Sáb 03.09.2005

EL PAíS  › OPINION

Cancillería y religión

› Por Mauricio Nine *

Leí con cuidado el artículo “El muchacho de Manhattan” del domingo 21 de agosto, en especial la sección que ya desde su título (“Judío”) está dedicada a resaltar tal condición religiosa en un posible futuro canciller de la República Argentina, a la vez que transmite la idea de que esto vendría a desafiar una supuesta tradición de excluir a algunos ciudadanos argentinos de la Cancillería por presentar tal condición religiosa.
Como funcionario recientemente ingresado a nuestra Cancillería Argentina, ofrezco aquí algunos comentarios desde mi experiencia propia y a mero título personal. Con ellos busco traer información útil sobre la carrera diplomática especialmente a los ciudadanos y ciudadanas que, año tras año, aspiran a ingresar a la Cancillería para luego seguir formándose continuamente y sumar su esfuerzo y capacidad a nuestra política exterior puesta al servicio del interés nacional y de todo compatriota.
Cuando concursé para ingresar a la Cancillería, nadie necesitó saber que yo mismo –como tantos otros de mis colegas– no practico la religión mayoritaria de nuestro pueblo. No me lo preguntaron ni entonces ni hasta hoy. Para ingresar a la carrera diplomática es suficiente reunir los requisitos establecidos en la normativa aplicable (disponibles en www.isen.gov.ar) y obtener calificaciones adecuadas en los exámenes del concurso público de ingreso.
Al igual que todos mis colegas, espero llegar a la responsabilidad y honor de servir como embajador. Por supuesto, entiendo que esta expectativa no está garantizada a priori y esto es normal en cualquier carrera jerárquica basada en el mérito y la antigüedad y con estructura piramidal, como con todo acierto y funcionalidad es el caso de nuestra Cancillería. Lo que interesa destacar aquí es que la normativa que regula el desarrollo de la carrera, desde el ingreso a la misma, pasando por todos los ascensos hasta el rango de embajador, no contiene ningún parámetro de tipo religioso. En realidad, esto no puede sorprender, ya que es propio de la función pública en un Estado no confesional como el nuestro. Dicho esto, la condición religiosa está reservada a cada individuo y ésta no resta (y es importante notar que tampoco debería sumar) méritos a cualquier posible canciller o diplomático. Agrego que desde que comencé a trabajar en la Cancillería no encontré un solo funcionario del rango que fuera a quien le resultara “revulsiva” (concepto tomado del artículo que comento) una u otra religión.
Según he podido observar, el resultado de esto es que las religiones practicadas por nuestros diplomáticos (al igual que sus preferencias políticas, hobbies, lugares preferidos para veranear, simpatías futbolísticas, etc.) son naturalmente diversas como buen reflejo de nuestra sociedad plural. No puedo aquí, aunque tampoco me interesa ni lo creo necesario, ilustrar esta afirmación con el dato “preciso” de cuántos somos los diplomáticos que no practicamos la religión mayoritaria de nuestro pueblo. Ignoro el dato porque sencillamente en el diario ejercicio de mis funciones, en interacción permanente con todos mis colegas, nunca necesité hacer un cálculo semejante.
A modo de humilde invitación para que el lúcido lector ponga en el contexto que le parezca más apropiado y constructivo el referido artículo que aquí comento, agregaría para terminar que tampoco me consta que los argentinos hayamos tenido al presente un canciller hinduista, musulmán o budista, o hincha del Olimpo de Bahía Blanca, o fan de Kiss, o rolinga... qué sé yo. Me enorgullece y nos dignifica a todos como nación el hecho de que esto sea hoy perfectamente posible en nuestra Cancillería, siempre y cuando se verifique, eso sí, nada más y nada menos que la idoneidad profesional requerida para la función.

* Secretario de embajada y cónsul de Tercera Clase.

N. de la R, por Sergio Moreno: 1) No hablé en la nota citada de creencias religiosas ya que, como es sabido, ser judío y ser religioso no siempre son sinónimos; 2) el secretario Nine relata su experiencia personal y resalta que nunca fue discriminado. Enhorabuena. Ello da cuenta de que algo ha ido cambiando en algunos de los principales institutos del Estado argentino en 22 años de costosa democracia; lamentablemente existen casos en contrario. 3) Nine termina su nota ironizando sobre que nunca ha habido en nuestro país cancilleres hinduistas, musulmanes o budistas. Vale destacar que los más horrendos casos de discriminación en el Estado argentino fueron contra judíos; que el antisemitismo y no el antihinduismo o antibudismo era la bandera levantada por agrupaciones como Tacuara o de los grupos de tareas del terrorismo de Estado que torturaban con mayor saña, si ello es imaginable, a prisioneros judíos. La intención que me guió al relatar un dato de la realidad no guarda animosidad alguna, sino el deseo de contribuir a la más profunda democratización de los principales estamentos del Estado nacional (de la cual tampoco deberían escapar las Fuerzas Armadas, las de seguridad y algunos sectores del Poder Judicial).

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