› Por Horacio Verbitsky
Desde Barcelona
El arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián Aguilar, es la cara pintoresca del Episcopado español y el de Madrid, Antonio Rouco Varela, su conductor obstinado, aunque ya no presida la Conferencia Episcopal. Ambos ejemplifican la deriva que siguió la Iglesia Católica de este país en los últimos años.
Sebastián Aguilar emitió un rutinario documento con recomendaciones electorales. Sostuvo que sus feligreses podían apoyar a partidos laicos, siempre que reconocieran que una “ley moral natural objetiva” debe regular los asuntos políticos. En esto no se diferencia de Rouco Varela, quien comparte los esfuerzos del Partido Popular contra el gobierno del aún denominado Partido Socialista Obrero.
Pero el jefe de los católicos de Navarra agregó que había otros partidos “fieles a la doctrina social de la Iglesia”, cuyo mero “valor testimonial” ya justificaría votarlos. Si muchos católicos lo hicieran podrían “entrar en alianzas importantes”. Entre ellos mencionó a la Falange Española de las JONS, es decir el partido oficial durante las cuatro décadas del régimen franquista.
Sebastián Aguilar ha llegado a lucir en público el tricornio de la Guardia Civil. Antes había hecho lo mismo el papa Benedicto XVI, a quien se lo alcanzó un gendarme español durante una audiencia. Pero el pontífice alemán es conocido por la sincera alegría que le producen los tocados y atuendos vistosos, como el casco amarillo de los bomberos romanos que se colocó durante otra audiencia, el camauro rojo forrado de armiño con que cubrió su pelo blanco en la primera Navidad de su reinado, los mocasines rojo fuego de Prada que una vez asomaron bajo una casulla muy corta o la esclavina bordada del mismo color con la que se cubrió los hombros esta semana en Brasil. Incluso, al asumir, desató una disputa entre los sastres Raniero Mancinelli y Alessandro Cattaneo por ver quién lo vestiría.
Ajeno a tanta exquisitez, el gesto del prelado español sólo expresa una opción ideológica. Por supuesto, ante el escándalo por su pronunciamiento, Sebastián Aguilar dijo que él no señaló una boleta electoral sino “con qué criterios morales” escogerla. Aunque juró que no apoyaría a un partido que no fuera democrático, rechazó que la confesión de fe católica en la vida pública fuera una posición de extrema derecha (cosa que nadie había afirmado) y recordó el papel de la Iglesia católica “para el advenimiento de la democracia”.
Sin duda lo tuvo. El cardenal postconciliar Vicente Enrique y Tarancón defendió desde la presidencia de la conferencia Episcopal (que ocupó durante los últimos cinco años del franquismo y los primeros cinco de la democracia) una salida política pacífica y negociada, respetuosa de derechos y libertades. Entre otras tareas esto implicaba renunciar a la legitimación recíproca entre ambas esferas, propia del nacional catolicismo consagrado en el concordato de 1953, según el cual la “única religión de la Nación española” era la católica, apostólica y romana.
En una inusual asamblea conjunta de obispos y sacerdotes presidida por Enrique y Tarancón en 1971, la mayoría reconoció el rol eclesiástico en la destrucción de la democracia y pidió perdón por no haber sido “ministros de reconciliación” en un pueblo dividido “por una guerra entre hermanos”. Se referían al Episcopado presidido en 1936 por el arzobispo de Toledo Isidro Gomá y Tomás, quien redactó la declaración colectiva de apoyo a Franco y la defensa como una cruzada del alzamiento contra la Constitución. Pero para aprobar el pedido de perdón hacían falta dos tercios, que no se alcanzaron, ni en 1971 ni nunca, pese a las exhortaciones de Juan Pablo II al aproximarse el tercer milenio. Hoy parece más lejano que nunca.
La tibia ley de memoria histórica, que busca reparar a las víctimas del franquismo, y el retiro de estatuas del dictador impulsado por Rodríguez Zapatero, han provocado una respuesta militante de la España negra. El Vaticano la respalda con la beatificación de medio centenar de sacerdotes fusilados por los republicanos, como mártires que murieron perdonando. El reconocimiento no se extiende a los dieciséis sacerdotes vascos que el franquismo ejecutó por no apoyar la rebelión.
En 1975, al tomar juramento a Juan Carlos de Borbón dos días después de la muerte de Franco, Enrique y Tarancón lo exhortó a ser el rey de todos los españoles y en especial de los pobres. En 1978, sostuvo la reforma constitucional que reemplazó la confesionalidad del Estado por un genérico reconocimiento a “las creencias religiosas de la sociedad española” que se expresaría en “relaciones de colaboración con la Iglesia católica y las demás confesiones religiosas”. “Tarancón al paredón”, fue la consigna con que le respondió la derecha dura y pura, tan parecida al “Zapatero, al hoyo con tu abuelo” con que hoy hostiga al presidente del gobierno, nieto de un republicano fusilado en la guerra civil. Hace un mes, al cumplirse cien años del nacimiento de Tarancón, el arzobispo madrileño Rouco Varela lo encomió por haberse puesto al servicio de la reconciliación, el perdón, la unidad y la paz entre todos los españoles.
No es éste su propio papel. Aunque hoy se acepte la separación de la Iglesia y el Estado, Rouco Varela no renuncia a la pretensión de imponer pautas de conducta a toda la sociedad, en materias que no tienen que ver con la fe y el culto, como son la educación o la vida familiar. El Arzobispo de Madrid ha participado junto con el PP de Mariano Rajoy en movilizaciones callejeras en contra de dos leyes del PSOE: la de matrimonio (que suprime cualquier referencia al sexo de los contrayentes) y la de educación (que vuelve optativa la enseñanza religiosa en los colegios estatales, elimina el derecho de admisión de alumnos en los privados y dispone que todos aquellos que reciben subsidios oficiales deben ser gratuitos y los contenidos de la enseñanza comunes para todos los estudiantes).
Tarancón liquidó la poderosa cadena de medios de comunicación construida por la Iglesia Católica durante el franquismo. Rouco Varela la rearmó. Con casi doscientas pequeñas radios parroquiales formó la cadena COPE (por ondas populares de España), cuya línea es afín con la de la radio Diez de Buenos Aires, mientras se afianza una cadena de televisoras llamada Popular TV y antiguas revistas de congregaciones religiosas se reconvierten en medios de interés general y tirada masiva. El propio Rouco Varela habla en forma frecuente con periodistas. Poco antes de dejar la presidencia del Episcopado, sostuvo que hay más casos de pedofilia en su iglesia que en otras porque también es mayor “la intensidad de relación y de trabajo pastoral que ejerce y practica un sacerdote con respecto al que ejercen en otras confesiones”. Esto no le impidió defender de cualquier crítica a un médico que el PP llevó al Senado para que explicara que la homosexualidad es una patología producida por padres alcohólicos.
La ventaja del tricornio es que identifica desde lejos y a simple vista.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux