EL PAíS
› EL PAIS QUE VIENE
Cuando la vida depende de un remedio que no llega
Quienes han recibido trasplantes necesitan drogas inmunosupresoras para seguir viviendo. Pero las farmacias no se las venden porque las obras sociales no pagan. A un hombre de 28 años, con un riñón trasplantado, se le acaba hoy. “Que alguien al menos me preste una caja”, suplica su madre.
› Por Mariana Carbajal
Darío Gómez esperó un riñón durante seis largos años. A partir de hoy, puede empezar a perderlo. Si no consigue las drogas inmunosupresoras –que impiden el rechazo del trasplante por parte del organismo– su vida volverá a pender de un hilo y aquella espera eterna habrá sido en vano. Exactamente –sin exagerar– Darío tiene provisión de medicamentos hasta hoy y no puede conseguir más. No es una cuestión de desabastecimiento. Las drogas están en las farmacias. Pero se las venden sólo al contado, sin el descuento del ciento por ciento de la obra social. Y él –como cientos de trasplantados en su misma situación– no puede pagarlas. Cuestan más de 2000 pesos. “Pido sensibilidad a quien corresponda. Que se ponga en mi lugar. Estoy desesperada. Es terrible”, describió a Página/12 la madre de Darío, al borde del llanto. Ayer, Clotilde Aquino participó de una asamblea con otros trasplantados con dificultades para adquirir inmunosupresores y después entregaron un petitorio en la Casa de Gobierno “suplicando” que interceda para solucionar el problema. “Nos dijeron que en 48 horas se va a normalizar. Pero para mi hijo puede ser tarde”, replicó la mujer. Según informó el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, el Gobierno busca acordar un cronograma de pagos con las farmacias.
“Nosotros nos vamos a morir; el tema es así de simple y así de grave”, sintetizó con toda crudeza Alicia Barbeto, quien desde hace tres años vive con un hígado trasplantado. “Hay trasplantados en Mendoza que ya están manifestando el rechazo de sus órganos –advirtió–, por más que hace tres meses que denunciamos esta situación”. A su lado se encontraba Roberto Toledano, de 47 años, quien según sus propias palabras vive “por el milagro de alguien que me devolvió la vida” desde hace un año y medio, cuando recibió un trasplante del corazón. “Mi caso es alarmante porque me quedan pocas pastillas para seguir viviendo; sin estos remedios me voy a morir”, describió.
La mayoría de los trasplantados que ayer se reunieron frente a las escalinatas de la Catedral Metropolitana, acompañados por voluntarios de la Red Solidaria, son afiliados del PAMI. Pero el mismo problema lo tienen los pacientes del IOMA, otras obras sociales provinciales y de Osmata (mecánicos), como Darío Gómez. Sólo el Pami le debe a las farmacias 100 millones de pesos, pero la deuda total con el sector ronda los 600 millones. El tema fue planteado al presidente Eduardo Duhalde el sábado por las cámaras farmacéuticas en una reunión en la que participaron también representantes de laboratorios y droguerías y el Gobierno se comprometió a pactar un cronograma de pago en los próximos días. “Nos prometieron que el viernes vamos a tener una respuesta definitiva”, precisó a este diario Marcelo Carignani, protesorero de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) (ver aparte).
Pero Darío Gómez, de 28 años, no puede esperar más. “Por lo menos, alguien que me preste aunque sea una caja (del medicamento) hasta que pueda devolvérsela”, suplicó ayer su mamá, pensionada, con un haber de 350 pesos, que vive con su hijo en la localidad bonaerense de Glew. Por su problema renal, Darío quedó disminuido físicamente y no puede trabajar. Por tenerlo a cargo, Clotilde cobra 160 pesos de salario familiar. Mensualmente, Darío necesita tres cajas del inmunosupresor Progras y otras tres de Cellcept. “Si voy a la farmacia con plata, me los dan, pero está fuera de mis posibilidades. Uno sale quinientos y pico cada caja y el otro 250. Son más de 2000 pesos por mes”, detalló la mujer. Habitualmente conseguía la medicación a través de Osmata, que cubre el 100 por cien del costo de las drogas, pero como la obra social no le paga a las farmacias, está en un callejón sin salida. Ayer, después de participar frente a la Catedral de la asamblea con una veintena de trasplantados en situaciones similares, Clotilde fue a reclamar a Osmata. “Ellos lloran más miseria. El auditor me dijo que todo el mundo está así, pero hoy yo soy egoísta, no me importa el resto del mundo, me importa mi hijo”, contó la mujer. La espera ha sido un karma para Darío. Primero esperó durante dos años un riñón, hasta que al borde de la muerte, su padre le donó uno en 1989. “Ya no soportaba más la diálisis”, recordó su madre. El órgano funcionó cinco años y volvió a diálisis y a esperar. Estuvo esperando seis años más otro riñón hasta que el 11 de diciembre de 2000 recibió uno de un donante cadavérico. “Ahora está perfecto. Si los medicamentos no le llegan rápido corre riesgo de perder el riñón y volver a diálisis”, se desesperó ayer su mamá, esperando una respuesta solidaria.
Subnotas