Mié 14.08.2002

EL PAíS  › LA POLICIA NO TOMO LA DENUNCIA DEL INTENTO DE SECUESTRO ANTERIOR DE DIEGO

“Si se investigaba bien, el final era otro”

La madre de Diego Peralta contó que la Bonaerense se rehusó a tomar la denuncia de ese intento de rapto. Y denunció irregularidades en la investigación cuando el chico ya estaba secuestrado. Página/12 recorrió El Jagüel y constató la bronca entre los comerciantes por el acoso policial y las coimas.

› Por Carlos Rodríguez

“Yo no puedo afirmar que la policía esté involucrada, pero sí que se investigó mal, porque si hubieran hecho las cosas bien, Diego estaría con vida.” Como pidiendo permiso, se asomó entre los barrotes del portón de su casa en El Jagüel y llamó a los periodistas: “Por favor, ayúdenme”. Emilse Silva, la mamá de Diego Peralta, se presumía como el testimonio imposible al día siguiente de la más cruel de las noticias, pero ella misma se entregó mansamente a la requisitoria. Confirmó que dos meses antes del secuestro Diego había sufrido un intento de parte de cuatro hombres, uno de ellos encapuchado, que trató de llevárselo de la puerta de su casa. Esa vez, lo peor pasó después, cuando en el destacamento de El Jagüel ni siquiera le recibieron la denuncia con la excusa de que “no había pasado nada”. Fermín Amarilla, el chofer que llevaba a Diego cuando fue secuestrado el 5 de julio, sumó otra perla: uno de los secuestradores abrió con sus manos la puerta del remise en el que iban, pero nadie se ocupó, todavía, de comprobar si quedaron impresas sus huellas digitales.
La poca predisposición que tenían los policías para investigar quedó demostrado también cuando Amarilla relató ante ellos que dos de los secuestradores llevaban uniformes “como los de la policía”, pero en el acta que firmó después apenas figuró que llevaban “ropa azul, de civil”. El remisero admitió a Página/12 que en modo alguno puede confirmar que los dos hombres hayan sido en realidad policías “pero llevaban pantalones azules y el pulóver azul tradicional que usa la policía”. Para desacreditar sus dichos, los policías le preguntaron si le mostraron las chapas identificatorias. El les replicó que por su trabajo “muchas veces” lo paran policías con uniforme “y nunca muestran la placa”.
La mamá de Diego supone que a su hijo lo asesinaron “porque reconoció a alguno de los secuestradores y como él era muy impulsivo, como yo, por eso se ensañaron”. Ella cree que, de otro modo, “resulta inexplicable” que lo hayan asesinado “si habíamos hecho todo lo que nos habían pedido”. Aunque en el barrio, en sordina, incluso dentro de la misma casa de los Peralta, los vecinos y amigos admitan lo contrario, ella negó varias veces que alguna vez la policía local les haya exigido el pago de una coima. “Siempre hubo buena onda con la policía, venían al negocio, agarraban alguna cosa (supuestamente mercaderías), pero eso es lo normal y después se iban”, aseguró la mujer, que en todo momento mantuvo una increíble entereza. “Yo ya estoy muerta de acá –dijo a este diario mientras se señalaba el corazón–, pero ahora les tengo que pedir ayuda para que haya justicia para Diego. Voy a vivir para eso”, insistió.
Confirmó, sí, que la investigación “fue lamentable”. En ese sentido consideró que “salta a la vista que si hubieran investigado bien el final de la historia hubiera sido feliz. Yo esperaba a mi hijo con vida y no que me lo dejaran tirado en una zanja”. Ante la insistencia de algunos periodistas, reconoció que, desde su dolor, estaba de acuerdo con la pena de muerte. “¿Qué padre no pediría la pena de muerte para asesinos como los que mataron a Diego. Era un chico, apenas un chico, al que yo trataba de contenerle el ímpetu juvenil diciéndole que tenía toda la vida por delante. No le dejaron nada. Yo quiero la pena de muerte”. Muchas vecinas mayores de 60, con caras de abuelas buenas y entre lágrimas, gritaban: “Pena de muerte/pena de muerte”.
Emilse recordó que al Peugeot que manejaba Amarilla “nunca le hicieron una pericia para fijarse si habían quedado huellas”. El remisero recordó que el hombre que se llevó a Diego “abrió la puerta delantera, del lado del acompañante, pero nadie lo revisó para ver si había alguna pista”. La mamá de Diego fue contundente: “Con eso te das cuenta que todo está podrido, que la policía lo domina todo y que así es difícil llegar a la verdad”. La mujer también tiene miedo por lo que pueda pasar con José Pablo García, el único detenido en la causa. “Corre peligro porque es el único que puede atestiguar y revelar todo lo que pasó”. Por la noche, en el lugar del velatorio, en Dardo Rocha 542 de El Jagüel, Emilse Silva contó que su marido, Luis Peralta, está destrozado. “El tiene dudas sobre si hizo bien en poner la investigación en manos de la policía bonaerense”, comentó Emilse, repitiendo palabras que el propio Luis había dicho a la prensa, en un breve contacto, ya que está sedado por prescripción médica. La mamá dejó también un dramático juramento: “No me voy a quedar en mi casa a llorar. Y no me importa si la prensa esté hoy acá porque somos noticia, yo quiero que me ayuden. Si algún día me dicen quién fue el que mató a mi hijo no va a hacer falta la pena de muerte: voy con un revólver y le destapo los sesos”.
Una recorrida por el barrio, que incluyó la consulta a una veintena de comerciantes, arrojó como resultado parcial que la mitad fue víctima de coimas por parte de personal policial y que otro 25 por ciento supo de extorsiones similares contra terceros, aunque ellos no la sufrieron en carne propia. “Los que iban a mi negocio, directamente me apretaban, pero eso se paró un poco cuando cayó preso el subcomisario (José Alberto) Hernández”, uno de los ocho policías detenidos en julio pasado, luego del secuestro de Diego, acusados de extorsionar a comerciantes de la zona.
El relato del comerciante, dueño de un supermercado, coincidió con los de los propietarios de otros negocios, desde una farmacia hasta una ferretería, pasando por gomerías, servicentros, zapaterías, un par de granjas, cinco kioscos y un local de quiniela, entre otras víctimas de la voracidad de uniforme. El dueño de un “Todo por dos pesos” dijo que nunca le pidieron coimas, pero protestó porque “nadie investiga los robos y la policía ni aparece”. Recordó, en tono de anécdota, que una vez fue a denunciar un delito a la comisaría del barrio y allí le recomendaron: “¿Por qué no contratás un investigador privado?”.
Otro que tampoco denunció coimas fue Jorge, el dueño de la tienda deportiva, frente a la estación El Jagüel, cuyo negocio fue saqueado en la noche del lunes. Mientras la prensa esperaba que estallara en reproches contra los que se llevaron todas las zapatillas que tenía en stock, Jorge mantuvo la calma: “Es gente que pasa necesidades, muy laburadora, muy humilde, que se está muriendo de hambre y que cuando tiene una oportunidad la aprovecha. No los puedo juzgar aunque a mí me perjudicaron”. Para Jorge “el problema es el país, los gobiernos” porque “cuando hay quienes mataron a 30.000 personas (por lo ocurrido durante la última dictadura militar) y hoy están libres, no se puede esperar que el país esté bien”.
Anoche, cuando todos se dirigían al velatorio, desde el patio de los Peralta se veía la ventana del cuarto de Diego. Una leyenda que nombraba a “Los Piojos” y la famosa lengua de los Stones, con los colores de Boca, dejaba sentado que por allí había pasado un joven “que tenía sueños y que no tuvo niñez porque nosotros lo hacíamos trabajar”, se lamentó Emilse.

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