Dom 31.12.2006

EL PAíS  › GEREZ PUDO RELATAR QUE ESTUVO ENCAPUCHADO Y ENGRILLADO, Y FUE TORTURADO

“Me ponían la pistola en la cabeza”

La declaración tuvo que interrumpirse por el estado anímico y el agotamiento del secuestrado. Lo quemaron con cigarrillos, lo tuvieron atado con piezas metálicas y candado, le gatillaban un arma encima una y otra vez. Lo interrogaron sobre causas en las que declaró. “Te humillan, te pegan en el alma”, dijo a sus amigos.

› Por Martín Piqué

En su primer día de libertad tras estar desaparecido por 48 horas, Luis Angel Gerez declaró por casi tres horas ante la fiscal de Escobar, Andrea Palacios, aunque no pudo terminar su testimonio por prescripción médica. Dos veces se quebró y se puso a llorar. Mientras pudo hablar, su relato fue desordenado. Intercaló capítulos de su historia personal con detalles de su cautiverio. Algunos estremecedores, otros que podrían servir para la investigación. Ante la fiscal, Gerez dijo que le gatillaron muchas veces en la cabeza y que lo quemaron con cigarrillos en el pecho. Contó que dos de sus captores hablaban con un vocabulario de personas instruidas mientras que el tercero parecía más joven y se expresaba con términos casi carcelarios. Según un ministro del Gobierno, el testigo clave del caso Patti también declaró que uno de sus captores le había preguntado por las causas por violaciones a los derechos humanos en las que había testificado. Cerca de Gerez dijeron desconocer esa información. Sólo la fiscal, sus secretarias y un médico de la policía presenciaron el testimonio. Sus compañeros ya habían escuchado su relato unas horas antes.

–Luisito, ¿te pegaban? –preguntó el amigo.

–No importa eso –respondió Luis Angel Gerez.

–¿Te pegaban?

–No importa eso.

–¿Te pegaban?

–Los dolores en el cuerpo no importan. Ellos te pegan en el alma.

–¿Qué me querés decir Luisito?

–Te humillan.

–¿Pero qué querés decir?

–Por momentos sentía miedo y por momentos no me importaba que me mataran.

–¿Qué te hacían?

–Me ponían la pistola en la cabeza y gatillaban. Apretaban y apretaban el gatillo.

El diálogo fue íntimo. Gerez estaba algo mejor tras el shock de las primeras horas después de su liberación. Enfrente estaba uno de sus compañeros del alma. En un primer momento, el amigo había intentado reprimir su ansiedad por saber todo lo que le habían hecho. Pero con el paso de las horas Gerez se pudo serenar. Había llegado el momento de hacer catarsis. Estaban en la casa de su madre, Julia More, en Galileo Galilei al 100 de Escobar. El viernes a la noche le habían preparado una cena para festejar su regreso. Gerez comió con entusiasmo. Estaba hambriento. En 48 horas sus captores no le habían dado ningún alimento. Sólo había tomado agua y mate aunque con ciertas resistencias. “Tenía miedo que me falopearan”, contaría Gerez tras ser liberado. El amigo escuchaba el relato del albañil sin hacer demasiados gestos. No era el único que estaba escuchando. El otro amigo se animó a preguntar.

–¿Y por qué las quemaduras en el pecho? ¿Qué te decían?

Gerez permaneció callado. Cuando la tercera persona salió de su habitación para buscar algo, miró a su amigo a los ojos.

–Me decían “a ver cuánto aguantás”.

Declaración interrumpida

Había dormido dos horas, apenas dos después de las 48 horas más horribles de su vida. Eran las 9 de la mañana cuando Gerez miró a su esposa, Mirta Praino, y le encargó una tarea urgente. Quería comenzar el día con sus afectos más cercanos. Entonces Mirta llamó a Alberto “Paco” Fernández de Rosa y le transmitió los nombres con los que Gerez quería compartir su primera mañana libre tras el secuestro. Así fueron llegando sus compañeros de toda la vida. A las 11 ya estaban todos sentados en la mesa del living de la casa de su madre. Allí estaban su esposa, Fernández de Rosa, el concejal Hugo Cantero, Jorge Altamirano, “Pipo” Weernek, Orlando Ubiedo, todos miembros de la agrupación peronista Pensar Escobar. “Nos miró a todos, con la cabeza algo gacha y nos saludó con la mano. Quería vernos juntos”, contó Cantero a Página/12.

Gerez no se quedó mucho tiempo con sus amigos. Volvió a su habitación, donde lo acompañaba una psicóloga del gobierno bonaerense. Lo siguieron su esposa y alguno de sus visitantes. A las 13 sonó el teléfono de la casa. Era la fiscal que lo citaba a declarar. A la mañana lo habían revisado unos médicos. Aunque le habían dicho que no declarara, Gerez decidió hacerlo igual. Entonces los amigos decidieron dividirse. Algunos se prepararon para acompañarlo a la fiscalía de Escobar, en Carlos Pellegrini al 600, otros comenzaron a organizar una conferencia de prensa para los cronistas y movileros que pululaban por el barrio.

Su esposa, Fernández de Rosa y Weernek lo llevaron a la fiscalía. A las 14 ingresó al edificio judicial acompañado por el médico de la policía. Vestía una remera a rayas. Su mujer y sus compañeros se quedaron abajo esperando. En las tres horas de declaración, el testigo relató detalles de su cautiverio, dijo que estuvo engrillado con piezas metálicas y candados, y confirmó que durante su secuestro estuvo todo el tiempo a ciegas por una bolsa que le pusieron en la cabeza. Aunque pudo distinguir tres voces. De los captores recordó lo que dijo uno que parecía más experimentado:

–¿Viste que no era tan difícil? –le comentó un secuestrador a otro con el tono exultante de un triunfo.

Cuando el interrogatorio estaba llegando a lo más duros, Gerez se quebró en llanto. Intentó recomponerse pero otra vez se largó a llorar. Entonces el médico ordenó suspender toda declaración al menos por dieciocho horas. El médico también aconsejó suspender la conferencia de prensa. “No quiero dejar en banda a los muchachos”, fue lo primero que dijo Gerez. Al final, luego de recorrer Escobar en auto durante veinte minutos para intentar despejarse, su amigo Fernández de Rosa decidió cancelar la conferencia de prensa. “Queremos que Luis recomponga que se ponga porque prácticamente no ha dormido y no está física ni mentalmente para afrontar preguntas de los periodistas”, explicó el actor.

La historia de Luisito

Gerez milita en política desde los ’70, siempre vinculado al peronismo. Estuvo en la JP y Montoneros, en Intransigencia y Liberación y en el Peronismo Revolucionario. Con el triunfo de Carlos Menem se desanimó y decidió dedicarse de lleno a la actividad privada. Con un compañero de viejos tiempos, el hoy vicejefe de Gabinete bonaerense Emilio Pérsico, abrió un taller mecánico en Don Torcuato. No tuvieron mucha suerte y se fundieron a los dos meses. Ninguno sabía de mecánica. La historia los volvería a encontrar varias veces. Pérsico le compró un auto, y a partir de 2003 se convirtió en uno de sus interlocutores naturales para hablar de política. Pérsico dirige el Movimiento Evita, con el que está relacionada la agrupación Pensar Escobar.

Gerez pasó el día con sus afectos más cercanos. Por cuestiones de seguridad, decidió dejar la casa de su madre en Escobar y se instaló en otra localidad del norte del conurbano. Por allí desfilaron varios amigos, entre ellos el vicejefe de gabinete bonaerense. Otros compañeros, como el concejal Hugo Cantero, decidieron dejarlo tranquilo tras verlo a la mañana. Muchos todavía no podían sacarse de la cabeza lo que habían escuchado, el terror que habían visto en los ojos de su amigo. Nada fue más explícito que el horror con el que Gerez quiso evitar que le pusieran los electrodos para hacerle un electrocardiograma en la salita de Garín. “Pensaba que era la picana”, explicó Cantero.

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