EL PAíS
› OPINION
El olfa de la clase
› Por Martín Granovsky
El presidente Jorge Batlle explicó anoche que dijo lo que dijo porque, “como dicen aquí en mi país, yo soy de combustión instantánea”. Es decir, un calentón. Pero el exabrupto de Batlle no es una simple calentura. Está claro al ver la filmación del diálogo con los periodistas de Bloomberg Televisión que Batlle piensa lo que dijo y que lo piensa profundamente. Pero eso no es lo más importante. La clave es que incluso un político calentón sabe guardarse la bronca. Y que cuando no se la guarda es por dos razones: o quiere que salga a la luz, o está tan desesperado que su pensamiento más escondido termina haciéndose público casi a su pesar.
Socio menor del Mercosur, vecino sufriente de un país en default, Batlle tiene la obsesión doble de poner su imagen lejos, bien lejos, de la pobre imagen argentina en el mundo financiero, y de reemplazar a Carlos Menem como el mejor alumno de los Estados Unidos. Ya que lo primero es difícil, porque Montevideo no es una plaza verdaderamente importante en el mundo, a Batlle le queda sobreactuar su alineamiento con Washington.
Primero patrocinó en las Naciones Unidas la resolución de condena en derechos humanos contra el régimen de Fidel Castro, que terminó aprobada por mayoría gracias al falso argumento de que en rigor no se trataba de una condena. Lo era, porque el solo hecho de poner la cuestión cubana en la agenda servía a los Estados Unidos para mantener el tema y poder tratarlo también el año que viene.
Y después, más acá en el tiempo, se regodeó con una declaración del secretario de Estado Colin Powell: “Uruguay es una isla de estabilidad en un mar de incertidumbre política y económica”, un país “donde la corrupción es un delito, no una forma aceptable de hacer negocios”, un Estado que gracias a esas virtudes se salvó de los shocks que jaquearon a países y sociedades más frágiles.
Powell desplegó un elogio tan fastuoso en una circunstancia especial. Fue justo cuando encabezó un maratón de funcionarios de su país que hablaban de América latina, entre ellos su subsecretario Otto Reich, quien dijo que cuando los argentinos reciben ayuda “roban el dinero o lo hacen humo”. Casi textualmente las declaraciones de Batlle de ayer.
La desesperación del presidente uruguayo es el default, un escenario posible porque si hay un país al que la Argentina puede contagiar, ese país es Uruguay. Para los bancos con base uruguaya, la bendición de la fuga de divisas desde la Argentina se convirtió en la condena de la fuga de divisas desde Uruguay. Y Batlle, igual que los funcionarios argentinos, cree que hay salvación fuera del Mercosur. Una quimera que aquí alguna vez tuvo el nombre de relaciones carnales.