Sáb 16.07.2005

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Crucigramas

› Por J. M. Pasquini Durán

Treinta partidos inscriptos en la Capital, otros tantos en la provincia de Buenos Aires, cerca de una veintena en Santa Fe, en el país suman alrededor de ochocientos. Una atomización semejante, aun con sus cuotas de oportunismo o de “gatopardismo”, no puede explicarse sino como la proyección resultante del colapso ocurrido en diciembre de 2001. Es, también, una obra incompleta, ya que los múltiples fragmentos de ese abigarrado mosaico multicolor no tienden a formar conglomerados nuevos, sustitutivos de la bipolaridad existente al momento del Pacto de Olivos, hace apenas once años, cuando Menem y Alfonsín, PJ y UCR, alcanzaban para reformar la Constitución nacional y diseñar una arquitectura institucional que pretendía prolongar hacia el futuro esa asociación de pareja. El futuro es hoy y esas condiciones ya son insuficientes para expresar las demandas de la ciudadanía y las complejidades de la sociedad. Los trámites de la renovación no son sencillos en ningún lado: en Chile concluyó esta semana la tarea de modificar la ingeniería constitucional que había legado la dictadura de Pinochet y recién ahora, después de diecisiete años, el gobierno de Ricardo Lagos considera que está terminando la transición de la dictadura a la democracia. Durante ese período, casi dos décadas, Chile no tuvo que remontar picos de crisis como los que sufrió la Argentina en el mismo plazo.
Dado que la sustitución de la vieja política está en su fase más temprana o, si se quiere, está verde todavía, los síntomas visibles del próximo escenario electoral presentan rasgos predominantes de continuidad más que de cambio. Atrapados en esa lógica, los analistas suelen recaer en visiones del pasado para mirar a través de la niebla que oculta al futuro. A la vez, los relatos históricos suelen construirse “en términos ‘panperonistas’ –y, con frecuencia, antiperonistas, exactamente simétricos al exaltado elogio de esa tradición que realizan algunos de sus adherentes– como si las tragedias nacionales se dejaran explicar sin el concurso de fuerzas ajenas y a veces violentamente enfrentadas al peronismo y, en segundo lugar, con cierta prescindencia del significado y las proyecciones políticas de la crisis de fines de 2001” (E. Mocca, El pasado no explica la política, Club Socialista). Así, el ciudadano corriente, los menos, que se detiene a mirar o escuchar el fragor de las confrontaciones electorales puede llevarse la impresión de que su propia vida está en juego en el distrito bonaerense o en el resultado de la puja entre Kirchner y Duhalde.
A eso contribuye el Presidente, por cierto, ya que a diario hace referencias al tema desde cualquier tribuna, mientras la candidata, Doña Cristina, guarda recatado silencio entre intermitentes apariciones de espectáculo. Esa insistencia presidencial en dedicar parte de sus discursos a la contienda electoral, en particular a la puja intestina del PJ, resulta excesiva si se la compara con otros temas de la agenda que tienen directa influencia sobre el cotidiano de la población. La relación de precios y salarios, por ejemplo, tiene el espesor suficiente para que no quede restringido a los ámbitos de Roberto Lavagna y Hugo Moyano. Sin negar la importancia que puedan tener los resultados de octubre para el poder presidencial, sobredimensionados a la condición de plebiscito por el propio Kirchner, sería refrescante que el asunto quedara en manos y bocas de los candidatos, a los que nadie está obligado a escuchar. En todo caso, el Jefe del Estado debería confiar más en su obra que en la elocuencia discursiva para responder a sus expectativas por los votos.
Por el lado de la oposición, en el recuento de última hora hay que incluir al duhaldismo, cuya candidata principal, Doña Chiche, ya fue derrotada en otro momento por Graciela Fernández Meijide, a la que se acusaba, como ahora a Doña Cristina, de ser ajena a la provincia de Buenos Aires. En rigor, los discursos de la candidata duhaldista la ubican en el espacio de la derecha, ya que apoya los pagos puntuales al Fondo Monetario Internacional (FMI) y repudia la reivindicación oficial de los derechos humanos. Con su obsesión por olvidar el pasado, Doña Chiche parece representar al partido de la cruz y de la espada en sus acepciones más antiguas. Por lo menos, Kirchner propone para adelante la formación de dos grandes coaliciones, una hacia la derecha y otra hacia la izquierda, partiendo del centro, aunque todavía está atrapado en las añejas alianzas del PJ, con algunos soportes que tienen la consistencia del humo. El duhaldismo, en cambio, está aferrado a lo que fue suyo, al cacicazgo territorial, con la convicción de que el pobrerío vota por el escudo, sin ninguna consideración por lo que recibieron durante todos los años de gobierno peronista en el distrito y de lo que aprendieron en las luchas del movimiento social. Para salir de dudas, habrá que esperar trece semanas más.
Uno de los datos llamativos de la competencia discursiva con mayor difusión mediática es la contradicción entre el reconocimiento de la interdependencia en la mundialización y, a la vez, el absoluto sigilo para mencionar en público los asuntos que conmueven al mundo. Los atentados en Londres merecen mucho más que una condolencia por las víctimas, ya que, por ejemplo, sus autores materiales eran jóvenes con vidas equiparables a las de muchos coetáneos argentinos. Esta última tragedia, aunque parece consolidar las posiciones más conservadoras en nombre de la seguridad interna, revelan otro fracaso de la coalición Bush-Blair que sostienen su cruzada para garantizar seguridad a sus pueblos y al planeta entero. Es evidente que la presencia invasora de 140 mil soldados no consigue estabilizar los órdenes internos de Irak y Afganistán pero, además, cuando amagaban contra Irán vino el triunfo en las urnas del ala iraní más radical y antinorteamericana. Washington y Londres invadieron uno de los principales productores de petróleo y están pagando los precios más altos de la historia, mientras Moscú y Pekín acaban de firmar acuerdos de cooperación que incluye la provisión de hidrocarburos siberianos.
En el paisaje latinoamericano, basta repasar el último quinquenio para advertir que las premisas del Consenso de Washington, el “pensamiento único” de los ’90, han perdido el peso específico que tenían. Eso no significa que los pilares económicos del templo conservador estén quebrados o siquiera en trance de estarlo. La consistencia de la acumulación lograda en el último cuarto de siglo por las corporaciones económicas y la debilidad de los nuevos gobiernos “del cambio” están llevando a la quiebra a muchas ilusiones. El gobierno de Lula en Brasil está pasando por uno de sus momentos de mayor debilidad. Según el profesor Emir Sader, “a la oposición no le interesa un impeachment, que podría dar a Lula la condición privilegiada de víctima y posibilitaría que él movilizara los sectores populares que siguen demostrando simpatías por él. Interesa a la oposición sangrar a Lula hasta abatirlo en las elecciones del año que viene [...] Hoy no se golpea las puertas de los cuarteles, pero son los agentes de la especulación financiera los sujetos de los golpes contemporáneos”.
Esta última afirmación se confirma en la actualidad uruguaya, porque el anterior gobierno de Jorge Batlle apuntaló con miles de millones de dólares a bancos que habían sido vaciados en el marco de una política dictada desde el exterior, pero esos fondos terminaron fuera del país, por lo que ahora el ministro de Economía, Danilo Astori, puede afirmar que Uruguay tiene la mayor deuda externa per cápita del mundo. Es una de las anclas que tendrá que remontar la administración de Tabaré Vázquez si quiere despegar antes que las manifestaciones de estos días se propaguen a los diferentes sectores de la población que pasa necesidades urgentes. De lo contrario, antes que se den cuenta, las expectativas por la acción de gobierno del Encuentro Progresista superarán los logros obtenidos. Los nuevos gobiernos en la región tienen que luchar con los lastres del pasado, pero no tienen tiempo para aprender a administrar el Estado, sin un desgaste brutal. Los que dicen saber de estas cuestiones aseguran que un gran dirigente se muestra en los momentos de crisis y su capacidad se revela, antes que todo, distinguiendo los adversarios de los aliados. También aseguran que para no hundirse en el fango tienen que salir hacia algún lado, aunque a veces ni siquiera pueden elegirlo.

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