EL PAíS
› RITA VAGLIATI CUENTA LA VIDA DE UNA FAMILIA CON PADRE REPRESOR Y MADRE “LOCA”
“Mamá decía que papá era el Demonio”
La mujer que va a cambiar su apellido para no llamarse más como su padre represor y torturador hace un crudo relato de “cosas de mi mamá loca”, del “agujero negro” en que vivía por las mentiras y de cómo aprendió marxismo con los libros que el padre saqueaba a los desaparecidos.
Por Carlos Rodríguez y Carolina Uribe
“Mi mamá estuvo internada en un psiquiátrico y mi temor siempre fue volverme loca como ella. Hoy pienso que no tiene nada de malo parecerme a ella, porque adoro un montón de cosas de mi mamá loca, porque fue capaz de hacer cualquier cosa para salvarnos a mí y a mis tres hermanos.” Rita Vagliati, como ella quiere llamarse en homenaje a su madre, Juana Vagliati, y para salir del “agujero negro” en el que estuvo encerrada, está dispuesta a romper con el estigma del apellido paterno, heredado de Valentín Milton Pretti, el comisario que secuestró y mató durante la dictadura militar. Sin pregunta previa y después de largo tiempo de pedir reserva sobre ese aspecto de la personalidad materna, reivindicó la saludable locura de Juana: “Mi familia siempre anuló a mi mamá loca, y ella era admirable. Mi papá, ante mis estallidos de enojo por lo que él era (un torturador), siempre planteaba como justificativo que yo sufría ‘de los nervios’, como mi mamá”. En un largo diálogo con Página/12, acompañada por su terapeuta Emilio Montilla, la joven recordó que los primeros libros sobre marxismo los leyó en su casa, donde llegaron porque su padre los había saqueado del domicilio de personas que están desaparecidas.
Según un relato de mamá Juana, en 1976 el comisario Pretti llevó a la casa familiar de Temperley a un joven, Gabriel, que habría estado en el centro clandestino conocido como El Pozo de Banfield y que hoy estaría desaparecido. Rita recuerda que su madre, “en sus delirios místicos, decía que había que optar con quién estar para salvar al mundo del Apocalipsis, con Gabriel, que era Jesucristo, o con mi papá Milton, el Demonio”. El propio Pretti reconoció ante Rita la existencia de Gabriel, que tenía un apellido judío y era hijo de un amigo de la familia, pero nunca le confirmó “si estaba muerto o si había viajado a Israel”.
Montilla fue el terapeuta de Rita hasta hace un año y con él fue que decidió hacer público su pedido al Poder Judicial para cambiar de apellido. “Ella quería desarrollar su vida como periodista (se recibió en la Universidad de Lomas de Zamora) y quería cerrar el ‘agujero negro’ que significaba su apellido a la hora de la exposición pública, por eso decidimos hacer el pedido”. Rita recuerda que cuando la eligieron como candidata a presidenta del centro de estudiantes, su primera angustia fue “sentarlos y decirles, yo soy fulana de tal. ¿Ustedes están seguros?” El apellido “era su trauma”, confirma Montilla.
La cuestión se agravó luego de la muerte de su mamá, Juana, en 1997. Rita, que vivía sola en su casa de Temperley, temía tener que volver a compartirla con él. “Con Emilio trabajamos muchísimo el miedo de ser como mi mamá, una mujer oprimida por un hombre como mi papá. El tema de la locura estaba muy planteado en mi familia. Yo era la mujer y heredaba todas las enfermedades de mi mamá. Mi familia trabajó en esto, cualquier actitud de ‘Ana Rita’, es porque ‘Ana Rita es especial’.” Con su terapeuta logró romper con el trauma de parecerse a su mamá. “¿Qué tiene de malo eso? Hay un montón de cosas que adoro de mi mamá loca porque ella es la más admirable de toda mi familia.”
Cuenta que “en lo económico, que es lo que más respeta esta sociedad patriarcal, mi mamá loca era capaz de hacer lo que sea para mantenernos. Cuando estaba bien, no podía hacer nada, pero estando loca y a pesar de su ceguera, porque no veía casi nada, se fue a Miramar para conseguir el dinero necesario y todos los días viajaba, ciega, a la Capital Federal. Mi mamá era muy audaz estando loca”. En ese punto, Montilla refuerza la idea: “Juana, a pesar de todo, tenía una lucidez absolutamente descarnada, pero enorme”. Para el psicólogo, “la ternura de Juana fue para Rita la fuga de ese agujero negro, fue como una pared blanca donde empezar a escribir otra historia. La locura como una posibilidad, no como la muerte”.
Rita, que tuvo y tiene militancia en agrupaciones de izquierda, recuerda que su “primer contacto con el pensamiento marxista” fue a través de su madre, quien había guardado libros como “el diccionario marxista-leninista o las actas tupamaras. Mi mamá me dijo que me los quedara y después entendí que esos libros eran de desaparecidos y algunos hasta tenían dedicatorias. Esos libros los había traído a casa mi papá”. Con una sonrisa, como siempre que habla de su madre, cuenta que ella “en su locura un día se puso a limpiar y tiró todo, muebles, libros, plantas. Pasó un botellero, le dio todo eso y 300 pesos”.
El saqueo no sólo fue obra de los represores de la dictadura. Montilla, quien hizo una investigación sobre asesinos seriales, explica que “ellos también siempre se llevan algo de la víctima, como si fuera una medalla, un trofeo”. El comisario Pretti, además de las denuncias por el secuestro y la tortura de personas que estuvieron en varios centros clandestinos de detención, tenía varias acusaciones por extorsionar a los familiares de desaparecidos. “A mí sólo me dejó deudas (al morir el 11 de abril de este año), pero soy consciente de que mi viejo manejó mucha guita en ese tiempo. El era un magnate para afuera de mi casa, pero no para adentro.”
“Yo fui una chica de clase media, estudié en colegios privados, pero al mismo tiempo, a veces debíamos dos o tres cuotas porque no teníamos dinero. Recuerdo momentos en los que comíamos tortas fritas con mate cocido, mientras mi papá se aparecía dos por tres con un auto nuevo. El siempre estaba impecable. Le dejaba la mitad del sueldo a mi mamá y él se quedaba con la otra parte, pero nosotros éramos cinco. Además, él tenía los delirios de tener niñeras, mucamas, pero cuando mi mamá se enfermaba teníamos 800 pesos de deuda en el almacén.”
La familia vivió situaciones “de mucho delirio de guita” y otros “de muchísima pobreza”. Eso hacía que Juana tomara precauciones, en los buenos tiempos, para cuando llegaran los malos: “Cuando mi mamá murió, encontramos una lata de aceite de oliva en el placard, que ella guardaba para algún momento especial. También escondía paquetitos con plata, restos de la venta de una propiedad para pagar deudas”.
Rita se apena porque Juana “se murió sin disfrutar de la ropa nueva que tenía y que yo estuve un año sin poder tirar”. Como siempre, el recuerdo tiene la contraparte del padre: “A veces se aparecía con camisetas, todas iguales y del mismo talle, compradas al por mayor; nos uniformaba y nos quedaban por acá”. Y remata con un gesto para explicar que eran enormes. Montilla comenta que en Pretti operaba “la misma disociación psicótica que con el dinero. El podía ser el hombre más psicótico y perverso, y al mismo tiempo ser papá, sin que esos dos núcleos entren en contradicción. Es una habilidad, entre comillas, que podía desarrollar un hombre como él”.
“Más allá de ser policía y torturador, él era tierra fértil para eso. De a ratos era el chiquito que había nacido en Corrientes y que vivió en Ingeniero Budge, y de a ratos era el cana de camisa almidonada.” Para conocer a fondo a su padre, Rita tuvo que tomar contacto con algunos de sus 13 tíos por vía paterna y sus 56 primos. “Mi tía mayor fue la hermana madre que le indicaba por dónde ir. Es la que lo metió en la policía. No había terminado el primario antes de ingresar en la escuela de Policía”, la Juan Vucetich de La Plata.
“Mi mamá metía en la misma bolsa a todos los Pretti, pero yo viví con la hermana más chica de mi papá y por ella conocí su historia. De los seis hermanos varones, tres se hicieron canas: uno de la Federal, otro de la Bonaerense y otro del Servicio Penitenciario. Pero mis otros tres tíos son laburantes, bien proles, y espero que no se enojen, pero también timberos. A mis tíos timberos los admiro, los quiero muchísimo, y al tío de la Federal, le mando un saludo”, dice Rita y se ríe.
El comisario Pretti tuvo varias parejas, incluso mientras vivía bajo el mismo techo con su esposa Juana. Una de las novias tuvo contacto con Rita y le confirmó que su padre siempre había manejado “muchísimo dinero”. Carmen L., a quien la entrevistada define como “buchona de la cana”, le relató también un episodio increíble: “Ella me dijo que una vez, mientras hacían el amor con mi papá en un auto, vinieron unos tipos a matarlo y ella sacó un arma y, según me dijo, los mató”. Desde ese día, a Carmen le quedó el mote de “Pepita, la pistolera”.
Rita duda de la participación que tuvieron en la represión figuras como la mencionada Carmen L. o Roberto Franzetti, que era el chofer de su padre. “Los dos son civiles y están vivos”. Otro de los que frecuentaban su casa era el cabo Norberto Cozzani, un ex integrante de los grupos de tareas a los que perteneció el comisario Pretti y que eran comandados por el general Ramón Camps. “Mi papá me dejó un escrito en el cual Cozzani hace una reivindicación y un relato pormenorizado de lo que hicieron durante la dictadura.”
Cuando vuelve a los años más duros de su adolescencia, Rita expresa una enorme gratitud hacia varias profesoras que tuvo en el Instituto Apostolado Católico, donde cursó sus estudios primarios y secundarios. De manera especial menciona a una de ellas, cuyo nombre pide que se mantenga en reserva, que sufrió intimidaciones de parte del comisario Pretti, por haber hablado, en clase, sobre el juicio a las Juntas Militares, en uno de los cuales él estuvo como acusado. “Fueron dos años en los cuales mi papá, cada vez que me llevaba al colegio, se acercaba para amenazarla. Una vez le dijo: ‘Yo ahora estoy teniendo muchos problemas, si no me encargaría de esto’. A pesar de lo que había pasado, cuando ella se enteró, por los diarios, de que mi viejo había estado prófugo en el Paraguay, se acercó y me dijo ‘contá conmigo’.”
Todas las docentes fueron “muy cuidadosas” y “no bien se enteraron quién era mi papá, que era ‘Saracho’ (el nombre de guerra que usaba en los centros de detención), hablaron entre ellas y coincidieron en que yo era ‘otra persona y no tenemos que relacionarla con su padre’”. Eso es, en definitiva, lo que hoy está pidiendo Rita Vagliati ante un tribunal de familia de Lomas de Zamora: “Mi planteo no es solo jurídico sino también político. No quiero pertenecer al mundo de mi padre y de tantos como él. Quiero poder elegir y, para ello, siento que tengo la responsabilidad de desligarme de su mundo, de sus prácticas y de lo último que me queda de él: el apellido Pretti”.