EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
El dólar y Cristina Fernández se juntaron para provocar la sensación de que algunas cosas sólo son para entendidos. Y que de otras, para opinar, bastan las sensaciones.
Al salto del dólar le cabe lo primero. Hablaron y siguen hablando de bonos indexados que se cayeron por efecto de la tasa subprime afectada por el crac de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, llevando entonces a la liquidación de esos títulos en los mercados emergentes y presionando a la compra de divisas. Hablaron y siguen hablando de que esto podría contrastarse con el crecimiento de la lira turca, como uno de los ejemplos mundiales de crecimiento de las monedas en contraste con la depreciación del peso argentino. Hablaron y siguen hablando de cómo el Banco Central opera con sus reservas para inducir a la baja o a la suba, mediante enunciados técnicos que hacen abandonar al más pintado. Hablaron y siguen hablando, en síntesis, como para que el común de los mortales sienta que aprender chino en tres clases es más sencillo que entender por qué subió el dólar.
Y a la señora de Kirchner, o mejor dicho a las interpretaciones de lo que dijo la señora de Kirchner en Madrid, le cabe lo de la sensación de que se puede opinar a la bartola porque, total, la economía es cara pero la política es gratis. Casi todos quedan enroscados con lo que dijo acerca de que Chávez es un demócrata, o con su definición de que se siente representada por el rodete y el puño crispado de Eva, del mismo modo en que reparan sobre su presunto o real carácter despótico o acerca de lo que se esconde tras su obsesión por la coquetería.
Ambos perfiles de descripción y discusión demuestran lo berreta del debate público, o de lo que se publica y dice como definición de “debate”.
Las cosas quedaron mezcladas al revés. La cotización del dólar como si su análisis fuese privativo de unos gurúes de “la City” que han vivido equivocándose (ahí anda lo más campante Miguel Angel Broda, por ejemplo, que en el 2001/2002 supo pronosticar un tipo de cambio 10 a 1). Y las andanzas declarativas de Cristina, junto con la generalidad de lo que se escupe en los medios, como si el análisis político pudiese privarse de rigurosidad sin que nadie exija cuentas. Pero lo cierto es que no se trata ni de lo uno ni de lo otro: ni el dólar es cuestión de especialistas, ni el pensamiento político en torno de lo que aseveran y hacen las grandes figuras es cuestión de bartoleros.
El dólar para arriba o para abajo es en el fondo política pura, pero además un asunto de coyuntura monetaria salvo que se hable de conmociones que lejos están de ser palabra de moda. No hay que ser entendido en nada para entender que hay casi 45 mil millones de dólares de reservas sin que eso se traduzca en la derrota de pobreza e indigencia, ni en créditos para acceder a la casa propia, ni en estímulos para que las exportaciones tengan valor agregado en lugar de seguir vendiendo soja e importando tecnología. El resto son jugadazas o jugarretas de especuladores financieros, Estado incluido. Hay una profunda victoria cultural de la clase dominante, y de su vigente neoliberalismo, en eso de que un tipo de cambio trepado a 3 con 15, 3 con 17 o 3 con 20 implica una perspectiva de sacudones e incertidumbre, de disección reservada a “los mercados”, en vez de ser un simple mecanismo, estimulado o aprovechado, para que las grandes corporaciones industriales exportadoras se cobren por vía del dólar las moneditas que les quitó la inflación real (en simultáneo con arcas oficiales que engordan por las retenciones a los dólares ingresados).
Cristina, precisamente, lo dejó bien clarito en su campaña madrileña, delante de los emporios españoles que –avatar más, avatar menos– continúan situando a la Argentina como su cabecera de playa en América latina. Las empresas españolas son la cola de león en Europa, pero la cabeza de ratón aquí. “Somos capitalistas, señores”, les dijo tanto como su marido ya les había dicho que no tenían que fijarse en sus dichos sino en sus hechos. Nada de sensibilidad, acá tienen las reglas de juego y no me vengan con que pierden plata, así no haya reajuste tarifario (que lo habrá, pero después de octubre o diciembre, naturalmente). Si soy o quiero ser Evita véanme la parte de defensa del sistema, y nunca la de lo que ella resignificó para las clases populares como custodia de sus aspiraciones. Les dijo también, frente a la cínica inquietud del mundo de los negocios por la marcha venezolana, que Chávez está avalado por las urnas –lo cual es rotundamente indesmentible– y que es para nosotros como Putin para los europeos: una especie de antipático tío rico, imprescindible a fin de asegurar sustentabilidad energética y respaldo de petrodólares. ¿Qué escuchó en lugar de todo eso un insigne seleccionado de operadores mediáticos y una interminable cantidad de pelotudos varios? Que Cristina es el fantasma de la Evita anticajetillas, con rodete y puño alzado; que es el ojo izquierdo de su esposo y que somos bolivarianos.
Maravilloso: la derecha no quiere aceptar ni lo que le muestran y los despistados ven como existente un clima autoritario por izquierda. Es un panorama complejo, muy complejo, en el que sin embargo, hasta ahora, terminará pasando que el oficialismo ganará las elecciones presidenciales. ¿Por qué? Porque ni la derecha es tan tonta como para no advertir que esto es lo mejor que puede pasarle hoy por hoy a la administración de sus intereses, y de allí que sus candidatos son un combinado espantoso que no procura seriamente el acceso al poder electivo. Ni los sectores progresistas son tan tontos como para no advertir que, así y todo, las condiciones objetivas auguran que esto es lo mejor que hay para intentar colarse y construir entre las contradicciones de la derecha. Ni los despistados son tantos ni tan tontos como para no advertir que con esto, al margen de las especulaciones de derecha e izquierda, se pudo sacar aunque sea un pelo por arriba del agua.
Significa que en medio del mamarracho de la bartola de los entendidos en la suba del dólar, y del entendimiento de los bartoleros que se dejan llevar por la cáscara de las declaraciones amplificadas de Cristina Fernández, hay algo de entendimiento real. Pero eso no quiere decir que deba dejar de apuntarse al desenmascaramiento de los análisis falsos, que hoy pueden derivar voluntaria o involuntariamente en opciones aceptables; y mañana en salidas catastróficas.
Como dice David Viñas, el hombre es un animal político. De manera que si se le quita lo político, termina siendo un animal. Tratemos de evitarlo.
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