Apenas se bajó de la camioneta, Rafael Bielsa se encontró con una escena de la película Luna de Avellaneda. Un club de barrio, el Social y Deportivo Albariños, aunque en Villa Lugano y no en Avellaneda, que recuperó cierto esplendor –pasó de 10 a 450 socios– en los últimos dos años. Vecinos, curiosos, habitués del buffet que se reúnen todas las tardecitas a comer una picada, equipos de papi fútbol exhibiendo sus camisetas y el dirigente de la institución, Antonio “Tony” Nicolino, en su tarde de gloria. Todos reunidos para ver de cerca al primer candidato a diputado nacional del Frente para la Victoria.
Fue ayer en Santander al 4900, a dos cuadras de la autopista Riccheri, en un barrio de monoblocks que no puede disimular sus carencias. Bielsa fue invitado por los directivos del club: uno de sus socios es el embajador de Cascos Blancos, Gabriel Fuks, allegado a Bielsa y también candidato a diputado nacional. También participó la economista Mercedes Marcó del Pont, quien ocupa el segundo lugar en la lista. El escenario fue un enorme gimnasio que no estaba completamente cubierto, el viento frío se colaba por las alturas. Bielsa había suspendido todas sus actividades –con la excepción de este acto– porque tenía fiebre.
Entre el público había mayoría indiscutida de mujeres, casi todas mayores de 60, y pocos jóvenes. “Recién, cuando venía para aquí, Chiche Gelblung me preguntó si me iba a costar dejar París, El Cairo y Moscú por Villa Real, Lugano y Versalles. Y yo le contesté que no, porque como dice el tango, yo no me fui del barrio, siempre estoy llegando. Soy uno de ustedes, un porteño, alguien que quiere un país mejor, una ciudad mejor”, dijo Bielsa. Enfundado en un sobretodo, con jogging y zapatillas, el canciller elogió la labor de los clubes barriales: “A mi casa vuelvo con algunos grados de fiebre menos”.