EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
El entrenamiento de Juan Carlos Blumberg como candidato a gobernador de Mauricio Macri en la provincia de Buenos Aires entrega dos perfiles complementarios. Uno que llamaríamos “humanístico”, sólo por usar una definición rápida y convencional. Y otro de política a secas.
El primero sumerge en la repugnancia de que alguien use su tragedia personal para lanzarse al ruedo partidario, y nada menos que mientras se sustancia el juicio por el secuestro y asesinato de su hijo. Y el segundo revela la desesperación de la derecha por agarrarse de la teta del primer lechón que aparezca, con tal de que por lo menos no pasen un papelón en las elecciones del año próximo. En correlato con ambos no está mal dejar un tercer espacio para juzgar la cara más perversa, pero sobre todo más inútil, que adquiere la crisis de la tradicional partidocracia argentina: cualquier cosa es apta para que cualquiera, con el aval dirigente, se le anime a la actividad política. En el caso de Blumberg, esto ya había quedado en evidencia cuando la monstruosa muerte de su hijo lo convirtió, de un día para otro, en experto en “seguridad”. Como si los avatares personales pudieran habilitar diplomas express de especialización temática. Lo cierto es que eso bastó y sobró para que el Congreso de la Nación aprobara, con el guiño presidencial y también a la velocidad de un rayo, el cúmulo de medidas represivas conocido como “paquete Blumberg”. ¿Para qué sirvió? Para atestar las cárceles hasta un límite inenarrable, mientras una suma de tontos que no parece tener fin insiste en que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra; y, antes que eso, para que siga hablándose de la ola de “inseguridad”. Sin embargo, allí continúa Blumberg como defensor especializado en víctimas rubias de ojos celestes. Y ahora como eventual o seguro candidato partidario. Si finalmente no lo es, de todos modos el concepto ya no tiene retorno porque admitió que está analizando presentarse. Suficiente para corroborar que es usable lo que sea. Quede claro: lo cuestionable no es el derecho de Blumberg a activar en política, sino en función de cuáles intereses y con cuáles resultados él usa ese derecho.
Blumberg candidato o enfilado hacia allí es sólo la punta más ostensible de un (intento de) reacomodamiento partidario y social que, al margen de su carácter bizarro e inclusive pornográfico, y de sus muy relativas chances electorales, pretende ser el rejuntado homogéneo de una derecha que se quedó sin discurso creíble. Al lado, a la par o por arriba de él, es fácil ver ese parque jurásico donde se articulan animales como Macri, Cecilia Pando, Grondona, el diario La Nación, los terratenientes más enormes, la Iglesia, los restos de Neustadt, lo peor de los militares retirados, los servicios. Y por lo tanto acecha de modo constante esa sensación de que es algo o infinitamente mejor correrse hacia lo que Kirchner expresa en su discurso, en sus peleas semanales con todos o cada uno de esos mostrencos y también, debe admitirse, en algunas de las medidas que toma.
Pero entonces también acecha, por más que ya suene a cantinela, la necesidad de no perder pensamiento crítico. Ese discurso y esas determinaciones del oficialismo no deben dejar de contrastarse con elementos negativos que, como mínimo, hacen poner en duda las intenciones y el rumbo de este gobierno por fuera del momento internacional que vive, excepcionalmente favorable gracias al precio y las perspectivas de las materias primas. Kirchner viene siendo un tipo inteligente para leer y actuar sobre la coyuntura que le tocó; y que en muchos aspectos tiene poco o nada que ver con la dramática etapa de los ’90, cuando parecía que las ideologías habían muerto. Precisamente porque no murieron y porque el mundo sigue dividiéndose entre los que luchan por cambiarlo y quienes quieren dejarlo como está, más injusto que nunca, debe continuar midiéndose, sin renuncios, la distancia entre los dichos y los hechos. Así como el Gobierno es lo enunciado por la positiva, así también no tocó a fondo, hasta ahora, ninguno de los resortes estructurales que definen al modelo de exclusión: impuestos, salarios, educación, salud. Es un gobierno del día a día, sustentado por las condiciones externas y por la fresca memoria de lo que hicieron estallar sus antecesores. Conformarse con eso, y abonarlo con el dato de que los opositores son una exposición de esperpentos, supone el muy alto riesgo de que un día nos despertemos mojados por haber creído, otra vez, en el carácter delegativo de la democracia. Hoy Kirchner, que pinta “bien” o menos malo que el resto. Igual que pintaban la rata y los milicos.
Esto no es igual a aquello/s, obviamente. Pero la vara para medir una gestión no debe pasar exclusivamente, ni mucho menos, por el tenor de los enojados con ella. Eso es una trampa y la teje, fácil, el propio gobierno. Sólo un marciano puede no darse cuenta de que el oficialismo construye la oposición que le conviene. Y hasta podría concedérsele que eso es legítimo en la lucha política. Pero de ahí a que el análisis serio se establezca desde lo ofendidos que se sienten unos cuantos y patéticos dinosaurios... Una vez más: cuidado, mucho cuidado con el perro.
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