EL PAíS
› OPINION
Una prueba cercana
› Por Eduardo Aliverti
Uno de los aspectos de la personalidad de Néstor Kirchner que está fuera de toda duda es que es un tipo calentón, provocador, vehemente.
Si se lo observa desde una posición progresista, Kirchner es discursivamente irreprochable acerca de a quiénes eligió como puching-ball. La cúpula de los curas, los militares, algunos jueces, petroleras, el Fondo Monetario, las empresas privatizadas. Y, ahora, un par de emblemáticas cadenas de supermercados a las que acusó de “saquear el bolsillo de los argentinos”. Visto mucho más desde lo realmente existente que desde lo teóricamente aspirable (en términos de enfrentamientos desde el poder político con algunos núcleos duros de la derecha), este Presidente no es, de mínima, lo peor que nos podía pasar. Ni por el discurso que tiene ni por algunas de las acciones que tomó. El punto medular, ergo, no es la crítica ideológica a Kirchner desde algún rincón que parece más abstracto que realista sino desde su vocación y posibilidades como líder o cabeza de lo que él mismo definió como su sueño al asumir frente al Congreso de la Nación: recrear un capitalismo serio, nacional y distributivo.
Volvieron los apagones en la gran vidriera mediática, por ejemplo, y da toda la sensación, al cabo de escuchar a expertos de un lado y de otro, de que se continúa atado al alambre de temperaturas veraniegas moderadas para que el sistema no salte por el aire. Los precios de la carne casi no paran de subir, pero las respuestas pasan por la amenaza de importar carne en el país de la carne, o por decretar que habrá cortes de vaca para ricos y cortes para pobres. Y ni hablar del conjunto de los productos de la canasta familiar básica, cuyo porcentaje de incremento ya torna directamente en surrealista el índice que difunde el Indec. Se acusa a cadenas de supermercados de tomar la inflación como un dato numérico en el que no cuenta que las cifras significan cuánta gente deja de comer qué, pero fuera del palabrerío no hay acciones concretas capaces de enfrentar directamente a los acusados. La lista podría seguir, pero esas constataciones bastan para advertir que hay una contradicción por ahora insoluble entre un discurso formalmente adecuado y una práctica sustancialmente inocua. El gigantesco superávit fiscal va a parar a la paradoja de seguir pagando deuda y de postergar un shock en la distribución interna del ingreso, por vía de la recuperación del poder adquisitivo de los sectores populares. O dicho desde elementos concretos de gestión, ¿con cuál intervención de organizaciones sociales, y de fortaleza de organismos públicos, se pretende controlar a los monstruos corporativos que el Presidente y algunos de los suyos denuncian como esquilmadores del ingreso popular? ¿Este Estado hecho bolsa es lo que se ofrece como alternativa a la lógica salvaje del mercado?
El Censo Nacional Económico acaba de revelar que el 80 por ciento de la producción generada por las mil empresas más importantes de la economía argentina es controlado por capital extranjero. Y ya no son únicamente las multinacionales de los países centrales sino también grupos de países emergentes. Grandes cadenas minoristas del sector comercial, como Jumbo, Disco y Plaza Vea, están en manos chilenas. Y esa propiedad extranjera se asocia a crecientes procesos de concentración. Dentro de esas mil empresas, las primeras 200 agrupan el 77 por ciento del valor agregado. Resumiendo, la economía argentina está controlada por corporaciones transnacionales que a la par se concentran cada vez más. No se ve cómo, sin una reactivación del mercado interno que aliente la creación de empleo y un uso más intensivo de mano de obra; sin redistribución del ingreso, y por lo tanto sin crédito de uso productivo que pueda pagarse, puede pensarse no ya en la recreación de burguesía nacional alguna sino en la mera reasignación de los recursos con criterio de justicia social. Es cierto que algunos pasos se dieron, pero no sólo son insuficientes: frente a semejante conglomerado que hace comportar a la economía con un manejo oligopólico, no tardarán en ser invisibles. Que Kirchner perciba esto como una amenaza ya cercana podría ser la causa de su embestida contra algunos de esos grupos que, en cuanto al tipo de enfrentamiento, revisten un carácter distinto al de otros, como la Iglesia. Porque en esto hablamos de economía y por lo tanto de humor popular, no de topetazos institucionales que a la mayoría de la gente le resultan ajenos.
Habrá que ver, entonces, si la inflación continúa disparándose y afectando el poder adquisitivo del grueso popular y de la clase media, cuáles serán las medidas que tomará el Gobierno y rodeado de cuál fuerza popular a la que convocará cómo. Será ésa una de las mejores pruebas para constatar si se achica o se agranda la separación entre palabras y hechos.