EL PAíS
Los senadores del PJ perdieron los pruritos y el alma en la madrugada
En la madrugada de ayer, los senadores peronistas, al comprobar que no les alcanzaban los votos, decidieron apoyar un proyecto de derogación de la subversión económica de dos procesistas.
› Por Felipe Yapur
El FMI contento. Domingo Cavallo, Carlos Rohm, Pedro Pou, Raúl Moneta, todos procesados por la ley de subversión económica, también. Es que anoche, a las 3.45, cuando sólo quedaban alrededor del Senado vallas y decenas de policías, la mayor parte del bloque del PJ no dudó en hacer gala de su pragmatismo más visceral al cambiar su posición y votar la derogación de la ley que promovían el bussista Pablo Walter y el renovador salteño Ricardo Gómez Diez. La razón, como explicó el menemista Miguel Pichetto, fue que no conseguían los dos votos que les faltaban para aprobar su proyecto de reforma que habían consensuado con el ministro de Economía, Roberto Lavagna. Sin cargo de conciencia, al menos visible, la mayoría del PJ levantó la mano, derogó la ley sin importarle el bochorno, la polémica y mucho menos que la senadora del PJ, Cristina Kirchner, les gritara a voz en cuello que “esto es una muestra más de la corrupción política”. El resultado fue ajustado, 32 a 30.
Si bien el debate transcurrió durante diez horas, las dos últimas fueron las más febriles y tensas de los últimos tiempos. Durante ese lapso hubo negociaciones dentro y fuera del recinto, nerviosas comunicaciones telefónicas con el presidente Eduardo Duhalde, pero sobre todo, infructuosos coqueteos a distintos legisladores para que acompañaran la iniciativa del PJ.
Nadie, ningún senador del radicalismo, del Frepaso e incluso del justicialismo estaba al tanto de la iniciativa que impulsaban Walter, de Fuerza Republicana, el partido del genocida Antonio Bussi, y Gómez Diez del partido Renovador que dirige el ex gobernador de la dictadura Roberto Ulloa. Son dos senadores sin peso político dentro del recinto. Pero ayer, sorpresivamente, se transformaron en la razón, la causa y el objetivo más importante del oficialismo.
A la 1.30 comenzó a sonar con insistencia el timbre que llamaba a votar. El desenlace parecía inminente. Sin embargo, el presidente del cuerpo, Juan Carlos Maqueda, detuvo el reloj que controla el tiempo de los discursos y dejó hablar a los legisladores, sin importar la posición que tuvieran con tal de que los suyos consiguieran las dos voluntades que necesitaban. Una tarea que no iba a resultar nada fácil.
De los 38 peronistas presentes, ocho votaban contra la iniciativa oficialista. De este modo la oposición conseguía 30 votos que se resistían a tocar una coma de la ley 20.840. En un rincón del hemiciclo, al lado de la bancada radical, estaban sentados uno al lado del otro Walter y Gómez Diez. Los radicales, encabezados por el pampeano Juan Carlos Passo, habían intentado sumarlos, pero ellos insistían en votar su propio proyecto de derogación. La tozudez de los provinciales exasperaba a Passo que se quejaba: “Me faltan dos votos, sólo dos”. Lo mismo pensaba López Arias y desde su banca miraba a Gómez Diez, su comprovinciano. No lo dudó. Se levantó, miró al salteño y le hizo una seña, quería hablar con él.
El reloj del recinto marcaba 1.45 cuando se encontraron en un pasillo oscuro cercano a las bancas. López Arias hablaba, gesticulaba. Gómez Diez, para desdicha del peronista, por ahora decía no.
A las dos de la mañana, los discursos se sucedían sin que nadie les prestara atención. El radical Raúl Baglini hablaba. Gómez Diez volvió a levantarse de su banca, caminó hasta una de las puertas, giró y miró a López Arias, quien salió disparado hacia otra salida del recinto. Al mismo tiempo, Luis Barrionuevo le tocó el hombro a Jorge Busti, llamó a Jorge Yoma y a Marcelo Guinle, los tres que se negaban a votar la modificación y la derogación. En el salón Rosado, Barrionuevo junto a Gioja intentaron torcerles el brazo a sus colegas de bancada. No lo lograron.
Transcurrieron 20 minutos de las dos. Gómez Diez regresó a su banca, cuchicheó con Walter, revisó sus papeles, releyó su proyecto. Le dijo altucumano: “Nosotros votamos nuestra propuesta. ¿Estamos?”. Walter asintió. El salteño no terminó allí y sorprendió al bussista: “Quieren votar nuestro proyecto”. En la bancada peronista había nervios; la duhaldista Mabel Müller era la más inquieta, la más molesta, su rostro daba cuenta de ello. A las 2.24, Jorge Capitanich, recién regresado al Senado, pronunció su primer discurso como legislador. Nadie lo escuchó.
Müller parecía no dar más. A las 2.26, tomó aire, se levantó, pensó un segundo y se dirigió hasta las bancas de Raúl Alfonsín y Carlos Maestro. El ex presidente la recibió con las manos abiertas y una sonrisa, pero luego su cabeza dijo no. La duhaldista se quedó fría, en silencio. De regreso a su banca arrancó los lentes, tomó su agenda y su teléfono celular. Le dijo a Gioja que hablaría con alguien del gabinete. Cinco minutos más tarde, le anunció “hay que sacar la ley hoy, como sea. No nos puede pasar lo mismo que en Diputados que ni siquiera hubo sesión”. El sanjuanino la observó, la escuchó y asintió. Inmediatamente habló con López Arias, quien a su vez habló con Sonia Escudero. La legisladora de Salta, sin dudarlo, se dirigió hasta Gómez Diez, cruzó el recinto con una amplia sonrisa, saludó a los radicales con deferencia. Habló con el salteño y con mucha cortesía le pidió el proyecto. “Lo tenemos que consensuar”, le dijo casi susurrando. Le anunció que pedirán un cuarto intermedio. Eran las tres menos veinte.
A las 2.45 Gioja pidió un cuarto intermedio, los radicales se negaron. Mientras Maestro hablaba, advirtió sobre los riesgos de derogar o modificar la norma. Habló de los posibles desprocesamientos y los costos políticos que producirán. Los justicialistas no lo escuchaban; Gioja en voz alta les dijo a todos: “Vamos con el de Gómez Diez, ¿estamos?”. Maestro finalizó, era el turno de López Arias, quien había cambiado su ceño fruncido por un rostro más distendido. De todas formas no dejó de quitarle la mirada a Gómez Diez. Sin rodeos, el justicialista anunció el cambio de posición de su bloque. La razón de la cabriola fue contundente: “Prefiero que me acusen de haber dejado a alguien libre y no que me acusen de haber abortado la esperanza de crecimiento de la Argentina”. Sin embargo, 30 segundos antes había afirmado que “la derogación o la modificación de la norma no significa la impunidad ni el desprocesamiento de nadie”.
Maqueda, muy nervioso, hizo votar la norma y cometió un error: luego de dar a conocer el resultado levanta la sesión en vez de pasar a cuarto intermedio. Antes, uno a uno, los peronistas Busti, Yoma, Guinle, Liliana Negre, Néstor Ochoa, Graciela Bar, Cristina Kirchner y Nicolás Fernández, dejaron sentado su voto negativo. Pero ya nada importaba; Eduardo Menem junto a Gioja y Pichetto sonreían. Pocos después, el rionegrino reconocía ante los periodistas su pragmatismo: “Había que sacar la ley, no teníamos los votos y entonces cambiamos. Así es la política muchachos”, dijo mientras encogía sus hombros. Muy cerca de allí, Baglini reconocía que lo sucedido “hace tambalear la alianza con el gobierno”.