EL PAíS › OPINION
La elección nacional, un dilema previsible para Macri. Llegó el operativo clamor pero sonó débil. Las alternativas aún vigentes, sus contraindicaciones. Dos liderazgos que se irán construyendo a un mismo tiempo. Y un encuentro con otra autoridad, que dará que hablar.
› Por Mario Wainfeld
“Un prisionero debe elegir entre dos habitaciones, en una de las cuales hay una dama y en la otra un tigre. Si elige la primera, se casa con la dama. Si elige la otra (probablemente) es comido por el tigre.”
Raymond Smullyan. “¿La dama o el tigre?”
El dilema mencionado en la cita precedente preludia un acertijo similar a los que propone Adrián Paenza, aquellos que buscan aguzar el ingenio y tienen un mensaje edificante. La disyuntiva es tremenda, el protagonista debe ser sagaz. Y una vez elegida la alternativa, hacerse cargo de las consecuencias. Quizá casarse con la dama no le asegure la felicidad, quizá el tigre no se lo coma.
Mauricio Macri tuvo ante sí una alternativa menos novelesca pero, acaso, más nutritiva: fue la de decidir cuál camino emprendería para llegar desde la Bombonera a la Casa Rosada. ¿Haría escala en la Jefatura de Gobierno, ese recorrido que Carlos Grosso no pudo concretar y Fernando de la Rúa sí? ¿O saltearía esa etapa en pos de concretar una opción nacional al kirchnerismo, verosímilmente a costa de una derrota en las presidenciales de 2007, replicando el proceder de Chacho Alvarez allá por 1995? Las consecuencias, sin ser tan restallantes como la de la adivinanza de la dama y el tigre, le impondrían consecuencias dispares.
El jefe de Gobierno electo, ya se sabe, eligió el camino más largo, pisando sobre seguro. El escenario preferido le resultó propicio, triunfó con amplitud. Sobre la foto de hoy sería un menoscabo definirlo como el primus inter pares entre los dirigentes opositores, a quienes les saca varios cuerpos de ventaja. ¿Qué podría cambiar esa situación, la mejor que podía fantasear cuando entornó la puerta municipal? A decir verdad, lo peor que podría sucederle es una gran elección de un presidenciable opositor, que le agregaría un contendiente de fuste.
Así están las cosas, si se desbrozan la retórica y los deseos o necesidades de terceros.
Ah, está por delante la elección nacional, ese estorbo en el Limbo, que así llaman dirigentes macristas ingeniosos a la interminable transición porteña.
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Al definir su destino metropolitano, el presidente de Boca relegó tareas propias de quien encara un “armado” nacional. Por lo pronto, lo privó de su principal (si no único) candidato taquillero, él mismo. Pero, además, nada hizo por buscar aliados en distintos territorios, establecer alianzas de alcance local y tantos etcéteras. Su jugada, conservadora y racional, no estaba exenta de renuncias temporarias. El improbable rol de “jefe de la oposición” tiene más virtualidades asentado en un gobierno que como líder de una minoría parlamentaria o en el mero llano. Elisa Carrió y Ricardo López Murphy trillaron esos derroteros tras sus muy buenos desempeños en la votación de 2003, no quiso emularlos.
La táctica macrista tiene un ingrediente lógico en un régimen democrático estable, la paciencia. Su hora no ha llegado, ya vendrá, si se construye bien y sus adversarios trastabillan. Esa lectura no coincide exactamente con un imaginario tremebundo extendido en cierta prensa y ciertas tiendas opositoras: la de la imposibilidad de soportar un mandato más de la actual coalición de gobierno. La ansiedad por el relevo se compadece mal con el desarrollo de las fuerzas opositoras, con su peso en el Congreso, con su despliegue territorial, nada de eso importa cuando se augura el Apocalipsis.
Era de libro, entonces, que si “Mauricio” ganaba hubiera presiones para que redoblara la apuesta y fuera por la presidencia. Esa perspectiva fue adelantada por este cronista en una nota publicada en este diario el 25 de febrero pasado (“De la Liga a la Copa”).
La campaña agigantó la tendencia presumible: Roberto Lavagna persistió en su hábito de desdeñarlo, menos explicablemente López Murphy lo apoyó, tarde y a desgano. Macri obtuvo más del 60 por ciento de los votos, no le quedó debiendo uno a nadie ajeno a su propia grey.
El clamor sonó menos fuerte que lo que podría imaginarse y tras algunos días de cavilación. Nunca se sabe del todo quién improvisa primero sobre un libreto ya escrito. Tal vez fueron los sponsors de Macri, tal vez él mismo. Un par de off the records, surgidos sin duda de su propia boca, “instalaron” la hipótesis. Las derivaciones fueron poco resonantes, las críticas primaron sobre los vítores. Aun un sondeo en la edición on line del diario La Nación, cuyo target sin duda es afecto a Macri, arrojó un resultado aplastante contra su candidatura presidencial.
Macri desmontó el clamor, ahora sí con su propia voz. Por ahora, esa puerta no se abre. Nunca digas “nunca” en la Argentina, pero a poco más de un mes del cierre de listas la clausura orilla lo definitivo.
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Maltratado por su ¿socio?, López Murphy masculla bronca. Asegura a su gente que perseverará en su candidatura, con Macri o sinmigo. En la intimidad el Bulldog usa palabras demodés, especialmente incómodas para la derecha, como “compromiso ideológico” o “actitud testimonial”. Los números que le vaticinan las encuestas ratifican sus autorretratos y explican la pragmática distancia que toma Macri.
Roberto Lavagna hizo un gesto en pos del acompañamiento de Macri, tuvo como eco un silencio estridente. “Hay que dejar enfriar”, comentan en torno del jefe de Gobierno electo.
Ramón Puerta, su amigo y anfitrión en París, hizo su envite en nombre del peronismo residual.
Elisa Carrió consiguió destacarse de la competencia, sencillamente siguiendo por su carril.
¿Qué es peor para “Mauricio” que, como Riquelme, calla y mira? ¿Laudar a favor de un candidato que coseche pocos votos y ser su partner en el papelón? ¿Darle un aventón a alguien en quien no confía exponiéndose a que le salten un batacazo y un rival? Son horizontes extremos, el término medio no está asegurado y tampoco le es muy satisfactorio.
Abstenerse es imposible, la política aborrece el vacío. Esconderse tras una generalidad ecuménica, bendiciendo a todos parece un subterfugio...
El politólogo Edgardo Mocca, en un artículo publicado en la revista Debate, acudió a una instancia del ajedrez. Zwugzwang se llama esa suerte en la que el jugador agravará su situación sea cual fuere la movida que ensaya. En el limbo de su gestión, en la luna de miel de su relación con los porteños, Macri afronta un trance similar, aunque para nada letal. No es mala fortuna, ni falta de maña en sus últimas movidas: es un costo inexorable, que debía afrontar en función de la puerta que abrió. O, apelando a una metáfora más socorrida, de la longitud de la frazada que lo cubre.
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Claro que los pininos en la gestión comunal y la construcción de su trampolín nacional no son compartimientos estancos ni sucesivos. Se realimentan, sí que con base en Capital. El encuentro del jefe de PRO con el cardenal Jorge Bergoglio alude a algo más que una cortesía municipal, como dijeron (para que no les creyeran) los voceros de ambos contertulios tras una hora de palique.
La agenda ciudadana a construir es suficientemente vasta: la educación, la cultura ciudadana, las libertades públicas, la libertad sexual, la tolerancia usual en cualquier urbe cosmopolita que la jerarquía de la Iglesia vive como una afrenta. También el prefacio de una acción más vasta. Es fascinante y difícil de predecir cómo funcionará la asociación entre un político mundano, ambicioso y muy laxo en sus valores con un aliado importante pero mucho más sólido y rígido. Quizá lo sobreexija la prisa del Episcopado, acicateada por un síndrome de abstinencia del poder terreno y redondeada por la sensación de estar viviendo en un cóctel de Sodoma y Gomorra. Quizá comulguen en sus propósitos, dejándole al César las prerrogativas de medir los tiempos terrenos.
Un episodio de palacio podría sugerir una pista, que se develará más adelante. Por vía de agentes dobles en esa relación, especialmente Santiago de Estrada, Macri transmitió al Episcopado buena voluntad para escuchar sugerencias sobre su futuro staff de gobierno. La respuesta, cuentan correveidiles bien informados, llegó con el Index bajo el brazo. Un ministeriable habría sido discriminado con fundamento en cuestiones mundanas. Los tiempos cambian, aun para los sectores conservadores, no se trata de Mariano Narodowsky, número puesto para la cartera de Educación. Atrás quedaron las épocas en que designar para esos menesteres a un ateo (como Jorge Sabato) o a un gentil desataba la ira de la jerarquía clerical.
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El calendario se sigue deshojando, el invierno crudo un día llegará a su fin. Sigue restando mucho para que se confirmen las listas, la hiperquinesis y creatividad de los candidatos conserva chances. Pero en las semanas en que el Gobierno no comete errores forzados, el panorama parece favorecerlo.
Claro que en la tierra del realismo mágico, tan pródiga con las improvisaciones, nada podrá darse por definido hasta se cuenten los votos, uno por uno.
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