EL PAíS › LA OPERACION POLITICA DEL EPISCOPADO
Concertada o no, la ofensiva de distintas líneas eclesiásticas contra la política oficial de derechos humanos ocurre cuando se avecinan los primeros juicios por los crímenes de la dictadura. Las homilías de Bergoglio el 25 de mayo y de Baseotto en el aniversario de la rendición argentina en Malvinas marcan el fracaso de la política conciliatoria escogida por Kirchner y abren un nuevo capítulo, en el que se ponen en discusión las anacrónicas instituciones del Te Deum y el Obispado Castrense.
Advertencia: Esta nota contiene informaciones y análisis políticos cuya lectura difícilmente sea de interés en estos días. Se recomienda guardarla para cuando se hayan asentado las imágenes del fantástico baile del viernes, que también hicieron difícil su escritura.
Más allá de sus contradicciones internas, distintas líneas del Episcopado coincidieron en las últimas semanas en el cuestionamiento a la política de derechos humanos del gobierno nacional. Con la misa por los caídos en el Atlántico Sur se completó una maniobra de pinzas, que incluye a todas sus alas: la inició el cardenal Jorge Bergoglio en el Te Deum del último 25 de mayo; la continuó el encargado episcopal de Pastoral Social, Jorge Casaretto, al convocar en Mar del Plata a un “Diálogo” de fuerzas sociales y la culminó el ex Obispo Castrense Antonio Baseotto, al oficiar un servicio religioso en la catedral Stella Maris, que forma parte del edificio de la jefatura de Estado Mayor de la Armada, pese a que el Poder Ejecutivo lo desconoció en esas funciones. De este modo tanto la línea tradicionalista que encarnan Baseotto y el Arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, como la que representa Bergoglio y se autodenomina “moderada” y la que Casaretto intenta presentar como “progresista” coinciden en una fuerte ofensiva, a pocas semanas de que comiencen los dos primeros juicios por los crímenes cometidos durante la dictadura militar por el ex subjefe de policía de Buenos Aires, Miguel Etchecolatz y el ex policía federal Julio Simón, (a) el Turco Julián. Cada obispo a su manera, todos ellos se pronunciaron en favor de una no explicada “reconciliación”. Kirchner es creyente católico y ha contado que en su hogar se rezaba tres veces por día, pero no es imaginable que asista en forma pasiva a estos desafíos políticos. Es posible que su respuesta avance sobre la costumbre de los Te Deum en las fechas patrias y ponga en tela de juicio la existencia misma del Obispado Castrense.
El equívoco
“Felices si somos perseguidos por querer una patria donde la reconciliación nos deje vivir, trabajar y preparar un futuro digno para los que nos suceden. Felices si nos oponemos al odio y al permanente enfrentamiento, porque no queremos el caos y el desorden que nos deja rehenes de los imperios. Felices si defendemos la verdad en la que creemos, aunque nos calumnien los mercenarios de la propaganda y la desinformación”, dijo Bergoglio en la Catedral el 25 de mayo. Durante las jornadas sociales de Mar del Plata, Casaretto afirmó que el país “necesita reconciliación en la verdad y en la justicia, pero también que llegue el perdón para que se restablezca plenamente la concordia”. También dijo que “la sociedad está extremadamente nerviosa y tiene que encontrarse más” y buscar “consensos en torno de políticas de Estado en un marco de un proyecto de país”. En la homilía por los caídos en el Atlántico Sur, Baseotto se refirió a las Fuerzas Armadas como “instituciones fundantes”, al conflicto en las islas Malvinas como una “gesta” y postuló que “la reconciliación es el único camino válido para llegar a la paz”. Para la Iglesia la reconciliación es un sacramento. Se trata de la reconciliación con Dios, de quien los hombres se alejaron por el pecado original. El sacrificio de Jesús permitió la reconciliación con Dios, de quien todos los hombres son hijos y por lo tanto hermanos entre sí. Pero la reconciliación también tiene un significado político y los obispos son maestros en el manejo de la ambigüedad, que confunde un concepto con otro. En la política argentina, reconciliación es la palabra código por impunidad. El Episcopado argentino transita ese sendero con infinita perseverancia desde hace 25 años, cuando en el documento “Iglesia y Comunidad Nacional” intentó hacer las paces con la democracia representativa a la que siempre se había resistido. Antes de entregarse a la nueva situación que vio avecinarse ya en 1981 procuró el rescate de las Fuerzas Armadas, como garantes de un sistema de poder. Pero los militares en el gobierno no comprendieron la sabiduría de sus pastores y al año siguiente emprendieron la aventura del Atlántico Sur, cuyo catastrófico saldo agregó urgencia y dramatismo al mismo propósito.
Reagrupamientos
Baseotto no oculta su afiliación al tradicionalismo más rancio, mientras Bergoglio y Casaretto recurren a una alambicada construcción de su imagen pública, a través de voceros oficiales y oficiosos que presentan a uno como moderado y al otro como progresista. No obstante, todos ellos han coincidido en la búsqueda de impunidad para los altos jefes de la dictadura con quienes algunos de ellos han tenido relaciones especiales. En noviembre de 1977, el entonces almirante Emilio Massera recibió un doctorado honoris causa en la Universidad del Salvador, que Bergoglio orientaba como superior provincial de la Compañía de Jesús. En 2002, al asumir como Obispo Castrense, Baseotto presentó una nota escrita a la Corte Suprema de Justicia, con cuyos integrantes tuvo luego una reunión formal. En ambos casos, pidió en forma explícita a los jueces que cerraran las causas abiertas por violaciones a los derechos humanos. Casaretto no ha incurrido en semejantes iniquidades, pero en 1980 se alojó en una unidad militar durante el Congreso Mariano Nacional celebrado en Mendoza y participó con entusiasmo en partidos de fútbol con los oficiales de la guarnición. También ha sido uno de los más consecuentes defensores de la doctrina de los dos demonios y con motivo de una donación al obispado de San Isidro, efectuada por la familia de dos detenidos-desaparecidos con parte del dinero cobrado como indemnización, exigió que en la placa a colocarse no figurara qué había ocurrido con ellos. La Mesa de Diálogo que el Episcopado organizó en 2001 fue coordinada con los líderes de la entente bonaerense Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde y sus patrocinadores empresariales, interesados en la devaluación de la moneda y la remoción del presidente autista Fernando De la Rúa. También participó el entonces representante del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Carmelo Angulo Barturen, quien por ahora es embajador de España en la Argentina. La reactivación de esa mesa que dispuso el Episcopado y lleva adelante Casaretto recrea aquella experiencia, en momentos en que la oposición acusa al gobierno de negarse al diálogo e intenta reagruparse en torno de la hipotética candidatura del ex ministro Roberto Lavagna. La doctrina social de la Iglesia brinda un amplio marco para la actuación de Bergoglio y Casaretto, en los términos genéricos que Benedicto XVI expresó en su primera Encíclica y que son los que la Iglesia siempre ha reivindicado, como difusora de conceptos orientadores en función del bien común, del que ella se declara intérprete. En cambio no ampara las actividades de Baseotto, de abierta confrontación con las autoridades legítimas. Ningún obispo argentino criticó la prédica de Baseotto, quien en 2004 llegó a encabezar un acto frente a la ESMA, de cuestionamiento a la decisión gubernativa de crear allí un museo de la memoria.
La piedra al cuello
En marzo del año pasado Kirchner dejó sin efecto el acuerdo presidencial para la designación de Baseotto como Obispo Castrense, por haber expresado que el ministro de Salud merecía ser tirado al mar con una piedra al cuello. Esas expresiones, sostuvo el decreto de su cesantía como secretario de Estado, “reivindican los métodos de la dictadura, apoyan a los ejecutores de tales crímenes y lejos están de aportar a la paz y la armonía o al cuidado espiritual de las Fuerzas Armadas”. El Vaticano sostuvo que no había razones canónicas para el relevo del Obispo castrense y se negó a designar un sucesor, como pedía el gobierno. La misa conmemorativa de la rendición argentina en las islas Malvinas fue solicitada al Obispado castrense por una organización de veteranos que preside un brigadier retirado. A pedido del Obispado el Estado Mayor Conjunto designó un oficial superior y varios oficiales jefes por cada fuerza y una guardia de honor uniformada. Pero ninguna información previa indicó que oficiaría el servicio Baseotto ni que asistiría el protagonista emblemático de aquella jornada, el general Mario Benjamín Menéndez. Junto a Baseotto, concelebraron el capellán mayor de la Armada Germán Carmona y el presbítero español Vicente Martínez Torrens, quien fue el primer sacerdote en llegar a las Malvinas, el 3 de abril de 1982, y el último en dejarlas, hace hoy 24 años. Las ideas de Martínez Torrens sobre la guerra son coherentes con la reivindicación pública del ex gobernador Menéndez, a quien las propias Fuerzas Armadas acusaron en el informe Rattenbach de falta de competencia en el mando y de espíritu militar, y de no haber sido ejemplo para sus subordinados, con los que eludió contacto. Martínez Torrens sostiene que los maltratos de oficiales argentinos a sus soldados fueron “una gota de agua en el mar” y que entre oficiales, suboficiales y soldados reinó una general camaradería y compañerismo.
La evangelización militar
Desde principios del siglo pasado, la Iglesia asignó una importancia fundamental a la evangelización de las Fuerzas Armadas, como parte de su rechazo a la democracia de partidos. Asignó a esa tarea a algunos de sus cuadros más valiosos, como el sacerdote Antonio Caggiano, quien además de organizador de la Acción Católica fue vicario general del Ejército en las décadas de 1920 y 1930. Los golpes de ese último año y de 1943 constituyeron la apoteosis de esa tarea pastoral. En numerosas ceremonias litúrgicas masivas los soldados eran bautizados o comulgaban en público, dentro y fuera de los cuarteles. El historiador italiano Loris Zanatta señala que “los capellanes militares fueron las abejas obreras del reencuentro entre la cruz y la espada”. También cita una alocución pronunciada por Caggiano el 25 de mayo de 1934, en la que sostenía el concepto confesional de nacionalidad. “La trilogía Dios, Patria y Familia era exaltada como la identidad misma de la Argentina, mientras se condenaban las doctrinas ‘contrarias a la nación’. Finalmente, se celebraba la misión civilizadora del Ejército católico”. El vicario general de la Armada Dionisio Napal fue el locutor de una película rodada por el Episcopado sobre el Congreso Eucarístico Internacional de 1934, en la que fundió dos mitos paralelos, que estarán presentes en todas las irrupciones castrenses posteriores en la vida política del país. Al narrar la misa al aire libre en la que comulgaron miles de marineros y soldados, Napal recitó que “es la misma nación en armas la que dobla la rodilla ante el Dios de la vida, ante el señor de las naciones. Ellos formulan su doble promesa, de servir a Dios y a las insignias”. Reducido a su mínima expresión durante la presidencia de Perón, el rol de los capellanes castrenses tomó nuevo impulso luego de su derrocamiento. En octubre de 1956, Aramburu y Rojas ordenaron estudiar una nueva organización del clero castrense y en 1957 se firmó el acuerdo en el Vaticano por el que Pío XII convirtió los servicios religiosos de las Fuerzas Armadas en Obispado Castrense. El Papa se reservó el obispado y lo delegó en un Vicario general. La nominación del arzobispo cordobés Adolfo Lafitte como primer Vicario fue una condición impuesta por el gobierno. En enero de 1958, Pío XII compuso una oración y la envió al cordobés para que la rezaran los militares argentinos, a quienes definía como soldados cristianos que “aseguramos el orden y la paz”. Dirigida a las Fuerzas Armadas que un año antes habían fusilado a opositores en defensa de un gobierno de facto, la oración convalidaba el rol policial que en las dos décadas siguientes devastaría a las Fuerzas Armadas y, a través de ellas, a la Nación Argentina.
Lafitte adujo en su primer mensaje a la nueva grey que el soldado argentino “es descendiente de aquellos héroes cristianos que, puesto su corazón en Dios y su pensamiento en la historia, hicieron de este suelo bendito una nación libre y soberana de alma católica. En la Argentina no es posible divorciar las ideas de Religión y de Patria. La Argentina ha surgido del seno del Cristianismo. Nuestras Fuerzas Armadas nacieron a la sombra de la Cruz”. Lafitte murió en forma inesperada, durante una visita a la Escuela Naval, el 8 de agosto de 1959. Una semana después, Caggiano ocupó su lugar y designó como pro-vicario a Victorio Bonamín. La Capellanía Mayor del Ejército consideraba en 1961 que la autoridad era de derecho divino y explicaba la oposición de la doctrina católica con la de Rousseau que fincaba el origen de la autoridad en “el pueblo soberano”. Aunque el pueblo ejerce “de hecho una cierta soberanía” hay que “obedecer primero a Dios antes que a los hombres”. Entre las obligaciones del Estado cristiano figuraba “controlar las huelgas para evitar injusticias y perjuicios”, mantener inviolable el “derecho natural” a la propiedad privada transmisible por herencia, y no recargarla de impuestos. Las huelgas, que en aquel momento eran el principal recurso del peronismo proscripto para enfrentar a un gobierno ilegítimo, “son una guerra” y deben ser enfrentadas. Las publicaciones del Vicariato castrense fueron decisivas en la preparación ideológica de la generación de oficiales que luego conducirían la guerra sucia. La Doctrina de la Seguridad Nacional tal como se aplicaría en la Argentina es incomprensible sin su fundamento dogmático. La dialéctica amigo-enemigo que forma su núcleo central reproduce el conflicto teológico entre el Bien y el Mal. De ese venero surgen las justificaciones de la violencia redentora, la efusión de sangre que purifica y el repudio a las instituciones republicanas. Es imposible exagerar la importancia que adquiriría el Vicariato, que en 1992 se convirtió en Ordinariato Castrense y su titular en Obispo.
Opciones
El desconocimiento de Baseotto como Obispo Castrense y la solicitud al Vaticano de que designara un nuevo titular fue una respuesta moderada del gobierno, que no buscó ni desea un conflicto con la Iglesia. La Santa Sede se negó a admitir que, una vez dado el acuerdo para el nombramiento, el Poder Ejecutivo tuviera facultades para retirarlo. Por un acuerdo tácito entre el Vaticano, el Episcopado local y el gobierno, Baseotto debía bajar
el perfil y no oficiar en la catedral Stella Maris. A cambio, el gobierno esperaría su retiro, dentro de un año y aceptaría al sucesor que designara la Santa Sede, salvo que fuera el actual vicario general y ex militar carapintada Pedro Candia. La reiterada violación de ese acuerdo por parte de Baseotto y la coincidencia de su ofensiva con las de Bergoglio y Casaretto, ponen en crisis esa política conciliadora. Se abre así la posibilidad de replanteos, que van desde la renegociación con la Santa Sede de un nuevo Concordato hasta la denuncia unilateral del vigente y que incluyen diversas alternativas, como la supresión lisa y llana de una estructura especializada de atención religiosa para los militares o la creación de una diferente, con dignatarios de distintas confesiones, como ocurre en Estados Unidos.
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