Dom 05.08.2007

EL PAíS  › ENTREVISTA CON EL POLITOLOGO ISIDORO CHERESKY

“Los partidos se han desagregado y debilitado”

La mutación que afecta a la representación política ha vaciado las estructuras partidarias y ha encumbrado a líderes populares apoyados por coaliciones inestables. Desde esa perspectiva, Cheresky analiza el devenir del kirchnerismo y la configuración de las diferentes fuerzas políticas en el escenario preelectoral.

› Por Javier Lorca

Doctor en Ciencias Sociales y profesor de Teoría Política en la UBA, Isidoro Cheresky indaga las nuevas formas que asume la vida política, la desagregación de los partidos tradicionales y su reemplazo por coaliciones más o menos fluctuantes delineadas en torno de “líderes de popularidad”, figuras desarropadas del corset partidario pero, a la vez, supeditadas a los virajes de la opinión pública. Sobre la base de esos conceptos, en esta entrevista con Página/12 explica lo que considera el agotamiento del modelo de poder ejercido por el kirchnerismo y el posible desarrollo de “una mayor institucionalidad” en el país.

–Los partidos políticos tradicionales, ¿son ya un anacronismo o volverán a reconstituirse?

–Se ha producido una mutación que afecta a la representación política. Los partidos fueron durante muchas décadas el recurso principal de la representación. Y en algún sentido siguen siéndolo, sólo que los partidos ya no son lo que eran. En el siglo XX los partidos eran proveedores de una identidad, no sólo eran recursos instrumentales para la competencia política. Los partidos expresaban diferencias políticas: que ganara uno u otro podía tener consecuencias considerables para la vida colectiva e individual. Pero se ha producido una crisis en la representación política. En la Argentina, después del estallido de 2001 se pensó que, como no surgieron otros dirigentes y otras fuerzas, se iba recomponer el sistema de partidos. Pero la evolución no ha ido en esa dirección.

–¿En qué dirección ha ido?

–Como en otros países de América latina, en la Argentina la representación se reforzó, porque el único modo de acceder al poder es a través de elecciones. Incluso, después de la crisis, cuando el gobierno de Eduardo Duhalde estaba en aprietos por la represión en Puente Pueyrredón, llamó a elecciones como modo de descomprimir. La idea de que se iba a poder elegir tenía sentido para la gente. Pese a que las elecciones realizadas en América latina han revalidado la idea de la expresión ciudadana, al mismo tiempo los partidos se han desagregado y debilitado. Si bien para competir en elecciones siguen haciendo falta etiquetas políticas, cada vez con más frecuencia vemos que esas etiquetas se organizan como coaliciones en torno de un líder de popularidad. A su alrededor se agrupan las redes del sistema de partidos que se vino abajo.

–Si los partidos ya no son factores de representación ciudadana ¿qué es lo que vehiculizan en la competencia electoral?

–El desafío de los actores y las fuerzas es producir una diferencia política significativa, es decir, poder construir un lazo representacional. La novedad, que no es menor, es que antes el vínculo de representación ya estaba construido, había masas que adherían a los partidos y, cuando había elecciones, se trataba de ver variaciones en los márgenes: algunos perdían unos votos, otros los ganaban. Ahora, en la Argentina y otras sociedades, cuando se compite por el poder –sobre todo a nivel nacional porque a nivel local todavía subsisten redes y pertenencias más tradicionales–, el desafío es la constitución del vínculo de la representación, la creación de la identificación.

–¿Por qué surgen los líderes de popularidad?

–Los líderes han aparecido con más capacidad que las estructuras partidarias para producir la diferenciación política, para identificar un rumbo alternativo que desafíe al poder y proponga otro modo de encarar los problemas. En torno de los líderes se constituyen coaliciones, es decir que también son necesarios los recursos organizacionales. Pero lo que no hay más ahora, y era característico de los partidos, es la identificación ciudadana permanente. Las encuestas muestran que entre el 60 y el 70 por ciento de los argentinos dice no pertenecer a ningún partido. Eso quiere decir que es en el transcurso de la campaña electoral, según cómo se configure la escena política, que se van a alinear los actores. La identificación política está siempre en juego. Es en ese sentido que los partidos no son más lo que eran. Pero las redes de militantes, los que tienen cargos públicos y quieren seguir teniéndolos, constituyen recursos de la política que fluctúan y se articulan en coaliciones en torno de líderes de popularidad. Una muestra del grado en que prima la búsqueda de una identificación presente es el modo en que se lanzaron todas las candidaturas para las próximas elecciones presidenciales, que fueron autoproclamadas en el más estricto sentido de la palabra. La búsqueda de producir la diferencia política va por el camino de alejarse de la cercanía con los aparatos partidarios.

–¿Qué debilidades y fortalezas caracterizan a estos liderazgos?

–Ante todo, en esta nueva realidad donde hay líderes de popularidad, partidos políticos débiles, desagregados y ciudadanos autónomos, para que haya estabilidad se requiere un dispositivo institucional fuerte, una Justicia independiente, funcionarios estatales que no dependan de los cambios de gobiernos. La existencia de un Estado protege los derechos de los individuos y crea condiciones más favorables para la democracia. Si el líder no tiene un nivel mínimo de organización con el cual intercambiar ideas para tomar decisiones, existen los riesgos que vemos en muchas sociedades latinoamericanas: liderazgos que se pueden transformar en arbitrarios. Ahora, estos liderazgos también crean una dinamización muy fuerte de la vida política. Puede pasar que los ciudadanos elijan a los gobernantes y al mismo tiempo desconfíen de ellos. Los líderes actuales tienen más capacidad de generar vínculos representativos porque tienen menos ataduras partidarias y corporativas. Pero ése es también un elemento de vulnerabilidad. La popularidad puede desaparecer si no logran éxito y estabilidad. En los últimos años ha habido en América latina quince presidentes desalojados, no por los militares sino por estallidos ciudadanos. Eso es una expresión de fragilidad, no de democracia. El paliativo sería que los líderes estén sostenidos en algún tipo de corriente de opinión y de estructura organizacional, no en partidos como los de antes, porque ya no van a existir.

–¿Cómo observa la actualidad nacional desde la perspectiva de estas nuevas formas de la política?

–A nivel nacional, en los primeros cuatro años del gobierno de Kirchner hubo poca diferenciación política, una especie de modelo unipolar, y recién ahora empieza a haber cierta diferenciación. Kirchner, que en 2003 había asumido con debilidad, logró popularidad rápidamente porque encaró la salida de la crisis y se instaló como un campeón de la defensa popular en la relación con las corporaciones de negocios. Cuando la gente tenía la mirada puesta en Ezeiza lo que contaba era esa capacidad de poner los fundamentos de un nuevo rumbo y Kirchner apareció como un presidente que producía actos de gobierno impensables, no sólo en lo económico, también en derechos humanos y en la relación con las Fuerzas Armadas. Ese envión hizo que existiera un escenario unipolar. Y la unipolaridad lleva aparejada la posibilidad de hacer un uso arbitrario del poder. Pero esa etapa se agotó, en dos direcciones. Hay un modo de gobernar que no es sostenible, por un problema institucional: se puede tener al Estado como rector de la política y la economía, pero hasta ahora hemos tenido un presidente y no un Estado. Esta falta de institucionalidad se expresa en la falta de debate público para tomar decisiones. En estos cuatro años la expectativa ciudadana era que alguien agarrara el timón. Ahora la expectativa es una democracia basada en la deliberación pública. Que se pase de una etapa plebiscitaria, que correspondió al momento de unipolaridad, a una etapa de mayor argumentación. El segundo aspecto es que, aunque existe un sentimiento creciente de normalización económica, las desigualdades sociales no han cambiado. Continúan las protestas y hay una expectativa de que haya un espacio público para discutir cuestiones referidas a los ingresos, la regularización de las relaciones laborales, el ejercicio de derechos públicos.

–En el contexto de la fluctuación del voto y de la lucha de las fuerzas políticas por instituirse como representativas, ¿cómo analiza el escenario hacia las próximas elecciones?

–El oficialismo tiene esta paradoja: Kirchner sigue siendo un presidente con gran crédito, aunque ha bajado, pero no ha podido o sabido crear un movimiento de partidarios homogéneo. El oficialismo es movimientista, hay una serie de fuerzas que convergen en torno del Presidente, pero al no tener una fuerza con maduración de ideas, con un proyecto y recursos humanos, esto se traduce, por ejemplo, en que habiendo elecciones este año y con la probabilidad de que Cristina Fernández sea electa, el oficialismo tiene poca capacidad de tener candidatos locales afines. Y con la paradoja de que, para ganar la elección presidencial, parece tener que poner en sordina la renovación política de la roca dura del peronismo tradicional. Kirchner es una buena ilustración del personalismo que mencionaba: establece una fuerte conexión con la ciudadanía, pero es vulnerable. Al no tener suficientes recursos, tiene que apoyarse en los líderes más tradicionales, que constituyen una amenaza para su continuidad política y la de sus ideas. Por otro lado, aunque Kirchner conserva un capital político por haber superado la crisis, hay un malestar creciente con el oficialismo respecto de que se siga gobernando como hasta ahora. Creo que ese malestar ha sido registrado en la candidatura de Cristina Fernández, una candidatura que habla de que la continuidad necesita un viraje, una nueva etapa. Ahora esas masas de individuos que muestran malestar con el Gobierno no han ido a parar a los polos opositores. Las diferentes oposiciones tienen, a nivel nacional, una dificultad en producir la diferencia política, en instalar una alternativa que resulte verosímil. Las candidaturas opositoras han tenido poca capacidad de implantación, no aparecen como un desafío que concite voluntades: Lavagna, Carrió, López Murphy están ahí, y Macri no tanto, porque todo indica que no va a estar. Pese a esta situación, creo que hay un avance hacia el pluralismo político. Una de las consecuencias de que el kirchnerismo sea un movimiento puede llegar a ser que haya pocos gobernadores realmente afines a la presidencia. Y es posible que en los grandes distritos haya expresiones que no sean la del oficialismo. También está la realidad de la coalición que ha encarado Kirchner con radicales, socialistas y frepasistas. Esto le pone restricciones al ejercicio del poder personalista. ¿Por qué? Con los radicales K va a haber que discutir espacios en el Gabinete, en la estructura de poder, pero también las instancias de decisión. Pienso que una evolución posible es hacia una mayor institucionalidad.

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