Los que se enteraron a tiempo y fueron en auto. Los que no sabían nada y tuvieron que caminar o esperar el colectivo que iba repleto. El tránsito que colapsó en el centro. La palabra “caos” repetidas cientos de veces. Un jueves en el que viajar fue casi imposible.
Laura caminaba despreocupada hacia Avenida de Mayo. Lucía una sonrisa que contrastaba con las interminables filas de caras ofuscadas, con el ceño fruncido, rezongando a su alrededor, en las esquinas, en las paradas de colectivos. Su buen ánimo duró lo que tardó en llegar a la boca de subte de la estación Piedras de la línea A y encontrarse con una reja negra que impedía el ingreso. Ella fue la única o una de las pocas usuarias de subte que ayer a la tarde todavía “no tenía ni idea” del caos que provocó en la ciudad el paro por 24 horas de los empleados de Metrovías. Cocheras con más autos de los acostumbrados, colectivos atestados de pasajeros y taxistas a la caza de viajantes muy apurados dibujaron el paisaje porteño.
“No sabía nada”, repitió la joven sin perder la sonrisa. ¿Y ahora cómo volvés a tu casa?, era la pregunta obligada. “No sé”, se sinceró. Ella, al igual que muchos pasajeros habituados a moverse en subte, se sintieron perdidos al desayunarse recién en Constitución que estaban paralizadas las cinco líneas de subterráneos. “Si no es el tren, que siempre funciona con demoras y cancelaciones, es el subte. La verdad es que estamos cansados”, se quejó Jorge, cuando regresaba a su casa, luego de un día “muy, pero muy largo”. “Tardé más de una hora en llegar al trabajo y lo mismo para volver a Plaza”.
Otros pasajeros más afortunados se enteraron el miércoles por la noche del paro, por lo que tuvieron tiempo para programar su viaje en un medio alternativo. “Tuve suerte que escuché el noticiero a la noche y arreglé para que me alcanzara mi novio hasta el microcentro”, contó Marcela. Igual tuvo un día complicado. Es vendedora de AFJP y esa función le exige recorrer la ciudad para entrevistarse con diferentes clientes.
“Fue un trastorno. Primero me fui hasta Arroyo y Suipacha en taxi. Después viaje hasta Perú y Suipacha en el 70. Otro taxi para ir hasta Lamadrid y Patricios y para terminar, colectivo hasta San Martín y Corrientes”, recordó. Este recorrido para Marcela no sólo representó una pérdida de tiempo y muchas llegadas tarde sino un costo adicional para el bolsillo. “Gasté mucho más de lo habitual. Lo importante es que mis clientes eran comprensivos por las demoras”, destacó la chica que ayer, cerca de las 18, deambulada de parada en parada buscando un colectivo que la llevara de vuelta a su hogar.
“Se sienten totalmente perdidos. No saben ni para dónde agarrar cuando pasa esto”, relató Agustín, inspector de la línea de colectivos 64, mientras a su alrededor usuarios de subte recorrían apurados Avenida de Mayo, buscando una persona experta. Las demandas de información llovieron sobre los canillitas, declarados especialistas en el tema. “Fue un día bravísimo”, acotó entre risas Norberto, colega de la línea 56. En general, tanto los inspectores como los choferes y boleteros se tomaron con calma la jornada de caos.
Muchas empresas de transporte porteñas decidieron sacar a la calle más inspectores y boleteros para organizar las largas colas de pasajeros y acelerar el ingreso y egreso de colectivos a las paradas. Jorge, por ejemplo, abandonó su rol de inspector de la línea 2 y se convirtió en boletero para ponerle el pecho a la urgencia. “Hoy fue un quilombo. Todos vienen con un malhumor que se los lleva el diablo”, contó.
El testimonio de un boletero de línea 106, que va de Liniers a Retiro, marcó el efecto del paro en el transporte de colectivos. “Está complicado. Por día vendo unos 500 boletos, hoy vendí la misma cantidad en las primeras cuatro horas de trabajo”, detalló. Este desborde, de todas formas, representa “más pérdidas que ganancias” para los servicios de taxi y colectivo. Así lo explicaron ayer el titular de la Cámara de Empresarios del Transporte Automotor de Pasajeros (Cetap), Alberto Crespo, y el presidente de la Mesa de Enlace de Radiotaxis de la Capital Federal, Héctor Campos.
Para los empresarios, el millón de pasajeros que no puede ser trasladado por el subterráneo satura el resto de los medios de transporte y genera una mayor circulación de autos particulares, por lo cual hay más tránsito y congestionamientos en el microcentro. Los que no se quejaron por el paro fueron los estacionamientos, que recibieron con una gran sonrisa a los automovilistas enojados que sacaron el auto del garaje, debido a la falta de subtes. “Recibimos entre 15 y 30 autos más que lo habitual”, informó Germán, uno de los encargados del Garaje Perú 333. La misma fortuna le tocó a un estacionamiento ubicado sobre la calle Esmeralda, donde ingresaron 30 autos más.
Entre los afectados por la medida de fuerza están los terceros que no viajan en subte, pero que sufrieron las consecuencias de rebote. Ese fue el caso de Damián. Quería volver a Constitución y no había colectivo que se dignara en parar. “A la mañana viajé todo apretado, ahora pasan los colectivos repletos. Vamos a ver si tengo suerte con el 100”, contó con cierto optimismo.
Informe: Elisabet Contrera.
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