Lun 14.03.2005

EL PAíS  › MARCELA BENITEZ, GEOGRAFA, CREADORA DE LA FUNDACION RESPONDE

“No se invirtió en la gente y el resultado es el desastre”

Fue investigadora del Conicet y se dedicó a ver qué les pasaba a los 700 pueblos rurales argentinos que fueron abandonados, pierden población o ya no crecen. Hace seis años decidió hacer algo al respecto y creó una ONG que aporta ideas y genera diálogos para dar una nueva vida a los pueblos. Los porqués de la “debilidad demográfica” del país y las razones del “desastre” de ciertas privatizaciones.

Por Andrew Graham-Yooll

–¿Cómo se responde para rescatar a un pueblo?
–Creo que esa idea de rescatar pasa por un dolor como argentina. Por cuestiones de estudio y de trabajo he recorrido el interior del país y conozco algo que no todos los argentinos que viven en Buenos Aires conocen. Eso es que tantas miles de personas están como olvidadas, y también lo están sus historias y sus proyectos. Esto arranca desde varias décadas atrás, de olvido y de aislamiento.
–¿Su percepción se remonta a los comienzos de sus estudios de estos pueblos olvidados?
–Mis estudios comienzan en 1991 y tienen que ver, en parte naturalmente, con una historia personal ya que tuve la oportunidad de chica de ir al interior porque parte de mi familia es de Salta y parte de Catamarca. Cuando uno transita una profesión como la mía, que es la geografía, provoca ver qué pasa con un país débil demográficamente, con grandes concentraciones urbanas, y se avanza hacia una hipótesis de que hay pueblos que están desapareciendo. A eso le siguió un largo trabajo de campo, de siete años. Visité más de cien pueblos en toda la Argentina.
–¿El estudio cómo comienza?
–Yo era becaria del Conicet y la hipótesis era que había pueblos en riesgo de desaparición en la Argentina. Tal vez la idea de salir a “rescatar” pueblos sucedió posteriormente. Tuve que enfrentarme primero con cientos de pueblos que estaban aislados y abandonados, con historias personales y de proyectos que nunca se concretaron. Son pueblos que, chequeados con los censos, van en un camino de descenso de población. En la línea del tiempo se prevé que van a desaparecer, no sé cuándo, pero están en riesgo ciertamente. Este problema me conmovió como argentina. A otros también les sucedió, sino no habría tanta gente trabajando en Responde. La pregunta mía era ¿nadie se va a hacer cargo de esto que está pasando? Yo no estoy descubriendo nada nuevo, esto ocurre desde hacedécadas. Recuerdo haber leído en los diarios artículos acerca de aquel último poblador que cerró la puerta de su casa y el pueblo quedó vacío. Bueno, ¿qué implica esto y cuántos son? Son 630 pueblos rurales que han perdido población entre los dos últimos censos. También hay 124 pueblos que crecieron menos del diez por ciento y noventa que ya no figuran.
–¿Qué son, caseríos vacíos?
–Son pequeños pueblos que alguna vez fueron pujantes. Son lugares donde a veces podemos observar en un cuadro de una oficina pública que muestra que hubo un amanzanamiento, donde estaba la plaza, y ahora se ven terrenos baldíos, restos de paredes, una sola casa en toda una cuadra, una casa de esquina solitaria medio deteriorada. Uno charla con pobladores viejos y dicen que ahí había un cine, o allí había un club, y uno recorre con la vista y ve nada más que pasto... Al decirlo me vuelve a dar angustia. Cuando esta experiencia es repetida por cien uno tiene ganas además de gritar, de hacer algo. Uno se pregunta ¿qué puedo hacer yo, sola? Primero la parálisis, el no hacer, luego uno se anima y se da cuenta de que hay mucha más gente dispuesta a hacer.
–Entonces usted es la que Responde.
–Quizá la primera que se anima a responder. Después hay toda una suma de gente que se anima. Si estuviera sola le aseguro que no hubiera logrado nada.
–¿Cuánta gente hay trabajando en estos proyectos de recuperación?
–Hay un equipo de gente, de alrededor de treinta personas, profesionales de diferentes disciplinas y voluntarios. Además tenemos una comisión directiva de diez miembros. Hay un grupo que se dedica estrictamente a los proyectos de recuperación de pueblos y a su implementación en el terreno, y los que se dedican a apoyar la forma operativa de la institución. En la organización encontramos el arquitecto, el biólogo, el experto en turismo, el sociólogo, por citar algunos, y están los que se dedican a recursos humanos, prensa y comunicación. Estos son los que generan eventos, que difunden, que apoyan la existencia de Responde. Al principio éramos sólo tres o cuatro. Por suerte el trabajo permitió que Responde creciera de manera sustentable.
–¿Cómo se encuentra gente para trabajar en esta campaña? Porque el hecho de proponerse salir a “salvar un pueblo” tiene un elemento algo excéntrico.
–Tal vez al principio estaba la idea de salir a “salvar” un pueblo. Hoy ya hemos recorrido un camino y hemos aprendido mucho. Ahora solamente vamos al pueblo que levanta la mano. Si no nos hacen una señal del otro lado, no vamos. Así evitamos darnos unos buenos porrazos. La idea de fundar Responde fue generar un espacio social para trabajar por nuestro país sin banderas partidarias o religiosas. Una ONG, que convocara a la gente a partir de sus conocimientos y que les permitiera comprender que a través de ese aporte se puede hacer algo por otro. Eso convoca y suma. Hemos sacado avisos solidarios, otras veces la gente se presenta espontáneamente. A diferencia de algunas organizaciones que nos dicen que el problema es encontrar gente, nosotros tenemos muchísimas personas que se postulan todo el tiempo, con buenos conocimientos pero que lamentablemente no siempre podemos aceptarlas a todas. Mucha gente se siente comprometida con la idea de hacer algo por el otro de una manera no asistencialista y que sea sustentable. Ya que lo que nosotros hacemos en un lugar es identificar las habilidades y capacidades de la gente, los proyectos latentes, y coordinamos su implementación.
–El pueblo llama y ustedes van, ¿pero en qué condiciones?
–Nosotros vamos al pueblo si están dispuestos a trabajar por la recuperación. Si están, vamos. Ellos tienen que aceptar la invitación o dar el primer paso. Dentro de las lecciones aprendidas, podemos decir que vamos a una comunidad donde la gente esté dispuesta a trabajar, donde la autoridad está dispuesta a acompañar el trabajo y donde alguien está dispuesto a comprometer recursos económicos para lograrlo. Sabemos que no queremos fracasar. Ponemos mucha fuerza, mucho tiempo, muchos recursos, expectativas y esperanzas. Necesitamos que usen algunos recursos propios, que contribuyan con el alojamiento, que signifique que hacemos un esfuerzo todos. Primero estudiamos en qué zona nos es posible trabajar, se hace contacto en determinada zona, tenemos una lista de pueblos. Muchos no contestan. Algunos sí. Entonces sobre las respuestas podemos avanzar. Describimos nuestra forma de trabajar, y vemos si la aceptan. El primer paso es una encuesta para saber la mayor cantidad de cosas posible previas a viajar. Cuando vamos chequeamos la información, hay una reunión entre la comunidad y las dos personas del equipo de Responde. Depende de la provincia, la actitud de la gente que encontramos. Hay gente muy temerosa, gente que en grupo no habla, y si como grupo no reaccionan hay que empezar a tener reuniones individuales para saber lo que la gente quiere y qué puede hacer. También hay que saber que intentaron, si fracasaron, saber por qué. A partir de todo esto se elabora un proyecto con objetivos alcanzables, con tiempos posibles. Tiene que estar comprometida la autoridad del pueblo, sea intendente, presidente de municipio, o de junta, además de la gente.
–Al preguntarles por qué fracasaron sus proyectos, ¿qué dice la gente? ¿Lo atribuyen al cierre del ferrocarril, que los jóvenes se fueron, que la única fuente de trabajo se fundió? Pero, ¿hay alguna causa de promedio que surge más a menudo?
–Esas causas que usted menciona son las originarias. Después hay otra serie de factores que incidieron. El cierre del ferrocarril afectó a muchísimos pueblos pero, ¿qué otra decisión no compensó ese cierre?: la falta de una ruta asfaltada, un buen camino de ripio alternativo. Si les cierran la estación y lo único que queda es un camino que es una ruina, no va a entrar ningún ómnibus porque el dueño va a temer que se vaya a desarmar su preciosa unidad. Si se construyera un buen camino, el transportista sería el primero en armar un circuito. Para el usuario el poder comunicarse se lo da lo mismo un medio que otro, pero lo que necesita es poder trasladarse. Entonces si bien es cierto que el ferrocarril, y las estaciones, y todo el movimiento económico que eso generaba respondieron a una época económica de la Argentina, y que su cierre se puede deber a un número de situaciones buenas o malas, no viene al caso hablar de eso, lo que nos importa hoy es cuáles fueron las decisiones que se tomaron para contrarrestar el impacto de esos cierres en esas poblaciones. Si se hubieran tomado recaudos, el abandono se hubiera evitado. La gente se quedó con la vieja idea del tren, o que venía alguien que les daba trabajo, y se quedaron sin el tren y sin el alguien, y no se les aportó educación y capacitación para que se dieran cuenta de que podían seguir haciendo cosas. Como no se invirtió en la gente y en su lugar el resultado es el desastre a la vista.
–¿Es un problema de Estado, de la localidad, o de empresa?
–Para mí es un problema de Estado, que viene de hace treinta o cuarenta años, por lo que no se puede decir que la culpa es de ahora o de aquel día. Está, hace mucho. Una vez que sucedió el problema todos los gobiernos tuvieron oportunidad de hacer algo, de fijar un rumbo y sentar un precedente, por tantos pueblos aislados. Pero no lo hicieron.
–Tomemos algún ejemplo. Hay un trabajo de ustedes que viene de los comienzos de Responde, que es el pueblo de Irazusta, en Entre Ríos. ¿Cómo se empezó a trabajar en ese pueblo?
–De Irazusta ya nos fuimos, estamos en otros pueblos. Estamos en pueblos en Santa Fe, en Catamarca, estamos iniciando un trabajo en Mendoza, y estamos en varios en Buenos Aires. Irazusta resultó un aprendizaje, y esa experiencia luego la aplicamos en otros lugares. En el comienzo se derramó medio litro de lágrimas. A ver, Irazusta es el primer pueblo al que fuimos. Está más o menos a 60 kilómetros de la ciudad grande, que es Gualeguaychú, y a trece de la más chica, que es Larroque, hasta donde llega el asfalto. Irazusta fue el único pueblo que contestó una circular mía cuando yo terminé mi período de becas en el Conicet, que me había durado como siete años. Me presenté en el Conicet como investigadora de carrera con el proyecto de demostrar que los pueblos pueden recuperarse. Eso fue antes de saber que iba a hacer Responde. Me había acercado al mundo de las ONG y me pareció un sector interesante para darle respuesta a este problema ya que el Estado y las empresas no habían hecho lo necesario. Me presenté en 1997 con un proyecto de investigación para demostrar que era posible detener el proceso de despoblamiento en un pueblo si intervenían organizaciones que tomaran como protagonistas a la gente del lugar. La propuesta de demostración se realizaría en tres pares de pueblos mellizos, sobre uno de ellos se intervendría y el otro actuaría como testigo. En el Conicet declararon a mi proyecto inviable, me pusieron un cero, y me quedé afuera. Sobre mil puntos me pusieron cero. Cero. Yo no lo podía creer. Había tenido el mejor promedio en la facultad, tenía publicaciones internacionales. Mi director también sufrió el rechazo. Me quedé en la crisis total porque toda mi vida me había preparado para la investigación. Después procesé mi crisis y decidí hacerlo con o sin el Conicet. Mandé una carta a aquellos seis pueblos: Irazusta contestó. Fue el único, por eso comencé ahí. De inmediato asistí a cursos para líderes comunitarios y de responsabilidad social. Irazusta era uno de los pueblos que estaba en mi proyecto de investigación. Empecé a trabajar sin saber que eso me llevaría a constituir Responde. Pero desde que yo los visité y hasta que pude hacer algo paso como un año. No tenía antecedentes para mostrar, la gente descreía, con razón, yo era de Buenos Aires. De aquí íbamos cuatro mujeres en un auto, y decíamos que éramos de Responde. Todo parecía bastante loco. Por eso Irazusta. Y por eso todo un proceso de apoyar a un pueblo sin saber cómo. Las características eran de un pueblo por donde había pasado el ferrocarril, que como dije estaba a trece kilómetros de la punta del asfalto, que había perdido unos comercios y servicios, como el correo y el hotel. Había sido el típico pueblo a un costado del tren, activo económicamente. Dos años más tarde desarrollamos un proyecto en otro de los pueblos previstos, Faustino Parera. En Irazusta nos encontramos con un pueblo con casas medianamente bien armadas, no había ranchos, había un grupo de gente de origen ruso-alemán, gente muy amable y cordial, dos o tres mujeres muy activas, y los demás una comunidad muy desesperanzada, acostumbrada a que le dieran. Recuerdo la primera reunión que hicimos con la comunidad, y lo primero que nos largan es la pregunta, ¿qué trajeron? Les dije que yo no había traído nada y se querían ir. Explicamos que buscábamos trabajar con ellos. La gente de los pueblos se había acostumbrado a recibir cosas a través de la política, y a través de las promesas de la política, que es otra cosa. Ellos están ahí para ofrecer su voto al mejor postor, pero no hay un esfuerzo personal por cambiar las perspectivas de futuro. El desafío era que la gente se despertara y se pusiera a hacer.
–Bueno, ¿qué se logró de entrada?
–Armamos un proyecto de turismo rural. Logramos que algunas casas dispusieran de alojamiento, otras gastronomía. Esto, a pesar de los buenos y malos momentos, se mantiene. Logramos que el correo volviera. No era aquel correo de la añoranza, pero sí vino Andreani. Se abrió una estación de servicio, cosa inédita y no esperada en un pueblo que estaba perdiendo población...
–¿Cómo se logró alcanzar ese servicio?
–No se hizo gestión directa, pero muchas veces el rumor de que algo se está haciendo genera increíble movimiento. Así fue como a partir de hablar que sería bueno tener un espacio público como es una biblioteca, un señor donó la casa de la esquina donde no vivía más y hoy está ahí la biblioteca pública. Y en la biblioteca hoy tienen correo electrónico. Estas son las cosas que, con sus variantes en cada lugar, nos conmueven. El rumor de que algo sucede produce oportunidades que uno nunca se imagina que van a generar. La simple atención a un lugar, a su gente, el ayudarlos a transitar ciertos caminos hace que las cosas se transformen. En cierta medida, eso produce la gran indignación que uno siente aquí en Buenos Aires, ¿cómo, si el esfuerzo necesario no era tan complicado, por qué hay tantos pueblos que se están muriendo? ¿Por qué no hay más gente haciendo más cosas?
–¿Con esa pregunta usted se refiere a los gobiernos?
–Y, sí. Digamos que la visión siempre macro desde el Gobierno impide llegar a la escala de un pueblo. Pierden el micro. Cuando comenzaron a publicarse en los medios artículos sobre Responde, nos llegaron dos llamados que me sorprendieron. Eran de dos ministerios que no voy a nombrar. Querían información porque, explicaron, no tenían datos de población. En uno de los ministerios no tenían nada de lugares de menos de seis mil habitantes. El otro no tenía datos para poblaciones de menos de dos mil habitantes. Yo les dije a los que llamaron, “te perdiste la Argentina”, y me preguntó por qué. Porque el 74 por ciento de los puntos que hay en un mapa tienen menos de dos mil habitantes. Por lo tanto, dentro de lo que es nuestra labor, es un objetivo incidir sobre el Estado y articular soluciones.
–¿De dónde provienen los recursos de Responde?
–Al principio de nuestros bolsillos, para iniciar un proyecto. Ahora de varios socios, y de empresas que se están sumando. El salir a promover la recuperación de pueblos y abarcar temas que pasan por la producción, los emprendimientos, el medio ambiente, la comunicación, son temas de Estado. Pero si la existencia nuestra puede servir para que alguien empiece a hacer cosas en los pueblos bienvenido que existamos. Sin ir más lejos, posterior a nosotros aparece un plan de la provincia de Buenos Aires que se llama Volver, si bien es una propuesta diferente, pero la idea está, y un plan nacional que se llama Mi Pueblo, así que creo que algo hemos logrado en ese aspecto.
–¿Y qué problema hay si desaparecen los pueblos y la gente emigra a las ciudades?
–Ah, sí, claro, y luego tienen que dormir en la calle, o andan pidiendo una moneda en las esquinas, o tirándose sobre los parabrisas para limpiarlos. ¿De dónde piensa usted que salió esa gente? ¿Qué están haciendo? ¿Están trabajando? ¿O no será que no saben dónde instalarse y están en la calle con un montón de bultos que es todo lo que trajeron o acumularon? Algunas veces hasta están buscando comida en la basura que tiran los cafés. Esa concepción, ¿qué problema hay?, tiene sentido en países desarrollados. Ellos bendicen que la gente se vaya a las ciudades a encontrar posibilidades mejores o a educarse mejor. Seguramente usted vio la televisión que muestra colas de gente desde las tres de la mañana en los hospitales que esperan para sacar un número para ser atendidos. Eso es el resultado de una demanda urbana enorme y una oferta escasa o insuficiente. Nuestras ciudades no se están preparando para que vengan todos. Seguimos con servicios reducidos y restringidos con una población urbana que crece. Si se analiza cuánto sale un proyecto de desarrollo local en un pueblo y cómo arraiga la población, la mirada tiene que estar en el desarrollo local y no en tratar de repartir ocho millones de planes Jefas y Jefes de Hogar que nunca van a ser suficientes, dar cajas de comida o subsidios para hospitales o para gente que reclama vivienda. La gente se acerca a los centros urbanos buscando trabajo, pero no lo encuentra porque no están suficientemente educados ni capacitados. Lagente no está calificada. Estos migrantes hubieran querido ser tomados como peones de estancia. Pero resulta que ahora hay una máquina, y nadie se preocupó por calificarlos como tractoristas. Entonces surge la paradoja. El empleador en el campo no encuentra empleados calificados, y nadie se preocupa por calificar al pobre hombre en su rancho que, desesperado y sin ideas a la vista, parte para la ciudad. Volvemos al problema de la falta de educación y de capacitación. Invirtamos en educación de verdad, ¡por favor!
–¿Cómo sigue la labor de Responde cuando un proyecto culmina? ¿Cuándo tienen que decir “el martes nos vamos”?
–Si hay un corte, es con lágrimas, y abrazos de despedida, pero en realidad no nos vamos del todo de ninguna parte. Lo que hemos tenido que asegurar desde Responde es que aquellos pueblos que han sido alentados a desarrollar una actividad, y que luego no reciben los apoyos que esperábamos de la ciudad cercana, necesitan un mecanismo de consulta que perdure. Cuando las expectativas no se logran concretar, tenemos que seguir pensando cómo buscar soluciones. Lo que buscamos ahora es difundir la labor en los pueblos, en escuelas y centros sociales, para que haya un flujo de visitas y un interés creciente. ¿Por qué no alentar viajes de estudios para conocer la problemática de los pueblos? En marzo vamos a estar reinaugurando dos pueblos de Santa Fe, Godoy y Morante. Vamos a inaugurar un proyecto de turismo rural que incluye un circuito histórico cultural, posibilidad de alojamiento y comidas, y un oratorio revalorizado. Vamos a alentar que la gente vaya. Lo que queremos decirle a gente que sale a visitar, es que si le gustó ver lo que se hace en Irazusta y Parera, en Entre Ríos, luego pueden ir a conocer a Godoy y Morante, en Santa Fe. Morante tiene 80 habitantes, y depende de Godoy. Espero que este turista visite luego Catamarca, donde estamos empezando un proyecto de similares características. El trabajo en Godoy y Morante lo realizamos mediante un convenio que firmamos con la jefe comunal de Godoy, y el vicejefe de Morante. Las obras y las capacitaciones logramos hacerlas con el apoyo de Petrobras. Otra lección que hemos aprendido ha sido ofrecer los proyectos para el auspicio de las empresas. Necesitábamos alguien más que se comprometiera. Intervenimos en los pueblos de tres maneras, lo que varía es el tiempo y la posibilidad de financiamiento. Uno, es un programa de corta duración que se llama Despertar Productivo, identificamos pueblos y buscamos que nos contesten. A partir de allí los visitamos, realizamos un taller con la gente del pueblo y elaboramos un diagnóstico. Luego preparamos los proyectos que surgen de esas reuniones y que a la comunidad le posibilitará quebrantar su declinamiento. Una empresa, Cargill, nos está apoyando desde el año pasado para que lo llevemos adelante. Ello nos permite llegar a un pueblo por mes. El segundo modo de intervención son las tutorías y capacitaciones donde se compromete el gobierno local, o un grupo que quiera apadrinar el proyecto. Hemos realizado este tipo de convenios con el municipio de Salto y de Bragado. El tercer modo son proyectos de ejecución, que es cuando aparece un padrino que financia la totalidad del proyecto, como es el caso del que iniciamos en Andalhuala, Catamarca, que nos apoya American Express. Entonces llega nuestro equipo de trabajo para dirigir toda una serie de capacitaciones y pequeñas obras. Desde ya, esto sucede si primero tuvimos el consentimiento de la comunidad involucrada y la autoridad local. Queremos que quede claro que no somos apolíticos, sí somos apartidarios, porque hacemos política todo el tiempo. Pero al decir esto también enfatizo que ésta es nuestra manera desde la sociedad civil, de hacer cosas por nuestro país.

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