EL PAíS
En la Santa Cruz fueron inhumadas la monja Léonie Duquet y Angela Auad
La monja francesa fue secuestrada por un grupo de tareas de la ESMA junto con un grupo de Madres de Plaza de Mayo. Sus restos fueron identificados con los de Angela Auad, secuestrada en esos operativos, y ayer las enterraron en la Iglesia donde se reunían.
“Callar hoy sería cobarde.” La frase, colgada sobre el atrio, se repitió una y otra vez. Eran las palabras de Léonie Duquet, la monja francesa que junto con su compañera, Alice Domon, fue secuestrada durante la dictadura. Su cuerpo fue identificado por el Equipo Argentino de Antropología Forense hace un mes y ayer fue enterrado junto con el de Angela Auad –también identificado recientemente– en la iglesia de la Santa Cruz, la misma donde descansan los restos de las Madres de Plaza de Mayo, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco. En la ceremonia participaron más de mil personas, entre ellas representantes de derechos humanos, funcionarios de Argentina y Francia, y los familiares de Léonie, quienes fueron los que decidieron que la monja fuera enterrada en el país.
“La historia se repite. A Jesús lo mataron porque molestaba mucho al poder. Hoy tenemos la prueba, la prueba de que eran ellas, que sólo nos induce a luchar más”, señaló Ivonne Pierron, compañera de las dos monjas francesas. Su testimonio fue uno de los tantos que ante un silencio inapelable intentaron recordar el trabajo de Léonie como misionera. Miembro de la congregación de las Hermanas de las Misiones Extranjeras, Duquet llegó al país en 1949 y se dedicó de lleno a la ayuda social. “Trajo un soplo de aire a la Iglesia. Nos transmitía valor y enseñaba con tanta vida”, agregó la hermana Matilde sobre Léonie, a la que conoció en un seminario de catequesis.
Durante más de tres horas, la gente no paró de circular por la iglesia. Entre ellos había agrupaciones de derechos humanos, distintas congregaciones de todo el país y algunos dirigentes, entre ellos el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, y el ministro de Educación, Daniel Filmus. También estuvieron presentes los organismos de derechos humanos de Francia, que además organizaron una misa en su país para recordarla (ver aparte). La Asociación de Familiares y Amigos de Franceses Desaparecidos (Apafdau) hizo llegar su mensaje: “El mar no logró borrar las pruebas del delito y devolvió un puñado de cuerpos que son vivo testimonio del horror. Casi 30 años después, las víctimas siguen gritando por juicio y castigo a los responsables”.
En total fueron 16 los ciudadanos franceses secuestrados durante la dictadura. Durante años la desaparición de las dos monjas generó roces con el gobierno de Francia, impulsor de la investigación que finalmente terminó con la condena en ausencia del represor Alfredo Astiz en ese país. Es de esta forma como la reciente identificación de los restos de Duquet generó una respuesta inmediata del gobierno de Jacques Chirac, quien ayer también envió su mensaje. “Hoy podemos finalmente decir adiós a Léonie. Treinta años pasaron desde que su verdugo, el capitán Astiz, la condenó a la muerte. Después vino la mentira sobre lo que había ocurrido. Hoy repetimos nuestro compromiso para que se esclarezca todo lo ocurrido durante la dictadura y que los culpables sean condenados”, leyó el embajador de Francia, Francis Lott.
Los sobrinos de Léonie fueron quienes decidieron que la monja fuera enterrada en el país, y viajaron desde Francia para presenciar la ceremonia. “La memoria es importante. Pero más importante es la justicia. Los crímenes tienen que ser nombrados como crímenes y los criminales tienen que ser condenados”, señaló Noel, su sobrina, logrando arrancar el primer aplauso de una ceremonia donde no faltaron en un solo instante los reclamos de justicia. “Queremos ver presos a cada uno de los responsables, pero no en sus casas bajo la mentira del arresto domiciliario. Cada uno debe cumplir su condena. Para ello es importante que los indultos a los genocidas sean declarados inconstitucionales”, aprovechó para destacar Horacio Méndez Carreras, abogado representante de las familias de las dos religiosas y actual responsable de derechos humanos de la Cancillería.
Duquet fue secuestrada el 10 de diciembre de 1977. Dos días antes la Marina se había llevado a Domon y a un grupo de familiares de desaparecidos que se habían reunido en la Santa Cruz para ultimar detalles de una solicitada. Por ese entonces, la iglesia de los padres pasionarios en el barrio de San Cristóbal recibía a familiares que, desesperados por la falta de información, intentaban juntar datos sobre las personas que permanecían desaparecidas. Ese 8 de diciembre de 1977 fueron secuestradas en la Santa Cruz doce personas. Entre ellas también estaba Angela Auad, quien por ese entonces militaba en la agrupación Vanguardia Comunista.
Al igual que Duquet, sus restos fueron identificados hace un mes por el Equipo Argentino de Antropología Forense, que también identificó a tres Madres de Plaza de Mayo: Esther Ballestrino de Careaga, María Ponce de Bianco y la fundadora de la agrupación, Azucena Villaflor de De Vincenti. Las fracturas de sus huesos ratificaron que fueron lanzadas al mar en los denominados “vuelos de la muerte”. Todas habían permanecido durante más de 28 años como NN en el Cementerio de General Valle, donde habían sido enterradas luego de que sus cuerpos aparecieron en las costas de Santa Teresita. Por decisión de sus familiares, Esther y María Ponce fueron enterradas en la iglesia de la Santa Cruz.
El marido de Auad, Roberto, ayer no estuvo presente pero hizo llegar una carta: “Cuando me enteré de tu secuestro no quise decirte adiós. No quise decirte adiós cuando tu cuerpo apareció en la costa y me niego a decirte adiós ahora. Porque te arrancaron la vida pero no tu coraje, y seguía en mi memoria y en la de todos los que nos guiamos con tu ejemplo”. De fondo, comenzó a escucharse la voz de Teresa Parodi y unas pequeñas pancartas con fotos de desaparecidos comenzaron a brotar de entre la gente. Mientras se repartían rosas para arrojarlas sobre las placas que permanecen en el jardín de la iglesia, la calidez de los aplausos se abrió lugar entre las lágrimas. “Acá no vinimos a despedir. Acá vinimos a celebrar la vida, porque es celebrando que se consigue el testimonio más vivo de la memoria. Callar sería cobarde”, se escuchó en el murmullo y la frase de Léonie cobró más fuerza que nunca. Su sobrina Noel supo resumir bien la consigna que terminó así definiendo a la ceremonia: “Léonie no es solamente un recuerdo. Es una presencia”.
Informe: Carolina Keve.
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