EL PAíS
› OPINION
Ideologías y aires de familia
› Por Mario Wainfeld
¿Es deseable que el sistema político argentino se modifique en pos de tener un partido (o un conjunto de partidos) de centro izquierda y otro (u otros) de centro derecha en vez del imperfectísimo pero persistente bipartidismo actual? ¿Es, como mínimo, posible? Ambas preguntas pueden suscitar respuestas polémicas o ambiguas o precarias. Lo que, a esta altura de la soirée, es incontrovertible es que Néstor Kirchner cree tener respuesta (afirmativa) para los dos interrogantes. La consecuencia evidente para un hombre de acción, muy tozudo por añadidura, es moverse para que esas respuestas se hagan realidad.
El Presidente ha tenido una obsesión permanente, ampliar los márgenes de la política, lo que vino de la mano con cierta resurrección del rol del estado y con la restauración de las definiciones ideológicas. Kirchner politiza e ideologiza todo, transforma la acción gubernamental cotidiana en un campo de disputa y de definiciones. Nada de lo que haga, así sea entregar un subsidio a una ONG u otorgar una licitación a una gran empresa, escapa a ser inserto en una visión del mundo, de la Argentina en él, de su gestión en ese contexto. Los discursos presidenciales en el Salón Blanco, ese género comunicacional híbrido de vejez y novedad, son cualquier cosa menos fraseos de circunstancias. Siempre designan un adversario, un orden de cosas a modificar, un rumbo, aliados, banderas, promesas. La estigmatización permanente de la década del ‘90 sitúa al menemismo y a sus virtuales continuadores de derecha como challengers favoritos. Pero la retórica presidencial es sobre todo polar respecto de la de Fernando de la Rúa, esa máquina de hablar sin decir, de emitir tópicos generales e imprecisos, de hacer de la vaguedad un valor.
“A mi izquierda, la pared”, se autodefine Kirchner y no alude a lo que convencionalmente se llama izquierda en la Argentina, que es de hecho una suma de partidos sin aptitud para llegar a posiciones de gobierno. La izquierda que a Kirchner le importa, al punto de exigir ser su mejor representante, es lo que en jerga media se suele nombrar “centroizquierda”, esto es, la que tiene capacidad para acceder a cargos ejecutivos y ejercitarlos con cierta viabilidad.
Militantes e intelectuales de la izquierda y algunos del progresismo desconfían o abominan de Kirchner y hasta le niegan virtualidad reformista. Desde el otro ángulo del arco ideológico, en espejo con el Presidente, sí que le creen.
El relanzamiento del gobierno expresado en las incorporaciones al gabinete nacional es una nueva movida de Kirchner para confirmar su profecía, esa que habla (para un público o para iniciados usualmente escépticos) de una reconfiguración de las identidades políticas. La reconfiguración en aras de un esquema que existe en otros países (no en tantos y casi todos de régimen parlamentarista), se realiza con el humus de identidades locales, muy difíciles de encasillar en términos universales. La izquierda peronista y el Frepaso, que son los emblemas fundantes de este recambio, en Europa no se consiguen.
- Dinosaurios que viven y colean: Hace 60 años, cuando nació el peronismo, había varios partidos-movimiento que le eran parangonables. Ahora quedan pocos y ninguno llegado a su venerable edad de 60 años. La perduración del peronismo, su exasperante adaptabilidad a lo Zelig y su preeminencia sobredeterminan un sistema político difícil de comparar. El radicalismo tuvo también parientes en otras latitudes pero es también algo así como el último de esa dinastía. Quizá porque tiene más de un siglo y no apenas 60 está más viejo y achacoso que el peronismo. En las debidas proporciones, que son cada vez más asimétricas, ambas fuerzas han limitado la posibilidad de crecimiento de partidos políticos de mayor precisión ideológica o de más clara ubicación en un mapamundi. Nacieron como los dinosaurios o como cualquier otra especie animal, en un ecosistema determinado. El punto es que el peronismo (con fiereza) y el radicalismo (a duras penas y ahora con olor a entierro) sobrevivieron en eras posteriores.
- Carta a los compañeros: El Presidente rehúsa presidir el PJ y ha hecho en los recientes meses dos movidas tremendas, para demostrar que no comparte varios códigos básicos del peronismo. La primera fue embestir contra Eduardo Duhalde, transformándolo en su principal adversario electoral. La segunda, a su modo más asombrosa, fue coherentizar su gabinete minimizando la presencia de dirigentes peronistas ligados a los gobiernos provinciales. Los nombramientos de ministros, tanto como el de las autoridades principales del bloque nacional de diputados, son un mensaje al peronismo realmente existente, advirtiéndole que Kirchner se lee como el único dueño de la victoria electoral.
Nadie se pondrá de punta con el Presidente en este momento cenital, una multitud de peronistas realmente existente despotricarán por lo bajo. Si la estrella presidencial perdura no se interpondrán en su vertiginosa marcha. Si el filamento de la estrella comienza a titilar, ventilarán las cuitas que acumulan hoy. En ese escenario, sólo en ése, puede considerarse imaginable una reaparición de Lavagna como candidato del ancien régime.
Con todo, el destinatario primero del mensaje que implican las designaciones es “la derecha”, el rival favorito del presidente.
- “Ellos”: Las identidades políticas se constituyen con acciones pero también con imaginarios. Las reacciones de los medios impresos que expresan el sentir de la derecha tanto como las que se conocen de voceros del Departamento de Estado revelan que los antagonistas ven en el actual gabinete innegables trazas de izquierda.
Muchos argentinos informados saben que Jorge Taiana y Nilda Garré son a esta altura funcionarios moderados, con alto compromiso democrático y cierta experticia en trabajar en gobiernos para nada rupturistas. Pero son, y serán para siempre, ex militantes comprometidos de una izquierda que se propuso cambiar el país. Y luego fueron consistentes defensores de los derechos humanos. Para el mapa político usual en Argentina eso es izquierda o cuando menos un sesgo a la izquierda que ningún gobierno de la restauración democrática ha osado jamás tener. Vaya un ejemplo ilustrativo. El presidente ha asumido como tarea personal la de “recuperar” a cuadros del Frepaso. Quizá hoy en Iguazú redondee algún círculo con Chacho Alvarez a su lado, postulándolo para reemplazar a Eduardo Duhalde como embajador permanente en el Mercosur. El relevo, amén de una rentrée que daría para discutir, tendría un peso simbólico innegable. Alguien entraría y alguien saldría de la coalición de gobierno y nadie se privará de resaltarlo y de tomar nota.
Kirchner, a la par que su núcleo más íntimo de lealtades, ven en la experiencia frepasista un intento fallido, pero válido, de renovar la política y convulsionar sus identidades previas. Vale la pena subrayar una de las varias diferencias enormes que distancian al kirchnerismo del Frepaso. Es el modo desafiante en que asume las identidades del pasado, que la experiencia de la supuesta ala izquierda de la Alianza, muy culposa, hacía mucho por camuflar.
Un equipo de gobierno que haga de los derechos humanos una bandera y de identidades muy castigadas un blasón es una novedad y una señal para los otros. Son jugadas drásticas pero no asombrosas en la saga de Kirchner, que siempre le impone un sentido a sus acciones. Alguna vez le preguntaron a Bill Clinton cuál era su principal adversario político. Clinton no eligió a enemigos exteriores, siendo que presidía un país que los colecciona. Dijo, sencillamente, “el fundamentalismo religiosonorteamericano”. Su principal rival era quien le competía internamente desde el punto de vista ideológico. Kirchner ha elegido ayer nombres que sugieren una identidad y lo ha hecho de cara a su principal adversario, el ideológico.
En eso fue claro. Quedan dos enigmas a futuro, nada menores. El primero es si, aún mediando su tenaz voluntad, logrará romper un sistema político largamente establecido. El segundo es si podrá operar una agenda de transformación que esté a la altura de la identidad que se arroga con orgullo. Una transformación con rango epocal, moderada, progresiva en la doble acepción del término, que está muy lejos en el horizonte y cuya concreción requerirá del actual gobierno mucho más que un grupo de funcionarios coherentes y decididos. Por empezar, una agenda de mediano plazo que, sencillamente, aún no ha empezado a escribirse.