Lun 14.05.2007

EL PAíS  › OPINION

Santa Cruz y aledaños

› Por Eduardo Aliverti

De todas las chances de hechos imprevistos o excepcionales que podían contemplarse en la carrera electoral, sucedió uno demasiado difícil de imaginar. Puede parecer un sinsentido hablar de prever lo imprevisible, pero (y en política es muy habitual) suele caerse en la cuenta de que muchos hechos no pronosticables disponían de un caldo de cultivo, bajo el cual la sorpresa no tenía por qué serlo tanto.

Por ejemplo, las derivaciones del caso Skanska adquirieron una dinámica que no estaba en los cálculos; pero era perfectamente esperable que en estos meses se colaría algún episodio de corrupción, del tipo de éste, con salpicaduras cercanas a importantes despachos presidenciales, porque ya se estaba en medio de una campaña que se veía venir muy sucia gracias a su vacío ideológico. Y por ejemplo, no se podía adivinar que un docente habría de ser asesinado a quemarropa en Neuquén; pero nadie tenía derecho a llamarse a engaño respecto de las características políticas y personales de un gobernador como Jorge Sobisch (del mismo modo en que, y es muy triste asumirlo y decirlo, tampoco debe convocar a la estupefacción que hoy haya quedado casi perdido el nombre de Carlos Fuentealba, que el gobernador haya capeado el temporal y que muy probablemente el oficialismo neuquino gane las elecciones).

¿Quién podía anticipar, en cambio, que Kirchner no tendría ni una mínima parte de la muñeca suficiente para evitar la eclosión de Río Gallegos, cuando, además, no fueron acontecimientos repentinos sino progresivos? ¿Cómo pudo ser capaz de no querer (porque fue eso, no quiso) frenar un reclamo que nació en la recurrente y elemental pretensión de aumentar el insultante sueldo básico de los empleados públicos santacruceños? ¿Cómo se equivocó así, conociendo él mejor que nadie los perfiles combativos de la conducción del gremio docente provincial? ¿Cómo permitió que Santa Cruz quedara en manos de un autista? Y en todo caso y justamente frente al tono progresivo de la protesta, ¿cómo no decidió retrancar cuando empezó a percibirse que las cosas se saldrían de madre? ¿Todo esto para terminar descongelando las paritarias y ofertando un básico de 500 pesos en una de las provincias más ricas del país, con un habitante por kilómetro cuadrado? ¿Por qué hizo falta esperar y provocar así?

Esta asombrosa actitud presidencial debe ser previa a los señalamientos sobre la “politización” del conflicto en Santa Cruz. Porque es obvio que hay intereses electorales y sectoriales en el crecimiento de la puja salarial. El intendente de Río Gallegos es un radical que no dudó en solidarizarse con los manifestantes, para empezar, y lo único que falta es que alguien quiera inscribir eso en alguna tradición histórica del radicalismo, de apoyo a las movilizaciones populares... Pero no era obvio que la Casa Rosada funcionaría ajena a la realidad con un desparpajo atizador del fuego. Puesto el resultado, hay quienes argumentan que sí lo era porque después de todo Kirchner actuó como “el capataz de estancia” que siempre fue. Lo cual es incorrecto, no porque el Presidente no haya sido un intendente y un gobernador que en efecto conducía de esa manera, sino porque no es lo mismo la actuación en una provincia, hasta hoy, mediáticamente ignota, que los cuidados de imagen personal al frente del Poder Ejecutivo de la Nación. Y de hecho, precisamente en el punto de controlar el descontento social es donde Kirchner ha sabido “surfear” con mucha inteligencia. De manera que lo de Santa Cruz es poco menos que inexplicable, salvo, sólo tal vez, por un par de consideraciones.

La primera, de tono más bien psicológico, es que, por tratarse de su provincia, Kirchner se metió en el berretín de mostrar autoridad con la especulación de fugar hacia delante. En esa hipótesis, que como análisis político es bastante berreta pero no descartable en tanto componente de la situación, la idea es que el jefe de Estado apostó a que, mostrando cojones en su casa, podía aprovechar para re-exhibir que él o su mujer pueden timonear mejor que nadie la casa nacional. Está bien, o puede ser. Pero no responde a la pregunta de por qué la táctica pasó por confrontar a ciegas en vez de amainar en el momento adecuado, vistos los rasgos locales y el dibujo de la conflictividad general con los empleados públicos de provincias (Neuquén, Salta, ahora Formosa).

La segunda consideración apunta más “alto”. Sería: Kirchner sabía y sabe que, en definitiva, lo que ocurra en Río Gallegos no tendrá incidencia electoral. Ni en el mapa general ni en la propia provincia, quizá, tal como sucede o podría suceder tranquilamente en Neuquén. Y en Salta. Y donde fuere. Significaría que se contempló perder el conflicto, seguro/s de que inclusive en esa eventualidad habría tiempo para operar sobre una lucha desperdigada aumentando básicos, remitiendo ayudas extraordinarias, especulando con la falta de opciones opositoras y hasta dejando caer gobernadores para airear el clima. En resumen: si contra-patotear sale bien, bien; y si no, ya se verá. Y lo más importante: en caso de que no haya sido así, de todas formas no cambia que la hipótesis puede ser tan veraz como verosímil. Ninguna fuerza política articula las luchas sociales de sectores de provincia porque éstos ni siquiera ponen en debate el modo de producción piramidal del federalismo caudillesco, que consiste en asegurar la dependencia del Estado como único burgués. A la corta o a la larga, esas explosiones sectoriales son conducibles y hay decenas de experiencias al respecto. ¿Habrá pasado que Kirchner especuló con esa seguridad? Sí o no, la verosimilitud del razonamiento conlleva que esta clase de protestas es manejable. Mejor o peor, pero manejables. Si no fuera así, sería muy curioso que sea en el interior donde el kirchnerismo se muestra más fuerte electoralmente (como ya ocurrió en Entre Ríos, que también es una provincia con grados subidos de confrontación de los trabajadores públicos).

Habrá que insistir en aquello de que la conflictividad social y la política no son sinónimos automáticos. Más bien, en Argentina vienen funcionando como antítesis y así quedó expresado en esta misma columna cuando, hace algunas semanas, se oponía la categoría de minorías de alta intensidad (social) a la de baja intensidad política. El “detalle” debe ser tenido fuertemente en cuenta. Porque después resulta que gana Sobisch en Neuquén, o Romero en Salta, o un Kirchner en Santa Cruz, y muchos se agarran la cabeza preguntando cómo pudo ser.

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