EL PAíS
› QUE LLEVO A RUCKAUF A ABANDONAR LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
La conjura de los intendentes
La caída de De la Rúa pareció abrirle una oportunidad al gobernador bonaerense. No quiso el interinato y se encontró con un motín de intendentes del Conurbano que juraron exiliarlo de la provincia. La verdadera historia de su pase al cargo de canciller de Duhalde.
› Por Sergio Moreno
“La provincia es sórdida, es complicado andar por la calle. Hay que ir a Brandsen, a Florencio Varela. Hay que embarrarse los mocasines. Pero ‘Rucu’ no estaba dispuesto. Su vida personal pesó en la decisión, es un hedonista.” Quien así habló ante este diario es un ex funcionario bonaerense de Carlos Ruckauf –el “Rucu” del comienzo de este relato– que dice conocerlo mucho. Con la descripción, el confidente intentó desentrañar los motivos que llevaron al ahora canciller a abandonar la gobernación del Estado más grande y poderoso de la Argentina para ponerse a tiro de pedido de renuncia del Presidente si la ocasión lo sugiriese. Psicologismos al margen, otros hechos menos lacanianos influyeron decisivamente en la huida del ex gobernador. Hubo –el mismo día en que la Asamblea Legislativa debatía quién reemplazaría a Fernando de la Rúa, el viernes 21 de diciembre de 2001– una asonada protagonizada por todos los intendentes del Conurbano. Ese grupo de dirigentes peronistas, duros, ambiciosos, enardecidos, se juramentó contra el por entonces gobernador, empujándolo extramuros de la provincia.
Los caudillos querían que Eduardo Duhalde ocupe ese día el sitio que ocupa hoy. Ruckauf se había propuesto para finalizar el mandato, primero, y se había alineado con el cordobés José Manuel de la Sota, pidiendo elecciones el 3 de marzo, después, y olvidándose del hombre que lo nominó candidato a su sucesión en 1999. Los alcaldes, inflamados tras los saqueos que habían vivido en sus ciudades horas atrás, se conjuraron. “Ruckauf, nunca más. Que se olvide de la Presidencia”, bramaron.
Ya designado ministro de Relaciones Exteriores, Ruckauf ensayó una explicación a su decisión de abandonar la provincia en medio de su crisis más fabulosa desde el levantamiento de Carlos Tejedor. “Hace falta un esfuerzo patriótico. Es hora de renunciamientos personales”, dijo a los medios el actual canciller.
Pero los hechos que lo decidieron a pegar el salto lejos están de toda épica o heroísmo. El viernes 20, Fernando de la Rúa abandonó la Presidencia dejando una economía arrasada, una profunda crisis institucional y 30 muertos producidos en los saqueos y en la brutal represión que su gobierno ordenó contra la gente que protestaba en la Plaza de Mayo y el Congreso nacional. La Asamblea Legislativa fue convocada por el senador Ramón Puerta y tenía 48 horas para elegir nuevo Presidente.
Ese día, la mayoría de los intendentes peronistas del Conurbano se dieron cita en las oficinas que Duhalde conserva en la Avenida de Mayo. Fueron llegando uno a uno, después de cruzarse nerviosas llamadas telefónicas. Hilda “Chiche” González de Duhalde los fue recibiendo. Uno de los últimos en llegar fue el vicegobernador Felipe Solá.
Los intendentes se mostraban encendidos, apretaban los puños. Mariano West, de Moreno, dio el puntapié inicial. “El hombre es Duhalde”, disparó. Hugo Curto, de Tres de Febrero, lo apoyó. “Qué Ruckauf ni Ruckauf, el Presidente tiene que ser el Negro”, dijo. El veterano intendente de Lanús, Manuel Quindimil, argumentó a favor. Chiche los cortó en seco. “Si no es hasta el 2003, Eduardo no agarra. Y me parece que ya es tarde”, sentenció. La discusión mutó en arengas de barricada. Cada intendente quería decir lo suyo, mixturando en sus discursos la descripción de las horas de espanto que habían vivido momentos atrás, con los saqueos, las muertes, la pueblada en sus distritos. Intervino Solá: “Vamos al Congreso y díganle esto mismo a Duhalde”. Todos aceptaron.
Solá llamó al presidente de la Cámara de Diputados, el bonaerense Eduardo Camaño, le transmitió las novedades y describió el estado de ánimo de los hombres del Conurbano. Camaño entendió rápidamente y los invitó a su inmenso despacho. Allí los contuvo toda la jornada. Los alcaldes delegaron en Solá la transmisión del mensaje a Duhalde, que en ese momentoestaba en el despacho del jefe de la bancada peronista del Senado, José Luis Gioja.
El vicegobernador atravesó el Parlamento. Allí se cruzó por primera vez en el día con Ruckauf, que venía de las oficinas de Ramón Puerta, donde se negociaba la sucesión presidencial.
–¿Qué tal? –dijo sonriente el gobernador, y siguió camino.
Solá lo saludó y entró al despacho de Gioja. Allí estaba Duhalde, rodeado por el jefe del bloque, su coterránea Mabel Müller y el senador catamarqueño Luis Barrionuevo. Derramado en un sillón Chesterfield, Duhalde parecía un enfermo, un comatoso; estaba arrasado. El vicegobernador le transmitió la decisión de los intendentes.
–No, no puedo aceptar, no puedo dar esa pelea. Los medios van a entender que la provincia está partida. No me puedo prestar a eso –dijo el senador.
Duhalde se refería a lo que había ocurrido en esa jornada, durante las negociaciones que llevaban adelante los gobernadores peronistas para elegir al nuevo Presidente. Ruckauf se había candidateado para culminar el mandato que dejaba trunco De la Rúa. De la Sota lo vetó. “¿Por qué vos y no yo?”, le disparó el cordobés. Surgió entonces la idea de nombrar a un interino por 90 días y que 30 días antes se convoque a elecciones, el 3 de marzo. Nadie quería agarrar el interinato. Se lo ofrecieron a Duhalde. El senador bonaerense se negó. “O voy hasta el 2003 o no voy”, se plantó, descorazonado porque Ruckauf había salido a jugar sólo por sí mismo. Momentos después, Adolfo Rodríguez Saá les decía a sus pares: “Yo tengo un plan; yo agarro”.
Para entonces, Solá había abandonado el despacho de Gioja. Desandó el camino hasta la presidencia de Diputados con las novedades para los intendentes. Sus rostros eran transparentes. Amargura, gestos reconcentrados, una que otra palabra de rencor. Uno de ellos no se contuvo. “Ruckauf siempre fue, es y será un traidor”, escupió. Todos se sumaron a la catilinaria. “Que se olvide de nosotros; que se olvide de la Presidencia”, repetían, como en un salmo.
El vicegobernador dejó en manos de Camaño las últimas palmadas para calmar a los caudillos distritales y abandonó el despacho. Hizo unos metros y vio que Ruckauf se dirigía hacia ese mismo lugar, sonriente y con paso firme. Lo detuvo antes de que ocurriese una tragedia. Le contó lo que había hablado con Duhalde. El gobernador dijo, entre sorprendido y enojado:
–¡Pero si él (Duhalde) no me había dicho que quería ser (el sucesor de De la Rúa) por dos años!
–Mejor que no entrés ahí –dijo por toda respuesta Solá, señalando la oficina de Camaño.
–Bueno –respondió Ruckauf antes de dar media vuelta y volver sobre sus pasos.
Horas después, cuando la nominación de “el Adolfo” era pública, Ruckauf realizó varias llamadas para enterarse de lo que había ocurrido con los intendentes.
Una semana después, Rodríguez Saá renunció. Ruckauf estuvo con él en Chapadmalal y comprendió lo que se venía. Cuando la resignación del puntano no estaba en la agenda de nadie, De la Sota había anunciado que competiría en las elecciones del 3 de marzo. Ruckauf no. Contrariamente, dijo en público que no era tiempo de hablar de eso. Dos días después, el cordobés revelaba que su compañero de fórmula sería Julio Alak, intendente de La Plata, quien junto a Juanjo Alvarez (ex de Hurlingham) y Miguel Angel Balestrini (de La Matanza) contenían la única estructura del PJ no duhaldista en la provincia que hubiese podido tributar al proyecto presidencialista del ahora ex gobernador. Un tiro de gracia. Ruckauf, inteligente, ató las puntas de los cabos y entendió, entendió todo. Sus días en la provincia habían terminado. Un alivio lo invadió.
Uno de los hombres de confianza del canciller sostuvo ante Página/12 otra versión. Si bien reconoció que se había sorprendido con el pase intempestivo, justificó la sorpresa en la rapidez con que se realizaron las negociaciones tras la renuncia de “el Adolfo”. “Con Adalberto Rodríguez Giavarini que no quiso quedarse en el cargo, Puerta que consideró que no podía ser él, Carlos era el mejor canciller que podía tener Duhalde”, dijo el funcionario. Además, dijo que en aquellos días febriles de negociación tras la renuncia de De la Rúa, el entonces gobernador se propuso sólo cuando Duhalde quedó fuera de carrera. “Ruckauf sabe que de llegar, va a llegar con Duhalde”, dijo el fiel escudero del ahora canciller.
El funcionario cuyas palabras abrieron esta nota también confió a este diario: “Cuando se estaba jugando por las elecciones, Ruckauf dijo que, ganase o perdiese, él no volvía más a la provincia”.
No necesitó el comicio para cumplir con sus palabras.