“Es el destierro de la vida pública por haber ofendido el juramento que prestó ante Dios y los Santos Evangelios”, señaló el diputado tucumano Ricardo Falú cuando este diario le preguntó por las consecuencias que implicaba para Antonio Boggiano la inhabilitación por tiempo indeterminado para ocupar cargos públicos. No figuraba en los planes originales del oficialismo que los dos tercios de los senadores presentes consintieran dicha medida para el último integrante de la denominada mayoría automática del menemismo. Fue un bonus track que demostró por qué para la mayoría de los senadores el comportamiento de Boggiano había sido mucho más repudiable que el de Eduardo Moliné O’Connor. La sesión no produjo heridas en los bloques, tan solo galvanizó diferencias que son evidentes.
Los radicales, expertos en el arte de la convivencia, dan cuenta de muchas de esas diferencias. No es sorpresa que tanto el santacruceño Carlos Prades, como el santiagueño José Zavalía, a la hora de decidir sus votos, tiñan sus opiniones de tono opositor, sea contra el kirchnerismo o contra los aliados de éste.
En el peronismo, las cosas aparecen como más definidas. El tucumano Falú, titular de la comisión de juicio político de diputados y encargado de llevar adelante la acusación, no es precisamente un personaje popular para el peronismo parlamentario. No faltó quien en privado equiparara a la comisión acusadora con el Comité de Salud Pública de la Revolución Francesa y a Falú con Robespierre, mofa que pretendía demostrar que la acusación “había sido un error”. Falú siempre dijo que la renovación de la Corte era la más brillante de las banderas del kirchnerismo. Apostó a la coherencia y tuvo el respaldo de la más fuerte voz que Néstor Kirchner tiene en el Senado, su esposa, la senadora Cristina Fernández de Kirchner. En su recorrida por el hemiciclo de la Cámara alta y las bandejas que dan al recinto, Falú también destacaba que el comportamiento de la comisión que preside “no se fue de cauce y se llevó adelante sin ningún pacto”. El implícito estaba claro y había sido publicado en varias oportunidades por Página/12. Un funcionario con oficinas en el primer piso de la Casa Rosada no ocultó que vería con buenos ojos detener el proceso contra Boggiano. Hacia allí estaban dirigidas las palabras del diputado que con la destitución del último integrante de la mayoría automática del menemismo se presenta como el gran triunfador.
Ayer, con la adrenalina en descenso, el tucumano refutó a quienes dijeron que se estaba juzgando a un magistrado por el contenido de su sentencia. “Esta aseveración es incorrecta, es falsa. Si se lee el cargo cuarto, de los seis de Meller, se ve que Boggiano no es destituido por lo que dijo en su sentencia sino por haber sido contradictorio con otros pronunciamientos que tuvo antes y que los cambió para transferir dinero indebidamente a terceros”.
El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, respaldo ayer el proceso de renovación de la Corte. Evitando pronunciarse sobre la destitución de Boggiano, aseguró: “Queremos la misma Corte que venimos construyendo, una Corte con jueces dignos, probos, independientes, y que le den a los argentinos la seguridad que se merecen, y no jueces que sean amigos del poder”. También se explayó sobre el mecanismo de autolimitación y las audiencias públicas con las que se eligen a los nuevos integrantes del máximo tribunal de justicia. Algo que a todos luces la gran mayoría comparte. La “satisfacción pública”, que ayer declaró que sentía Falú por la manera en la que concluyó el último juicio político, tuvo varios padres. La derrota no figuraba en el escenario de ningún hombre del oficialismo, todas las fichas las había comprado Boggiano. Méritos había construido de sobra.