EL PAíS › OPINION
› Por Luis Bruschtein
El antiperonismo asigna a todas las actitudes de Perón un sustrato de malignidad per se. Desde ese lugar se puede explicar cualquier decisión que haya tomado en su vida. El verticalismo peronista lo hace desde el polo opuesto: desde la infalibilidad del líder. Todo se explica así, hasta las decisiones que no funcionaron, cuya responsabilidad se le achacará a algún otro. La realidad es más compleja y resulta difícil pensar en qué estaba pensando Perón cuando designó a su mujer, Isabelita, en la vicepresidencia. Desde su lugar, podía ser entendible como una medida de corto plazo, porque no podía enviar una señal de apoyo a ninguno de los sectores del peronismo que en ese momento disputaban una interna feroz. Pero finalmente quedó a cargo del país la persona menos indicada en el momento más difícil.
Con la muerte de Perón, la presidenta se apoyó en José López Rega. Su fuente de representatividad había desaparecido con su esposo y “el Brujo”, a su vez, siempre había sido una figura marginal y resistida en el peronismo. Desde el primer momento, la debilidad fue el signo de ese gobierno. Si Isabel era la menos indicada por sus inexistentes reflejos políticos, López Rega era el personaje más nefasto que hubiera podido encontrar para aliado. El antiguo valet de Perón, con sus delirios esotéricos y su visión grotesco-policial de la política, se convirtió en el estratega.
La muerte de Perón había desequilibrado el esquema de poder, generando un vacío que era imposible de llenar, y el dúo Isabel-López Rega profundizó más esa situación. Como en un ataque de pánico, Isabel se recluyó en el entorno del ministro de Bienestar Social y así fue el país de la Triple A, donde al mismo tiempo el vacío comenzaba a ser llenado por el partido militar. Los secuestros y asesinatos de militantes populares se multiplicaron y comenzaron a aparecer las zonas liberadas, los secuestros y la aparición de cuerpos acribillados a balazos o destrozados por cargas explosivas.
No fueron uno ni dos, no fueron excesos, ni las andanzas de una banda desquiciada. Fueron cientos de víctimas. Hubo un plan para instalar el terror. Es probable que el plan de López Rega fuera hacer retroceder a la guerrilla, pero lo que en realidad estaba haciendo era preparar el clima para el golpe militar. El accionar de la Triple A fortaleció las concepciones más militaristas de la guerrilla, sobre todo de Montoneros, y además sus crímenes se hacían cada vez más difíciles de sostener desde un gobierno que, aunque en lo formal, mantenía cierto estado de derecho.
Por eso no es difícil deducir que el pensamiento brutal y primitivo de López Rega fuera usado desde los servicios de inteligencia por el partido militar que ya hacía planes para tomar el poder. Porque más que sostener al gobierno peronista –que supuestamente era su objetivo–, el accionar de la Triple A llevaba irremisiblemente a la caída de Isabel. La organización terrorista de ultraderecha no tuvo su origen en grupos políticos sino esencialmente en delincuentes comunes y personal retirado y exonerado de las fuerzas de seguridad. Es evidente que el reclutamiento inicial estuvo a cargo de los servicios, que suelen utilizar ese tipo de mano de obra. Aunque la base de operaciones estaba en el Ministerio de Bienestar Social, la Triple A estuvo monitoreada desde el principio por los servicios de inteligencia, que tenían un solo mando histórico: el partido militar.
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