EL PAíS › LOS ASESINATOS DE ANGELELLI Y PONCE DE LEON
Los asesinatos de los obispos Enrique Angelelli, de La Rioja, y Carlos Horacio Ponce de León, de San Nicolás, en agosto de 1976 y julio de 1977, presentan tan llamativas similitudes que sugieren una común inspiración operativa. Ambos crímenes se realizaron de modo de que parecieran accidentes de carretera, en ciudades donde tenían asiento sendos batallones de ingenieros del Ejército. El eslabón perdido entre ambos casos es el coronel Osvaldo Pérez Battaglia.
› Por Horacio Verbitsky
Luego de leer la nota del domingo pasado sobre el asesinato del obispo Carlos Ponce de León, un actual ministro que hizo su carrera política en San Nicolás le preguntó al autor quién era el jefe militar de La Rioja cuando mataron a Angelelli.
–Pérez Battaglia.
–Me lo imaginaba. Era de San Nicolás, un petiso pelado que se hacía el malo. En esa época viajaba todos los fines de semana a San Nicolás, donde tenía a la familia –dijo el funcionario.
El coronel Osvaldo Héctor Pérez Battaglia era jefe del Batallón riojano, mientras el Batallón de San Nicolás era conducido por el teniente coronel Manuel Fernando Saint Amant. Pérez Battaglia murió hace seis años, pero Saint Amant vive y en los próximos días deberá responder ante la justicia por otro caso que vincula La Rioja con San Nicolás: la desaparición forzada de María Cristina Lanzilloto y Carlos Benjamin Santillán. Los restos de la riojana Lanzilotto fueron identificados esta semana por el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Nacido en la Capital Federal en 1926, Pérez Battaglia egresó del Colegio Militar en uno de los últimos puestos de la promoción 78 (su orden de mérito fue 242, sobre 246), cuyos integrantes llegaron al comando de unidades en torno del golpe militar de 1976. Pérez Battaglia es un nicoleño por adopción. En su primer grado militar, en 1950, fue designado jefe de la sección de zapadores motorizados de San Nicolás. Allí conoció a la veinteañera María Teresa Pérez, una nativa de esa ciudad industrial, con la que se casó y tuvo dos hijos: Teresita nació en 1953 y Jorge en 1957. Ascendido a teniente, en 1954 consiguió una nueva designación en la ciudad de sus afectos, esta vez como jefe de pontoneros zapadores. Entre 1970 y 1975 estuvo destinado en Rosario, a 70 kilómetros de San Nicolás. Esta proximidad le permitió mantener el contacto con su familia. Los compañeros de promoción de su hijo en la Escuela Normal de San Nicolás fueron invitados a visitar el Comando del Cuerpo II y almorzaron en su casino de Oficiales, en la casona de Córdoba esquina Moreno, frente a la Facultad de Derecho.
Vidas paralelas
En agosto de 1968 Pablo VI designó a Enrique Angelelli al frente de la diócesis riojana. Allí promovió la creación de sindicatos de mineros,peones rurales y empleadas domésticas, de cooperativas de trabajadores para fabricar tejidos, ladrillos, relojes, pan y para poner a producir los latifundios ociosos. Una de esas cooperativas reclamaba la expropiación de un latifundio, propiedad de un usurero que se había ido apropiando de los pequeños fundos de sus deudores y que consumía el 70 por ciento del agua de la zona. Durante la campaña electoral de 1973, el candidato Carlos Menem prometió que entregaría el latifundio a la cooperativa y lo reiteró luego de asumir la gobernación. Angelelli se sintió confiado y el 13 de junio de 1973 viajó al pueblo natal de Menem, Anillaco, para presidir las fiestas patronales de San Antonio. Lo recibió una algarada conducida por un grupo de comerciantes y terratenientes. Entre ellos estaban el hermano del electo gobernador, Amado Menem, y sus hijos César y Manuel Menem, quienes junto a otros propietarios se habían sublevado contra el obispo. Ante la pasividad policial, manifestaron frente al templo, declararon a Anillaco Capital de la Fe e irrumpieron por la fuerza en el templo y la casa parroquial. Cuando Angelelli se retiró luego de suspender las celebraciones religiosas, lo corrieron a pedradas. Arguyendo la intranquilidad social, Menem retiró su apoyo a la cooperativización del latifundio. Angelelli atribuyó la agresión a un sector que procura .el mantenimiento de sus privilegios” y mencionó a los grupos Cruzada Renovadora de Cristiandad y Tradición Familia y Propiedad. También suspendió las ceremonias litúrgico-sacramentales en todos los templos de la parroquia. Los sacerdotes riojanos habían pedido la excomunión de los Menem y sus acompañantes, pero Angelelli prefirió una sanción menos drástica y los declaró “incursos en entredicho personal”, lo cual los privaba de asistir a celebraciones religiosas y recibir los sacramentos sólo en forma temporaria.
Renuncias
El superior general de los Jesuitas, Pedro Arrupe, y el arzobispo de Santa Fe, Vicente Zazpe, visitaron La Rioja donde respaldaron a Angelelli. Arrupe dijo que Angelelli seguía las opciones del Concilio y del Papa. Zazpe llegó como auditor enviado por la Santa Sede luego de que Angelelli ofreciera su renuncia al Consejo Presbiteral y pidiera a Pablo VI que le ratificara o retirara la confianza. Los entredichos le exigieron la remoción de Angelelli, mientras desde un altoparlante se difundían marchas militares. Todos los sacerdotes de la diócesis salvo tres se reunieron con Zazpe y le dijeron que los poderosos manoseaban la fe para “mantener una situación injusta y opresora del pueblo” y aprovechar “la mano de obra barata y mal pagada”. El presidente de la Conferencia Episcopal, Adolfo Tortolo, sostenía que el Episcopado no debía mediar en los problemas riojanos (lo cual implicaba poner en un pie de igualdad al obispo y a los rebeldes) y el Nuncio Lino Zanini apoyó a los sancionados, a quienes obsequió con sendos crucifijos. Al concluir su inspección Zazpe concelebró la misa con Angelelli en la catedral y proclamó que la diócesis riojana era una servidora de los pobres como habían pedido el Concilio y Medellín y que su pastoral “es la pastoral de la Iglesia universal”. Uno de los sancionados le dijo que Angelelli “se va por las buenas o por las malas, y si no es por las malas será lo peor”. Durante una visita a la base aérea de Chamical, en La Rioja, el provicario castrense Victorio Bonamín dijo que el pueblo había cometido pecados que sólo podían redimirse con sangre. Ése era el clima en noviembre de 1975, cuando Pérez Battaglia asumió como jefe del Batallón de Ingenieros en Construcciones 141, con sede en la ciudad capital de La Rioja.
Comunicado número uno
El 12 de febrero de 1976, el Ejército arrestó al vicario general de la diócesis de La Rioja, Esteban Inestal, y a dos jóvenes del MovimientoRural diocesano. Uno de los oficiales les dijo que Juan XXIII y Pablo VI habían destruido la Iglesia de Pío XII, que los documentos de Medellín eran comunistas y que la Iglesia riojana estaba separada de la Iglesia argentina. Angelelli ofreció una vez más su renuncia a la Conferencia Episcopal. Durante la inauguración del curso lectivo en la base aérea de El Chamical, el vicecomodoro Lázaro Aguirre interrumpió la homilía que pronunciaba Angelelli sobre la responsabilidad social de los cristianos:
–Usted hace política –le gritó. Angelelli suspendió los oficios religiosos en la capilla de la base.
Como jefe de la Guarnición militar de La Rioja, el 24 de marzo de 1976 Pérez Battaglia fue designado interventor federal en la provincia y encarceló al gobernador Menem. A su cargo quedó el Area de Seguridad 314. Pérez Battaglia fue así el responsable político y militar de la provincia. De él dependían todas las fuerzas militares y de seguridad (Ejército, Fuerza Aérea, Policía Federal y provincial, Gendarmería), entre ellas los Comandos Operacionales Tácticos. También la justicia le fue subordinada. “Intenté presentar un habeas corpus, pero el juez federal Roberto Catalán dijo que esperaba instrucciones del jefe del Batallón 141, Osvaldo Pérez Battaglia”, declaró un testigo ante la Comisión Provincial por los Derechos Humanos que se creó en La Rioja al concluir la dictadura, en 1985. Al regresar de un viaje, la valija de Angelelli fue violentada en la oficina de Aerolíneas Argentinas en La Rioja. En una carta a su amigo Héctor Bertaina (reproducida por Luis Miguel Baronetto en un libro sobre “Vida y martirio de monseñor Angelelli”) el obispo dijo que ello ocurrió por orden de Pérez Battaglia. También escribió que el militar lo trataba en forma grosera y lo llamaba “llorón” cuando reclamaba. Angelelli viajó a Córdoba para apelar ante el jefe de Pérez Battaglia, el jefe del Cuerpo III, general Luciano Menéndez. Para mayor seguridad, pidió que lo acompañara el cardenal Raúl Primatesta. Menéndez le contestó en forma muy seca:
–El que tiene que cuidarse es usted.
Estaciones del Calvario
En la primera reunión plenaria del Episcopado después del golpe, en mayo, Angelelli usó un ayuda memoria de 37 puntos, que llamó estaciones del Calvario riojano. Cada uno detallaba una agresión contra el obispo o sus sacerdotes. Incluía el allanamiento y clausura de una casa parroquial, la detención de sacerdotes y seminaristas, la demora y detención de religiosas, la prohibición de celebrar misa en la cárcel, la transmisión radial de la misa celebrada por el capellán militar Mario Pellanda López, en el Batallón que comandaba Pérez Battaglia, pero no la del obispo en la Catedral; la requisa de equipajes y documentos a los participantes de los ejercicios espirituales, la requisa al propio obispo en el santuario popular del Señor de la Peña, la detención e interrogatorios coercitivos a laicos por su contacto con la Iglesia riojana, las cesantías y despidos de personas vinculadas con la Iglesia, etc.
En apoyo de Angelelli, el obispo de San Nicolás, Carlos Ponce de León, contó que en su diócesis además de la detención de sacerdotes se habían producido allanamientos a parroquias y casas religiosas. Se vivía un “clima de terror”. A los sacerdotes detenidos se los interrogaba sobre el obispo. Uno de ellos, el salesiano López Molina, fue maltratado. También denunció ataques violentos a algunas casas con el objeto de robar. El propio Ponce de León había estado presente en un allanamiento y fue sometido a humillaciones. También se pegaron afiches contra la Iglesia en los que se reclamaba la .defenestración. del obispo.
El 13 de junio, al cumplirse el primer aniversario del tumulto que corrió a Angelelli de Anillaco, los terratenientes celebraron el “Día de la Defensa de la Fe”, con el apoyo de Pérez Battaglia, quien organizó allí undesfile militar. El sacerdote Carlos Murias dijo en una homilía que podrían acallar la voz del obispo pero no la de Jesús. El 18 de julio a las nueve y media de la noche, fue secuestrado junto con el sacerdote Gabriel Longueville de la casa religiosa donde vivían. El 20 por la tarde un empleado ferroviario encontró los cadáveres de ambos sobre una vía, maniatados, con restos de cinta adhesiva y algodón en la boca. Uno de ellos había sido mutilado y la autopsia indicó que había padecido una muerte lenta. Los cuerpos estaban cubiertos por mantas del Ejército y junto a ellos había una lista con nombres de sacerdotes. Pérez Battaglia prohibió que se publicara el comunicado del obispo y hasta el aviso fúnebre que informaba del asesinato. En cambio firmó un comunicado en el que, ante denuncias sobre desaparición de personas, anunciaba más operaciones para “erradicar definitivamente de la provincia a los delincuentes subversivos e ideológicos”.
Reunido con sus sacerdotes, Angelelli dibujó una espiral que se cerraba y señaló el centro. “Buscan un copete colorado. Ahora me toca a mí”. Los vicarios zonales le sugirieron que se alejara por un tiempo, pero se negó. El 4 de agosto de 1976 cerró su informe sobre la situación con la frase “poseo otros datos que por prudencia no debo escribir” y emprendió viaje a La Rioja con el sacerdote Arturo Pinto. Salieron después del almuerzo una vez que Pinto revisó el auto. El obispo iba al volante. A las tres de la tarde en el camino entre El Chamical y La Rioja fueron seguidos por otro vehículo, un Peugeot 404 claro, que los pasó y los encerró. Según Pinto “se produjo como una explosión. Y a partir de ese momento no recuerdo más nada”.
El primer médico que lo atendió dijo que, inconsciente, Pinto murmuraba: “los papeles, apúrese que nos alcanzan”. La camioneta dio varios tumbos. El cuerpo de Angelelli fue hallado a veinticinco metros del vehículo, cara al cielo, con los brazos extendidos hacia atrás, descalzo y con la piel de los talones raspados, pero sin marcas similares en el rostro o la calva. Según la justicia los autores arrastraron el cuerpo luego del vuelco. Un camionero vio el cuerpo “ubicado con llamativa prolijidad, derecho, sin magulladuras ni hematomas” cuando “toda persona que es despedida de un vehículo cae como desparramada, desarticulada”. La misma impresión transmitió el primer sacerdote que llegó al lugar y encontró el cuerpo rodeado de policías y militares que empuñaban armas largas. “Me daba la impresión de que lo habían sacado del auto, liquidado y arrastrado hasta ahí, porque tenía las manos hacia atrás. En un accidente uno se enrolla todo, se defiende. No, estaba bien estirado.” La autopsia indicó como causa de muerte fractura de cráneo con pérdida de masa encefálica pero la ropa del obispo no mostraba desgarraduras. Pérez Battaglia llamó por teléfono al director del diario El Independiente, Américo Torralba y le ordenó:
–Hay que publicar que fue un accidente por el reventón de la goma trasera.
Un sacerdote que llegó a poco del vuelco intentó retirar el maletín, la carpeta y las pertenencias de Murias y Longueville que Angelelli llevaba consigo, pero los militares se lo impidieron. El teléfono sonó en el despacho del ministro del Interior. El general Albano Harguindeguy escuchó a su interlocutor. “Su cara se iluminó con una sonrisa”, narró el ex ministro de Defensa José Antonio Deheza, quien lo visitaba para pedirle la libertad de dirigentes peronistas detenidos. Igual que en el caso de los palotinos asesinados un mes antes en la iglesia de San Patricio, los papeles que llevaba Angelelli llegaron al despacho de Harguindeguy en una carpeta que decía “Confidencial”. Cuando las cosas que llevaba el obispo fueron devueltas a la Curia, cinco días después, era evidente que habían sido revueltas. El informe sobre el asesinato de los curas del Chamicalapareció no en el maletín sino en la valija con ropas, el orden de las fojas había sido alterado y había tildes en algunas de ellas.
La prudencia
de las serpientes
La noche del 4 de agosto de 1976, camiones de asalto con tropas ocuparon las entradas de la Catedral riojana. Se proponían allanar el dormitorio de Angelelli y detener a los fieles que se aproximaron al conocer la noticia de su muerte. Cerca de medianoche, luego de largas discusiones entre sacerdotes y militares, se abrieron las puertas y grupos de personas cantaron y rezaron. El 6 de agosto, luego de la misa concelebrada ante el cuerpo de Angelelliy de su entierro, el nuncio Pío Laghi, Primatesta y Zazpe hicieron una visita protocolar a Pérez Battaglia, quien les aseguró que se había tratado de un accidente. Según el obispo Oscar Justo Laguna, en un primer momento Laghi lo creyó, hasta que entró en dudas y terminó convencido de que había sido asesinado. Laghisostiene haber presentado una enérgica protesta a las autoridades:
–Deben demostrarme que sucedió lo contrario de lo que yo supongo –dice que dijo.
En su primera edición posterior a la muerte de Angelelli, el diario vaticano L’Osservatore Romano presentó el caso como un “extraño accidente”. Pero el cardenal Juan Carlos Aramburu declaró que “no había pruebas concretas para hablar de un crimen” y no se produjo la esperada protesta vaticana. Sin embargo la biografía oficial del nuncio es hipercrítica con Angelelli, a quien vincula con “los extremismos que proponía la Teología de la Liberación”. Para ello Laghi y sus colaboradores, Laguna y Jorge Casaretto, fuerzan los hechos. Los autores sostienen que Pablo VI dio orden de que no se tomaran fotos para no “inmortalizar” la última visita del “incómodo” obispo riojano al Papa, debido a sus “heterodoxias doctrinales”. No es así. Pablo VI se fotografió en el gesto afectuoso de tomar la mano de Angelelli el 7 de octubre de 1974 en el Vaticano. Esa imagen ilustra la biografía del obispo asesinado escrita por el domínico Luis O. Liberti.
Tres días después del entierro de Angelelli, la Conferencia Argentina de Religiosos dirigió un angustioso llamado a Primatesta en busca de protección. Primatesta respondió que los obispos habían elegido ser “prudentes como las serpientes” porque estaban convencidos de que “hay tempus loquendi y tempus tacendi”. Tempus tacendi quiere decir tiempo de callar. Ese mandato se mantuvo a lo largo de las décadas. Fueron los obispos Jaime de Nevares, Jorge Novak y Miguel Hesayne, junto con Adolfo Pérez Esquivel y Emilio Mignone, quienes aun durante la dictadura presentaron la denuncia por el asesinato de Angelelli, que la justicia riojana dio por probado el 19 de junio de 1986. El juez Aldo Morales sentenció que se había tratado “de un homicidio fríamente premeditado”. Cuando el juez dirigió un exhorto a Primatesta, inquiriendo si conocía algún elemento que pudiera vincularse con la muerte de Angelelli, el cardenal respondió secamente que no. El Episcopado sigue sin asumir lo sucedido. En una declaración emitida en 2001 aun sostiene que Angelelli “encontró la muerte” y que “la muerte lo encontró” y se abstiene de mencionarlo como mártir. Hesayne replicó: “Tenemos más pruebas de su martirio que del de muchos mártires de los primeros siglos del cristianismo”.
Que parezca un accidente
Angelelli fue asesinado en la ruta el 4 de agosto de 1976; Ponce de León el 11 de julio de 1977. En ambos casos se simularon accidentes carreteros. Durante su desempeño al frente de la guarnición riojana, Pérez Battaglia viajaba los fines de semana a San Nicolás. Durante los primeros años de sucarrera militar alquilaba un departamento en Malabia 2200 de la Capital Federal. Pero luego se construyó una casa en San Nicolás, donde vivía su familia. No era un hombre que pasara inadvertido. Los socios del Club Belgrano recuerdan su irrupción, pistola a la cintura, para amenazar a un grupo de muchachos que habían fastidiado a su hijo. En esos viajes, Pérez Battaglia confraternizaba con el jefe del Batallón de Ingenieros de San Nicolás, el teniente coronel Saint Amant, quien se había hecho cargo de esa unidad en diciembre de 1975. Se conocían desde la adolescencia. Cuando Saint Amant ingresó al Colegio Militar, en marzo de 1948, Pérez Battaglia cursaba el último año y fue su jefe de sección en la Compañía de Ingenieros. Este ascendiente de un superior sobre su subordinado se mantiene a lo largo de toda la carrera. Había, además, otras afinidades. Igual que Pérez Battaglia en La Rioja, Saint Amant se vinculó con los sectores integristas de la Iglesia nicoleña, los Legionarios de Cristo Rey y Tradición, Familia y Propiedad, y comenzó a hostigar al obispo Ponce de León y a sus presbíteros. Cuando Ponce de León intercedió por varias personas desaparecidas, el militar le respondió:
–Sí. Yo los detengo. ¿Y qué? Voy a hacer desaparecer a todos los que están con usted, y a usted todavía no puedo porque es obispo.
Saint Amant llamaba a Ponce de León “obispo rojo”. Su primer informe al jefe del Cuerpo I, Carlos Suárez Mason sobre la denominada lucha contra la subversión en San Nicolás, estuvo dedicado a Ponce de León, contra quien propuso operar. Según la doctrina católica, escribió, el obispo es sucesor directo de los Apóstoles, la unión con la Iglesia se hace mediante la unión al obispo y fuera de la Iglesia no hay salvación. Los católicos que se cuestionan la actuación del obispo “piensan que ponen en juego su salvación eterna”. Por eso “hace falta lucidez intelectual y cierto coraje para entender que un obispo es traidor a la Iglesia, y para obrar sin el respeto que la doctrina enseña para con el sacerdote cuando éste está destruyendo su Patria y su fe”. No sería posible tener éxito en la lucha contra la subversión “si no se erradican los males expresados”, decía.
Retirado en 1981, Pérez Battaglia se radicó en San Nicolás. Su hija Teresita se casó con el cardiólogo Roberto Fernández Viña, quien ahora es Concejal justicialista. En 1991 y 1992, Pérez Battaglia llegó a ser gobernador del Distrito 5 del Club de Leones, con cabecera en San Nicolás. Su lema era “Por un leonismo sincero, fraterno y solidario”. Allí cultivó algunas amistades más liberales con profesionales y empresarios muy conocidos en San Nicolás, como Bonelli, Scaglia y Ondarchu. Pérez Battaglia murió hace seis años.
Saint Amant se retiró en 1992. La semana pasada, el juez federal de San Nicolás, Carlos Villafuerte Ruzo, inspeccionó en compañía del ministro de Justicia de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Di Rocco, el campo clandestino de concentración que funcionó en la Unidad Penal 3 de esa ciudad. Dos ex agentes penitenciarios declararon que allí estuvo detenido el matrimonio formado por la riojana María Cristina Lanzilloto y el santiagueño Carlos Benjamin Santillán, dos militantes del PRT-ERP, quienes fueron torturados por personal policial y del Ejército en ese lugar, que Saint Amant visitaba con frecuencia. La semana pasada, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de la mujer. Su hermana, la dirigente de Abuelas de Plaza de Mayo Alba Lanziloto, dejó La Rioja en julio de 1976 para escapar de la persecución de Pérez Battaglia. Ahora es querellante en la causa “Alvira, María Cristina y otros” donde también se investiga la desaparición forzada y torturas de un grupo de la Juventud Peronista, vinculado con la diócesis de San Nicolás y el Colegio Don Bosco y que podría culminar con la detención de Saint Amant.
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