EL PAíS
› OPINION
Lo que es del César
› Por Mario Wainfeld
¿Quién le paga el sueldo al obispo castrense? –pregunta Página/12.
–El Estado argentino –responde sin trepidar un funcionario que sabe de lo que habla.
–¿Qué le paga, exactamente?
–Como obispo castrense percibe una retribución similar a un secretario de Estado. Le corresponden también tres o cuatro sueldos para su adjunto, su secretario o la gente que trabaja con él. También los viajes que realiza al exterior.
–¿Al cobrar el sueldo como obispo castrense, deja de cobrar el que perciben todos sus colegas obispos?
El funcionario no sabe, no contesta, no se acuerda. Lo que sí puede aseverar es que, entre varias rémoras que se remontan al fondo de nuestra historia, el gobierno nacional también paga, valga la expresión, religiosamente el sueldo de la Virgen de Luján nominada por el creador de la bandera como Generala del Ejército.
La imbricación entre la Iglesia católica y el Estado nacional alcanza niveles que no suelen tener parangón en el mundo. El salario de la Virgen, quizás el único mandato de Manuel Belgrano que los gobiernos argentinos honran en su totalidad, es todo un ejemplo.
Temerosos del poder eclesiástico, los sucesivos gobiernos han sido concesivos, esquivos, sumisos. En el mejor de los casos no saben, no contestan, no se acuerdan.
El actual gobierno tiene dos funcionarios que han resuelto defender la autonomía política del gobierno democrático, sin aterrarse ante el cuco clerical. Ginés González García y Néstor Kirchner no son, empero, dos suicidas que no miden las correlaciones de fuerzas antes de topar. Vale la pena apuntar que si el Presidente es muy dado a ir al choque, el ministro de Salud es un dirigente más ligado a los criterios convencionales de la clase política argentina, más dado a la articulación y a la negociación con las corporaciones. Más allá de diferencias de estilo, ambos saben que la Iglesia ha perdido poder terrenal no sólo acá en la Argentina sino en todo el mundo, que su postura intransigente ante las leyes de salud reproductiva y la despenalización del aborto la aleja de la vida cotidiana de los sectores populares. También saben que es posible contender con ella. Tratan de ser, eso sí, consistentes con la función que les han otorgado los argentinos, que incluye entre otras cosas no sujetar su lógica (que es política) a las presiones corporativas del clero.
No está tan claro que todo el gobierno nacional toque la misma melodía que Ginés y Kirchner. Veamos, aunque sea, un ejemplo. Es claro que Esteban Caselli, jugando adivinen para quién, es mucho más eficaz trajinando los pasillos del Vaticano que el embajador en la Santa Sede, Carlos Custer, quien (cabe suponer) expresa al Gobierno y que da toda la sensación de ser un ausente sin aviso en esta crisis.