Lun 14.03.2005

EL PAíS  › SERGIO APABLAZA, EX DIRIGENTE DEL FPMR

“No existe ninguna evidencia en mi contra”

Está detenido desde noviembre en la Argentina, donde vivía en la clandestinidad, a pedido de la Justicia chilena que lo acusa de un secuestro y un asesinato. El antiguo dirigente del Frente Patriótico Manuel Rodríguez responde a las acusaciones, cuenta cómo se decidió a vivir en la Argentina y las razones de su pedido de asilo político.

Por Maricarmen Almada

A Sergio Galvarino Apablaza Guerra lo detuvieron en Moreno, lugar donde residía con su esposa y tres hijos pequeños. Desde noviembre está alojado en la Unidad Antiterrorista de la Policía Federal. Apablaza, conocido como “Salvador” durante su militancia en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, la organización que enfrentó con las armas en la mano a la dictadura de Pinochet, estuvo en la clandestinidad por casi treinta años y narra con serenidad el reencuentro con su familia. Ahora en su celda, ubicada en el subsuelo del edificio, distribuye su tiempo entre visitas, los libros y la correspondencia. En su país lo acusan de ser el “responsable político” de un asesinato y un secuestro. Por ello, desde Chile pidieron su extradición, pero él confía que el gobierno argentino le otorgue el refugio político. En su primera entrevista con un medio nacional desde la detención, el ex comandante refuta los cargos imputados, cuenta por qué se formó el FPMR, brazo armado del Partido Comunista Chileno, y cómo fue su paso por sus filas y el exilio.
–A usted lo acusan de ser el autor intelectual de la muerte del senador Jaime Guzmán y del secuestro de Cristian Edwards...
–A mí me inculpan por la responsabilidad política que suponen que yo tenía respecto de quienes actuaron en estos hechos. Pero ambos casos se dan justamente en el proceso de discusión interna del FPRM provocado por la salida de Pinochet del gobierno en 1990, donde algunos comandantes planteaban la continuidad de la lucha armada y otros apostábamos a la transformación del aparato militar en una fuerza política y social. No existe ninguna evidencia en contra mío. En el pedido de extradición hay una investigación policial que se relaciona con los juicios de quienes participaron de estos casos, que resultaron con penas de cadena perpetua. Pero en las declaraciones de los condenados, yo no fui inculpado. Ninguno dijo que yo les daba órdenes. Además, en esta causa a mí recién me declaran reo cuando me detienen aquí.
–¿Cree que la difícil situación de Pinochet y la cercanía de elecciones presidenciales en Chile contribuyeron a su arresto?
–Para los Derechos Humanos en Chile, el informe de la comisión Valech es categórico. Por primera vez los asesinatos y torturas ya no son “excesos” sino que aparecen como una política de estado. Entiendo entonces que con mi detención, grupos pinochetistas desean demostrar la teoría de los dos demonios.
–¿Cuál fue su itinerario durante la clandestinidad? ¿Cuándo decide quedarse en la Argentina?
–Bueno, anduve por varios pueblos y ciudades de Chile. Pero mi mujer vivía aquí y yo estuve en los nacimientos de mis hijos y en cualquier episodio que requería de mi presencia. Así durante años. Decidí establecerme definitivamente con la llegada del gobierno del presidente Kirchner. Antes había estudiado quedarme en Chile legalizando mi situación, pero allí la posibilidad de un debido proceso era nula. Así quedó demostrado con este despliegue. Ya he sido condenado y ni siquiera existe presunción de delito. Vi la reivindicación que hizo este gobierno a la memoria de las víctimas de la dictadura y la actitud digna respecto de los derechos humanos. Entonces yo decidí quedarme en la Argentina en los primeros meses del 2003. Además no se olvide que mis hijos nacieron en este país. Me tocó vivir en otros lugares donde me han dado mucho afectiva e ideológicamente, pero uno extraña mucho. Acá eso no me pasó. Aunque estuve poco tiempo se generaron lazos que me hacen sentir parte de este país.
–¿Cómo fue el reencuentro con su madre después de tantos años?
–Muy conmovedor, nos abrazamos tanto. Pensé en las veces que estuve cerca de ella y no quise poner en riesgo a la familia. Su presencia me recordó ami padre, un militar que murió con el dolor de no ver a su hijo y por la actitud que tomaron sus camaradas. Charlamos mucho, reímos y lloramos. Con 82 años, a mi madre deberán operarla del corazón. Pero en ese momento, me permití ser un poco egoísta, quería recuperar olores y sabores perdidos. Le pedí que me cocinara papas rellenas, comida típica chilena que ella rápidamente hizo para mí. Han pasado 30 años, toda una vida.
–Sus hijos no conocían su historia de clandestinidad. ¿Cómo enfrentó su reacción ante la detención?
–Sentí una gran serenidad. Todas esas preguntas que hasta ayer no tenían respuesta, hoy se las puedo contestar. Luego de mi detención, no comprendían qué pasaba. Su apellido no era su apellido, su padre no era su padre. Se enteraron de que tenían abuela y tíos, todo cambió para ellos.
–¿Qué recuerdos tiene de su militancia juvenil?
–Apoyaba al gobierno de la Unidad Popular que enfrentaba un conjunto de acciones de sabotaje, sobre todo a su economía. Entonces, los estudiantes nos incorporábamos a labores productivas para compensar, en parte, lo que hacía la derecha. Esto significaba repartir alimentos, cosechar maíz. Cuando las grandes empresas de transporte hacían paro, había humildes camioneros que ayudaban a trasladar esa cosecha. Todos eran trabajos voluntarios y yo participaba siempre, al igual que cientos de jóvenes que nos sentíamos motivados a participar de un gobierno popular donde había expectativas y planteamientos claros. A diferencia de lo que pretendió demostrar posteriormente la dictadura, la defensa que hicimos del gobierno de Salvador Allende, pasó por estas actividades y no por una relación armada o militar.
–¿Qué hacía usted cuándo se produjo el golpe de 1973?
–Era dirigente de la juventud comunista en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Cuando me detuvieron, yo estaba en el último año de la carrera. Me llevaron a un campo clandestino y allí me torturaron. Luego me trasladaron por distintos campos de concentración, cárceles, comisarías. Después me expulsaron del país, jamás pensé que sucedería eso. Fui detenido por haber ejercido un liderazgo. Incluso fui sometido a un proceso por la fiscalía militar en Chile y me dieron un sobreseimiento.
–¿Cómo vivió su expulsión de Chile?
–Recién me di cuenta qué significaba cuando estuve en un lugar desconocido, sin ninguna perspectiva. La verdad es que la expulsión destroza todo, familia, costumbres, las posibilidades desde el punto de vista profesional. Queda uno en el desamparo más terrible.
–¿Cuál fue el destino que le asignaron?
–Junto a 125 compañeros, llegamos al Panamá de Torrijos que no tenía posibilidad de darnos estudio ni trabajo. Aún así, fueron inmensamente solidarios con nosotros. Allí se dio la posibilidad del reencuentro con la organización. Yo siempre asumí responsabilidades de dirigente dentro de las cárceles y campos de concentración. Y en Panamá logramos organizarnos mínimamente. Luego, junto a otros compañeros el partido nos dio la posibilidad de ir a Cuba donde recibimos adiestramiento militar. También participamos de la revolución nicaragüense integrando una brigada internacional.
–¿Fue entonces cuando surgió el componente armado como una posibilidad de resistencia?
–Cierto. Pero recién luego de varios años de dictadura, empezamos a pensar cómo potenciar la movilización para que el pueblo se defendiera. Nosotros no propugnábamos la lucha armada ni la toma del poder. Se pensó esencialmente en que el pueblo fuera capaz de defenderse. Veíamos que en las movilizaciones la gente caía asesinada por las armas de la dictadura. Por otra parte, creímos conveniente generar operativos espectaculares para estimular la lucha popular. Por ejemplo, asaltar una radio para hacer una proclama. Nuestras armas tenían que ver con resistir, con defender.Teníamos el firme propósito de desgastar la dictadura. Así nació el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
–En ese momento, ¿cuál era la relación del Frente con el Partido Comunista?
–Bueno, nuestras acciones estaban íntimamente relacionadas a la política del partido que llamaba a la rebelión popular y a la desobediencia civil. Al mismo tiempo, le hacíamos saber a nuestros adversarios que ya no sería tan fácil aplastar e ignorar las movilizaciones porque el pueblo podía reaccionar de manera distinta. El accionar armado siempre fue un complemento de la lucha política.
–¿Cuándo se producen las diferencias entre el Frente y el Partido Comunista?
–Ya en 1987 muchos frentistas se retiraron del PC porque no se coincidía con el criterio del partido. En el Frente, los verdaderos problemas se hacen evidentes con la salida de Pinochet del gobierno en 1990. Se hace una gran replanteo en la organización. Algunos comandantes veían la realidad del país como si nada hubiera cambiado, un pinochetismo sin Pinochet. Esos hombres sostenían que debíamos continuar con el accionar armado. Otros, entre los que me encuentro, aceptamos que teníamos un nuevo escenario político y que nuestra organización debía adecuar su acción. El pueblo chileno en ese momento sólo quería que terminase la violencia de la dictadura. De hecho, no había una democracia plena ya que Pinochet seguía como jefe de las Fuerzas Armadas y los organismos de seguridad estaban intactos. Pero el rodriguismo se había hecho carne en muchos sectores juveniles y sentíamos esa responsabilidad. Por eso, era esencial iniciar un proceso de transformación del aparato militar en una fuerza política y social, unificando a todos esos jóvenes que se habían formado para el Frente. Allí se produce el quiebre y la dispersión. Era comprensible, muchos de los cuadros habían iniciado su experiencia política muy asociada a la actividad operativa. Nosotros aspirábamos a reactivar las organizaciones gremiales y sociales que la dictadura había atomizado e iniciar otro tipo de construcción.

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