Vie 21.07.2006

EL PAíS  › EL PRESIDENTE DE CUBA ATERRIZO LUEGO DE LAS PRIMERAS REUNIONES DE LA CUMBRE DEL MERCOSUR

Fidel llegó y ahora empieza la pachanga

Las expectativas se convirtieron en realidad pasadas las 20, cuando aterrizó el inmenso avión que trajo a la Argentina al líder cubano para participar de la Cumbre del Mercosur. Hoy será el encuentro con el resto de los mandatarios para ponerle el moño al acuerdo económico de apoyo a la isla caribeña.

› Por Martín Piqué
Desde Córdoba

El suspenso duró hasta las 20.21 cuando dos aviones blancos con insignias rojas y blancas aterrizaron con un intervalo de menos de un minuto. Primero aterrizó un Boeing igualito al de la mayoría de los presidentes, y apenas después, como si quisiera incrementar la expectativa, el enorme Ilyushin CU-TI1280 que Cuba le compró a Rusia a principios de este año para uso exclusivo de Fidel Castro. El Ilyushin es un avión muy largo, con las turbinas en la cola y no debajo de las alas. Visto de cerca impresiona. En eso pensaban algunos periodistas cuando el aparato se detuvo frente a las gradas que se habían colocado para los fotógrafos, periodistas y camarógrafos. Se abrieron las dos puertas y por la de atrás comenzó a bajar la delegación cubana, entre ellos muchos periodistas. Pero todos estaban atentos a la puerta de adelante. Y enseguida se escucharon los “¡Allí está!” y los “Ahí lo veo”. Era el presidente de Cuba, vestido con su clásico uniforme de fajina verde. Ayudado por un colaborador que lo seguía a su derecha, bajó la escalera y pisó por segunda vez suelo argentino desde que Néstor Kirchner es presidente.

Enseguida lo tapó la gente que se arremolinó para saludarlo. Eran funcionarios del Gobierno, jefes militares de Córdoba, custodios y policías. Entre ellos estaba el intendente de la capital cordobesa, Luis Juez, quizá el mejor ejemplo del repentista humor cordobés. “Mientras todo el mundo está poniéndose la camisa para la cena (con los presidentes en el Palacio Ferreyra, donde anoche se celebró la comida de honor a los jefes de Estado), yo prefiero estar acá, para ver si le puedo lavar las barbas a Fidel”, había dicho Juez poco antes de que llegara el mandatario cubano. “De regalo le voy a dar un casete con cuentos de De la Sota. Es lo más autóctono que tenemos”, dijo a Página/12, en otra muestra de que nunca se olvida de su eterno rival. El gobernador no recibió a ninguno de los presidentes extranjeros, esa tarea recayó en su vice, Juan Schiaretti. Cuando pudo sortear el remolino que se moría por saludarlo y sacarse una foto con su camarita digital, Fidel encaró para el auto gris que le habían destinado.

No era un Mercedes Benz negro, como los vehículos que se habían alquilado para los demás presidentes. En el corralito de los periodistas especulaban sobre el auto blindado. “¡Fidel! ¡Fidel!”, comenzaron a gritar cronistas y camarógrafos. Querían que se acercara para hablar con la prensa, como habían hecho el uruguayo Tabaré Vázquez y el venezolano Hugo Chávez (en cambio, Kirchner, Michelle Bachelet y Lula sólo habían hecho un saludo con la mano para las cámaras). Un micrófono colocado sobre la pista de aterrizaje, unos cuantos metros delante de los periodistas, esperaba por si el cubano decidía finalmente hablar. Pero los gritos fueron vanos. Entre los focos que cruzaban la pista y los flashes de los fotógrafos, Fidel se llevó la mano a la frente para ver mejor. Entre tanto traje negro resaltaba su barba emblanquecida y el verde del uniforme militar. Luego desapareció dentro del coche gris y su rostro apareció por la ventanilla trasera de la derecha.

La caravana de autos se esfumó rápidamente; su trayecto podía adivinarse por el sonido de las sirenas. El sonido se repitió a lo largo de la avenida Cabrera, el camino que va del aeropuerto a la capital de Córdoba, hasta que el convoy llegó al Hotel Holiday Inn. Allí se alojan casi todas las comitivas, entre ellas la argentina: los cubanos reservaron 26 habitaciones del segundo piso. Cuando Fidel entró, Kirchner se había retirado apenas unos minutos antes hacia el Palacio Ferreyra, donde se realizaría la cena de honor. Pero el cubano se encontró con otro recibimiento, nada protocolar y ávido de declaraciones. En la puerta y el lobby habían muchos periodistas, entre ellos un cronista de TN y un movilero de “CQC”. El primero le preguntó por la familia Quiñones, por Roberto Quiñones, el hijo de la neurocirujana Hilda Molina, un cubano que vive en Buenos Aires y está casado con la argentina Verónica Scarpatti. El Gobierno intentó mediar ante la isla para que Molina, una ex dirigente del Partido Comunista de Cuba, pudiera viajar a Buenos Aires para ver a su hijo. Esa gestión quedó salpicada por un episodio extraño, que nunca se aclaró del todo, en el que Molina y su anciana madre ingresaron a la embajada argentina en La Habana en plena madrugada. Aquel incidente complicó las relaciones con el gobierno cubano. Y archivó sin fecha la promesa repetida de un viaje de Kirchner a la isla. Los antecedentes convertían al tema en un asunto sensible para los cubanos. Eso explica la actitud de Fidel, que cuando escuchó la pregunta prefirió no responder. Distinta fue su reacción cuando lo abordó “CQC”. Afortunado, el movilero obtuvo las primeras declaraciones del líder cubano en su segunda visita a la Argentina durante la presidencia de Kirchner. La primera había sido el 25 de mayo de 2003, con motivo de la asunción presidencial del santacruceño. Aquella vez el flamante presidente colaboró para que Fidel diera un discurso en la Facultad de Derecho ante unas 20 mil personas. La relación personal, más allá de las obvias diferencias políticas, sigue siendo muy buena. Tanto, que motiva todo tipo de versiones sobre los próximos días: ayer se comentó entre los periodistas que Kirchner podía invitar a Fidel, Chávez y Evo a pasar el sábado en El Calafate. “No hay nada, no es así”, aseguró a Página/12 el vocero presidencial, Miguel Núñez. “La agenda no está cerrada”, había dicho poco antes el vocero del canciller, Jorge Taiana. Nunca se sabe.

Como se esperaba, la llegada de Fidel opacó todo el resto de la cumbre. Incluso la llegada de su mejor discípulo (reconocido por él mismo), el propio Chávez, quien se le anticipó dos horas y llegó a Córdoba a las 18. Expansivo y sociable como siempre, el venezolano no tuvo problemas en hablar con los periodistas. “Aquí en 1969 se generó un hecho histórico (por el Cordobazo), donde se rebelaron estudiantes y obreros. Ahora estamos viviendo un nuevo Cordobazo, con este relanzamiento del Mercosur. Es muy importante que venga Fidel, porque Cuba y Venezuela somos Caribe”, dijo desde el micrófono. A pocos metros lo escuchaban unos setenta periodistas. Para poder hablarles desde más cerca, Chávez no tuvo problema en abrazar a dos efectivos de la Policía de Seguridad Aeronáutica (PSA), que sonrieron como si no pudieran creerlo. Pero la llegada de Fidel a esta cumbre del Mercosur no sólo generó sonrisas. También hubo cortocircuitos y discusiones bastante duras, especialmente con la delegación paraguaya. El contrapunto surgió cuando se estaba discutiendo el texto para la complementación económica del Mercosur con la isla (a partir de ahora se generalizan a todo el bloque los acuerdos bilaterales entre los países miembros y La Habana). “Paraguay está muy enojado con nosotros, pero especialmente con Brasil. Creen que fueron ellos los que nos convencieron de que no había que condonar la deuda por Yaciretá”, explicó a Página/12 un funcionario muy cercano a Kirchner. Las famosas asimetrías, y detrás de ellas los diferentes alineamientos internacionales (Asunción tiene varios tratados directos con Washington), seguían presentes en medio del terremoto que generó la llegada de Fidel.

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