EL PAíS
› DUHALDE JUEGA SUS CARTAS ANTE LOS EMPRESARIOS PARA IMPEDIR QUE LO ARRASTRE LA DEVALUACION
“Muchachos, o me ayudan o se van conmigo”
Desde el momento en que se dio cuenta de que sería Presidente y que la devaluación era inevitable, Duhalde se fijó una estrategia para frenar el posible estallido económico. Cómo programó la relación con los grandes grupos empresarios, los acuerdos políticos y el rol del FMI.
› Por Sergio Moreno
“Muchachos: o ustedes me ayudan o se van conmigo.” Eduardo Duhalde repitió ayer la frase tantas veces que, por la noche, había mutado en muletilla. El Presidente recibió junto a sus principales ministros, uno por uno, a los caciques de las grandes corporaciones de alimentos, farmacéuticas, siderúrgicas, privatizadas, bancarias y petroleras por un lado, mientras que otra parte de su staff negociaba con los enviados de los gobernadores de las provincias. El objetivo era comenzar a levantar una barrera de contención ante los posibles efectos de la devaluación –inflación, desabastecimiento, incremento de las tarifas de servicios– usando como paraguas la fragilidad de la situación nacional y como argumento ofensivo la aprobación de la ley de emergencia económica (que terminará de votar hoy el Senado). Su estrategia comenzó tres días atrás, cuando el bonaerense decidió que Jorge Remes Lenicov sería su ministro de Economía y que la devaluación era el salto que había que pegar, sin caer en el enorme precipicio que la rodea.
El miércoles 2 de enero Duhalde comenzó a definir su gabinete. Jorge Remes Lenicov dejó de ser una percepción para transformarse en titular de Hacienda. Horas después se produjo el sorprendente salto –sin retorno– de Carlos Ruckauf desde la gobernación bonaerense hasta el Palacio San Martín. El flamante mandatario fue claro con los dos: “Yo hablo con los presidentes extranjeros, vos (dijo a Ruckauf) hablás con los cancilleres y ministros de Economía y vos (a Remes) con los organismos internacionales. Hay que explicar lo que vamos a hacer, que no habrá sorpresas ni marcha atrás. Pero con los grandes empresarios no habla nadie hasta que no tengamos la emergencia encarrilada”, ordenó. “Si lo hacemos –explicó lo que ninguno necesitaba que explicase–, el lobby nos deja nockaut.”
La siguiente decisión fue lo que en el Gobierno dieron en llamar “sincerar la devaluación”. La ley de emergencia económica que ayer estaba siendo tratada en Diputados (ver página 5) y hoy será aprobada por Senadores fue la cristalización del sinceramiento de marras. Pero antes del debate parlamentario, el fantasma de la disparada de precios se corporizaba en las góndolas, mientras recrudecían los aprietes de los sectores de la economía más perjudicados con las nuevas medidas, que ya habían trascendido en los diarios.
Nadie en el Gobierno desconocía que la devaluación traería efectos traumáticos. La cuestión era cómo morigerarlos. “Vamos a trazarnos una estrategia de coherencia, con calma –explicaba didácticamente a sus pares uno de los ministros más decisivos del Gabinete–. Cuando se devalúa en medio de este contexto, con las restricciones que tenemos en el crédito y el desastre de esta crisis, entramos en un camino más que fino que podría terminar en hiperinflación y/o hiperrecesión.” Cuando el disertante vio que las caras de sus contertulios viraban hacia un tono cetrino, bajó un poco el tono. “No vamos a hacer locuras; vamos a convencer a la gente y a los mercados, vamos a mostrar nuestras pautas fiscales, ordenadas y prolijas”, anunció. La audiencia se alivió apenas un poco.
Lo que viene
El Gobierno ya tiene decididos los siguientes pasos:
u Iniciar la renegociación de la deuda externa con los organismos financieros internacionales sobre la base del plan trazado y explicitado en la ley de emergencia económica. Cuando las medidas comiencen a funcionar, el equipo económico viajará a Washington para “mostrar lo hecho”, según dijo a Página/12 un miembro del Gabinete. “No vamos a hacer la de (Domingo) Cavallo que iba a Estados Unidos, mentía, prometía y no cumplía nada”, abundó.
u Plantear las pautas de crecimiento. En Olivos imaginan un mix de políticas ortodoxas (fiscales, monetarias) y heterodoxas (renegociaciones de contratos, salida del tipo de cambio). “Pero la base para realizar cualquier cálculo de crecimiento se establecerá cuando tengamos un horizonte certero, o lo más certero posible, sobre la renegociación de la deuda”, aclaró otro ministro a este diario.
El resultado de la votación por la que lo eligió la Asamblea Legislativa, y el acuerdo parlamentario por el que se daba media sanción anoche a la ley de Emergencia, le permiten a Duhalde confiar en que el entramado político que lo apoya es lo suficientemente firme como para aguantar el chubasco, siempre y cuando no se transforme en huracán. Para el Gobierno, llegó el momento de armar otras redes. La primera, con los sectores empresarios que, a la larga, podrían obtener beneficios de la normalización de la economía. Para ello, el Presidente se ha lanzado a construir un diálogo público y privado que comenzó el mismo día de su asunción. La segunda, es la de contención social “con la gente”, tal como la enunciaron ayer ante Página/12 desde Olivos. “La primera señal, no menor, fue transmitir el claro mensaje de que nos plantamos firmes ante las presiones de las corporaciones; y el paso siguiente es trabajar fuertemente en la deuda social. Eso es lo más complicado”, ensayó uno de los ministros consultados por este diario.
La larga fila
“Hasta que no aprueben la ley, no hablamos con las corporaciones”, había ordenado Duhalde en aquella reunión con Ruckauf y Remes Lenicov. El sábado lluvioso trajo, además de brisas refrescantes, la certeza de la aprobación de la emergencia. Fue entonces que se abrieron las puertas de Olivos, para los hombres del poder económico de la Argentina.
Duhalde había convocado, muy temprano, a un gabinete de crisis. Remes Lenicov, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, el secretario privado y hombre de confianza José Pampuro, el ministro del Interior, Rodolfo Gabrielli, el titular de la SIDE, Carlos Soria, el secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández y el vocero Eduardo Amadeo, revisitaron los diarios y un sondeo encargado al consultor duhaldista Julio Aurelio. “Estamos tranquilos. La gente ha recibido bien las medidas”, coincidieron con alguna autoindulgencia los contertulios.
Entonces comenzó el maratón de reuniones. Capitanich y Gabrielli atendieron a empresarios del Grupo Productivo, y a los delegados de los gobernadores que se subdividían en dos grupos: los de las provincias petroleras (todas la patagónicas más Mendoza y Salta) y los de las provincias más endeudadas. Las primeras pedían por las regalías petroleras que, entendían, serían desagiadas por la devaluación. El representante de Santa Cruz sostuvo que debían aumentarse.
–No –lo cortó Capitanich–, no las vamos a aumentar pero tampoco las vamos a pesificar. Las petroleras deberán pagarles en dólares.
Los funcionarios provinciales casi lloran de alegría.
A sus colegas de las provincias chicas y endeudadas, aquellas que sobreviven con la coparticipación federal pero la tienen embargada por las altísimas acreencias, no les fue tan bien. Imploraron por la pesificación de las deudas de marras. Los funcionarios les transmitieron la negativa del equipo económico. “Es imposible –los descorazonó uno de los dos ministros–, pero vamos a hacer todo, hasta la imposible, para atenuarles la situación.” Una palmadita en la espalda.
Mientras, Duhalde, flanqueado por Remes Lenicov, comenzó a atender. Había fijado 30 minutos por entrevista. Pero el tiempo se le escurrió ante lo detallado de su relato sobre la gravedad de la situación. Ante cada ansioso invitado, el Presidente repetía: “No hay marcha atrás con la ley. O me ayudan o se van conmigo”.
Desde Alberto Alvarez Gaiani, de la COPAL (la cámara que nuclea a la industria de alimentos, bebidas y supermercados), hasta farmacéuticos, siderúrgicos, azucareros, harineros, privatizadas, banqueros y petrolerosescucharon el salmo. Los petroleros tendrán otra chance hoy, por expreso pedido del presidente del gobierno español, José María Aznar (ver aparte).
Duhalde se extendía en sus exposiciones y aumentaba la crudeza de su relato cuanto más duro se ponía su interlocutor. Afuera del chalet, se había formado una cola casi tan larga como las que hoy distinguen a las sucursales bancarias.
“Los más duros son los bancos, los petroleros y los de las privatizadas. Los banqueros son, directamente, gurkas”, confesó un importante funcionario a Página/12.
Otro de ellos, dijo a este diario: “Lo importante de la coyuntura son los precios y tarifas; después habrá que ver cómo reacciona la economía en las próximas semanas. Estamos dispuestos a morir en el intento para que esto no explote”.
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