo), les complicamos a todos los Lautaros de este país. Tenía ideas e ideales, conjunción tan maravillosa a los trece años, ¿no? señores legisladores.
Sí, Lauti está en mi eternidad y en mi paraíso, y lo estará para siempre en los de mis hijos, pero eso ya no me calma, no me alivia este inmenso olor a muerte que siento desde que me levanto hasta que me acuesto, que siento en mi dormitorio, en el ascensor, en las sábanas de mis hijos, junto a la ropa planchada, en el colectivo, en el jabón que uso para bañarme y hasta en el perfume caro que tanto cuido y que tampoco me sirve.
Y ese olor a muerte que impregna toda la ciudad, señor Ibarra, que hace irrespirable los 35 grados de este verano propicio para recitales de rock, señor Chabán, que rodea y persigue a los débiles, señor inspector municipal, que le hinca el diente a nuestros viejos y ahora saborea a nuestros chicos, señores legisladores, ese olor a muerte (tan fuerte, por Dios, tan fuerte) se hace denso y pesado cuando ustedes se acercan.
Adriana Arroyo

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¿Dónde están los niños que murieron en la guardería-baño? Para una vieja teología, los niños muertos sin bautizar eran ubicados en el limbo. Luego esta tesis acabó en el “limbo”. Sonaba a respuesta sobreactuada de gente “piadosa”, instruida por teólogos de palacio. Estos intelectuales abstraídos del mundo no pensaban en los inocentes que padecían el infierno aquí en la tierra. Más acordes con un Dios Padre misericordioso, las nuevas teologías más aterrizadas buscan hoy el espacio intermedio entre el cielo y el infierno. ¿Podría llegar metafóricamente aquel espacio con menos agobio? Hambrientos de una noche de distensión algunos se olvidaron que las cartas del infierno fueron repartidas de antemano. Empresarios, artistas y funcionarios se echaban la culpa de no privilegiar a los chicos “callejeros” en sus reinos.
En la búsqueda de un concierto “viaje al cielo” y el infierno estaba aquella guardería “limbo” del Once. Se trató de salir de aquel pecado original que ha sido simplemente ser pobre. El Catecismo actual parece sugerir que, al final de la vida terrena, no hay soluciones intermedias entre beatitud y condena. Con los niños de la guardería del Once un empecinado “new age” dirá que ellos pagaron si fueron Herodes en otras vidas. En la próxima serán pediatras, maestros o bomberos y así socorrerán a otros niños, conforme a lo que han aprendido aquí.
Esta suerte de teología a lo mejor relaja a una señora en la peluquería y ese día no le hará falta ir a clase de yoga. Pero para los que somos agnósticos de la reencarnación nos seguiremos preguntando en la oscuridad de aquel limbo: ¿Los chicos de Callejeros estaban allí por la virtud de sacrificados padres deseosos de una noche de consolación desde sus respectivas teologías del cautiverio, o estaban allí, víctimas de un sistema que no le interesa paliar tanta precariedad vincular, deterioro psíquico y descuido?
La muerte como virtud y pecado, exclusión, “mala leche”, inocencia y pena recuerda la muerte de Jesús. Algunos decían: “Pobre muchacho, que mal murió, pero bueno, son tan fanáticos y primitivos estos locos judíos... Otros decían ¡qué grande ese joven que dio la vida por los suyos! Cómo no lo iban a matar si en este mundo no sólo se mata a los profetas sino que incluso a inocentes. Para muchos, la disco fue una representación de nuestro capitalismo de “Floricienta” que entretiene con sueños de hadas y cuando te avivás, no te deja salir por la puerta trasera.
Creo que de modo emblemático, algunos vimos la situación de pecado que genera este capitalismo. La discoteca de la calle 11 de Septiembre (Día del Maestro) se quemó como las Torres Gemelas, a las “11”, en el Once, sitio de negocios, hoy más que nunca lugar hambriento de ocio. Los niños de la “guardería baño” yo no tengo dudas están con Dimas, el “buen ladrón” que en el último día del año se robó el paraíso. Están en Su Reino, en el reino de los que buscan una liberación total. Ojalá que en el primer mes del año también estemos nosotros en ese reino. Se trata de buscar un ociono tan negocio pensado por empresarios, artistas y funcionarios que no se una al público por el espanto y que estén gustosos de salir del Cromañón. En el reino de los cielos y de la tierra no se está por ser bailantero, surrealista o “callejero” sino por luchar. Eso como dijera Brecht es lo único que en esta tierra nos hace imprescindibles.

Leonardo Balderrain,
sacerdote, doctor en bioética

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