EL PAíS
La Esso, la Shell y los radares
› Por José Pablo Feinmann
Cierta vez, un temible personaje del siglo XX que ha penetrado airoso y libre en el XXI (me refiero, ya lo sabrán, al señor Kissinger, también conocido, por medio mundo y más, como “el más grande criminal de guerra libre”, algo así como si Eichmann anduviera por ahí opinando y escribiendo columnas en los grandes diarios del mundo) dijo una de sus frases paradigmáticas, de las que hicieron historia: “Los intereses de la General Motors son los intereses de los Estados Unidos”. El hombre(cillo) sabe pensar y decir. Hay, dice su frase, una unidad esencial entre la potencia Imperial y sus empresas hipermonopólicas. Se expresan mutuamente. No se contradicen. Donde entra la General Motors entra Estados Unidos. Y donde entra Estados Unidos entra la General Motors.
Lo mismo ocurre con la Shell. Y lo mismo con la Esso y los Estados Unidos de hoy, de ahora, o sea: la Administración Bush. Si nadie se siente ofendido por la direccionalidad de la frase que me propongo escribir. Si nadie siente erizada su exquisita piel teórico-política, entonces, abierta y claramente, diré lo que ahora escribo: Donde entra la Esso entra Bush. Donde entra Bush entra la Esso. Podría decir más. Retomar la frase de Kissinger y actualizarla: “Los intereses de la Esso son los intereses de los Estados Unidos”. Observe el cauteloso lector neoliberal, el mismo que ante el espectáculo de un Estado enfrentando a una multinacional toma partido por la multinacional porque odia a los estados, a todos menos a los Unidos, que no me he atrevido a escribir cosas como: “Cómprele a la Esso. Cómprele a Bush”. No, uno es cuidadoso y busca la sutileza, no el trazo grueso. Tampoco me he atrevido ni jamás me atreveré a escribir: “Cómprele a la Esso. Dele a Bush dinero para la guerra de Irak”. ¡Horror! Debo contenerme, cuidarme. Aunque latinoamericano y argentino, aunque novelista de oficio y, como tal, literato entregado a ciertas osadías de la prosa desaconsejadas por los columnistas “serios”, no debo escribir frases que son, casi, provocativas. (Para ser sincero: por eso me gustan, porque son provocativas, pero no por provocación pendenciera, sino porque provocan la libertad de pensar con audacia, con temeridad y hasta, cómo no, con valentía. También me gustan porque siento, en la mismísima piel, que cuando mi prosa se monta sobre la audacia conceptual cobra un vuelo distinto. Más fuerte, más vivo. El lector, cuando uno escribe así, puede sentir todo tipo de pasiones: odio, bronca, resentimiento, furia, ardor, adhesión pasional. Nunca aburrimiento. Que no es, el aburrimiento, una pasión sino una hortaliza del alma. Uno, cuando se aburre, es un vegetal. Se vegetaliza. Muchos viven así. Vegetalizados.) Tengo frases todavía peores. Más provocativas. Acaso, si las escribo, despierte a uno que otro vegetal que todavía carga nafta en la Esso porque es “buena, es libre y no es, sobre todo, del maldito Estado”. Por ejemplo, veamos ésta: “Cómprele a la Esso. Cómprele a Bush y mate un iraquí”. De acuerdo: suena excesiva. Pero, ¿lo es? No me pidan que me ponga a demostrar ese silogismo porque me sería más que sencillo hacerlo. Tiene más lógica que ciertas boberías que dice la radio. La logorreica radio argentina de las mañanas y las tardes. ¡Cómo se habla ahí! ¡Con qué impunidad se opina! Analicemos mi silogismo. A) Usted le compra a la Esso. B) La Esso es Bush. C) Usted mata y tortura iraquíes.
Analicemos los silogismos que se lanzan desde la radio. Se dice (me han dicho que se dice, yo no lo podía creer, me han insistido y, si bien sigo sin creerlo, voy a utilizar el silogismo) que alguien dijo que los piqueteros que desaconsejan a los automovilistas no cargar nafta en la Esso o la Shell son, sin más, ¡la Triple A! En serio, no bromeo: alguien, parece, dijo eso. Bien, hagámonos cargo. Este es nuestro país, es la Argentina y ya sabemos cómo es: todo es posible. La Triple A se llamaba así porque se llamaba Alianza Anticomunista Argentina. De donde el silogismo se armaría de este modo: A) La Triple A ataca a la Esso. B) La Triple A se creó para atacar a los comunistas. C) La Esso es comunista. No sé si a usted le pasa lo mismo, pero hay algo que, creo, “no cierra”, como suele decirse. Si la Esso fuera comunista lo ha disimulado con una eficacia admirable. Tanto, que bobos como yo (y como muchos otros) siempre creyeron que era uno de los máximos pilares del capitalismo. La Triple A fue peronista. De aquí que estos brillantes pensadores radiales se la adosen a Kirchner, que, dicen, también es peronista. Kirchner estaría atacando a la empresa comunista Esso con las bandas facho-peronachas de la Triple A. Todo, no obstante, se complica. La Triple A, entre otras tristísimas atrocidades, mató a los peronistas Ortega Peña, Carlos Mugica, Atilio López y Julio Troxler. Este, este querido y llorado militante popular, era el único (leyeron bien: el único) que se había salvado de la matanza clandestina pero “democrática” y “libertadora” de José León Suárez en junio de 1956, día 9. Rodolfo Walsh escribió (¡qué buena literatura tiene el “zurdaje” de este país, y cuánto más frondosa sería si no mataran a sus autores!) Operación Masacre en base a esa matanza, que prefiguró las que vendrían. Troxler, que se salvó de los “democráticos” del ’55, es acribillado por la Triple A –¡desde el peronismo!– en el ’74. Como se ve, esta país se obstina en ser complicado. De modo que habría que cuidarse de decir pavadas. Por decirlo claro: la Triple A mataba comunistas.(O “peronistas zurdos”, que eran los comunistas más temibles, porque los otros... bue.) La Esso, de comunista, nada. Conclusión: los que hablan con el clientelaje de Bush y le dicen “¿por qué no carga en otra parte?” no son, no pueden ser comunistas. Son militantes populares al servicio de una causa de la nación. Las causas son “nacionales” cuando son causas en las que un país se defiende de la voracidad de las empresas no nacionales, multinacionales, monopólicas, hijas del Imperio que viven a su sombra y destinan sus ganancias (gran parte de ellas) a las guerras de ese Imperio que son las suyas. Bush, en Irak, lucha por el petróleo de la Esso. Si usted cree que esa campaña es justa. Que responde a los objetivos estratégicos de la Cruzada contra el Eje del Mal, cómprele a la Esso, amigo. Estará luchando contra Osama y el terrorismo internacional. Vea qué fácil es. Ahora cargar nafta –esa idiotez– lo transforma en un guerrero de la civilización occidental. En un cruzado. Qué poco le costó. Vuelva a su casa. Reúna a sus hijitos y cuénteles: “Hoy, papá luchó contra el terrorismo. Hoy, papá lo cacheteó a Osama”. Sus hijitos, hoy, acaso lo miren con súbita admiración. Mañana, nadie sabe. Por ahí, quién le dice, lo escupen. Le dicen: “No lo cacheteaste a Osama, le diste guita a Bush”. La vida es así: da sorpresas.
Kirchner no es Chávez. No se asusten tanto. No es milico. Es personalista. Hay cosas que toma entre sus manos. Mete el cuerpo y a pelear. ¿Digo algo? Cuando hace estas cosas, a mí me gusta. No las hizo Menem, que se humillaba ante Bush. No las hizo De la Rúa, que no podía humillarse ante nadie porque él era, en estado puro, la humillación, su abismo más profundo. Escasamente las hizo Alfonsín, que tuvo buenos momentos. Cuando le contestó a un cura insolente en la Catedral. Cuando hizo el Juicio a las Juntas. (No vengan aquí con lo de la Obediencia Debida y Punto Final. Eso fue después. Cuando Alfonsín juzgó a las Juntas hizo eso, las juzgó. En ese momento, en ese exacto momento de la Historia, fue un grande. ¿Cuántos políticos en este país estragado tuvieron, al menos, un momento de grandeza? Perón el 17 de octubre. Bueno, añádanle al hombre de Chascomús ordenando el Juicio a los matarifes. En ese momento fue increíble. ¿Lo habrían hecho Luder y Herminio? ¡Por favor! ¡Ministerios les habrían dado! ¿Que no se trasmitió por TV? No se podía. La relación de fuerzas no daba. Pero se vio. Y se imprimió y se pudo leer.)
Hay que respaldar al Presidente en esta causa. No se lo puede dejar solo. Tampoco le está pidiendo mucho al “pueblo de la patria”. Apenas que en lugar de ir a un surtidor vaya a otro. Miren qué fácil nos viene la historia, el compromiso, el riesgo. ¿No los conmueve el bajo costo de la gloria en estos tiempos? ¡Es tan fácil todo! Si usted quiere luchar contra Osama, el terrorismo, vengar las Torres y ser un héroe del choque de civilizaciones, ¡carga nafta en la Esso y ya está! Si usted quiere ser un patriota, revivir a Mosconi, a Scalabrini, a Jauretche y hasta recordar el poderoso artículo 40 de la Constitución del 49 (que Salvador Allende incorporó a la socialista de Chile), ¡no carga nafta en la Esso! Ahora, seamos francos: que nadie se la crea. Ser un protagonista de la historia no siempre será tan barato. Se vienen tiempos negros. Se viene Rumsfeld. Se viene Rumsfeld con los radares. No bien Rumsfeld clave un radar en territorio argentino, la Argentina entra en guerra con el terrorismo. Igual que con Menem. No hay diferencias. Lamento dar malas noticias. Pero un radar del Imperio Global en territorio nacional es el exacto paralelo de los barcos que Menem mandó al Golfo y costaron el costo sanguinario, demencial de la AMIA. Quiero creer que Kirchner está ensayando. Preparándose para lo peor. Que decirle no a la Shell y a la Esso. Que decirle no a las petroleras de los grandes imperios será el prólogo, el adiestramiento, la preparación indispensable para decirle NO a los radares de Rumsfeld. Los radicales antipersonalistas de Forja, que eran neutralistas, decían: “Los argentinos queremos morir aquí”. Podríamos, hoy, decir: los argentinos queremos formar parte de nuestras propias guerras. Y queremos, sobre todo, no tenerlas. Crecer y vivir en paz. No queremos ser víctimas de guerras ajenas. Si queremos radares los pondremos nosotros. Y, entre otras cosas, para cuidarnos de usted, señor Rumsfeld. Si Kirchner se mete en ésta (que es mucho más ardua, difícil que la guerrita de los surtidores) habrá que seguirlo. Y si se mete bien, con coraje, con pelotas. Y si se mete, no solo, sino con toda Latinoamérica rechazando los radares bélicos del Imperio Petrolero, la historia ya no nos va a venir tan fácil y el costo de la gloria exigirá algo más que ir de un surtidor a otro, dejar una propina y volver a casa. Exigirá, entre otras cosas, sacudirse el miedo, ese fantasma que la dictadura nos metió en el alma, y salir a la calle, a la luz, al riesgo.