EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Dos marcas record produjeron las elecciones de ayer. Con datos parciales pero inamovibles al cierre de esta nota, Carlos Menem fue vapuleado en su provincia y Alberto Rodríguez Saá superó el 80 por ciento de los votos. Ambos datos se veían venir, pero no debería bastar para negarles dimensión.
El riojano padeció un revés tremendo, redundante para demostrar su decadencia política, pero impactante si se lo compara con sus desempeños históricos, dos veces presidente, gobernador en tres ocasiones, comenzando en 1973.
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De la ilusión al desencanto: Menem decía, antaño, que un Papa jamás se rebajaría a competir por una parroquia. La imagen aludía a sus pretensiones futuras, que tenían su piso en sus performances previas. El tiempo, que todo lo cambia, moderó sus ambiciones y lo indujo a morder el polvo en su propia provincia. Suena exótico decirlo, pero es brutal que su propio pueblo le haya dado la espalda, confinándolo al tercer lugar, a la zaga de dos figuras locales de modesta talla. En su intento de sustraerse a tamaña desdicha, el ex presidente recayó en acciones patéticas, cuyo clímax fue el intento de capturar la módica fama mediática de su hijo Carlos Nair. La infalibilidad papal, por lo visto, fracasa a la hora de hacer proselitismo.
Fue en etapas, pero Menem cayó desde muy alto. Quizá no haya ningún dirigente de estos tiempos que haya constelado tan alto y terminado tan enterrado, pero su parábola no es para nada una excepción. El comportamiento electoral de los argentinos, a nivel nacional, es muy despiadado, aunque el sentido común sospeche otra cosa. Un socorrido slogan proclama que, tras el clamor “que se vayan todos”, no se fue ninguno. Un sencillo repaso de la historia reciente obliga a matizar esa mirada. Raúl Alfonsín y De la Rúa, que accedieron a la Casa Rosada con más del 50 por ciento de los sufragios, son ahora dirigentes carentes de toda competitividad. Menem, ya se dijo. Eduardo Duhalde no fue presidente merced a una elección, pero sí dos veces gobernador de la provincia más grande del país y sacó más del 40 por ciento del padrón nacional en 1999. Hoy está fuera de las grandes ligas. Otro tanto puede decirse de otras estrellas electorales caídas en desgracia. Graciela Fernández Meijide, Carlos “Chacho” Alvarez, Gustavo Beliz, Domingo Cavallo supieron tener su convocatoria, de diferentes magnitudes, pues interpelaban a targets variados. Pero eran candidatos con atractivo, ay, antaño.
El electorado se vale fervorosamente del voto castigo, desplazando a la banquina a quienes supieron tener la pole position. Cada uno analizará si esa recurrente conducta colectiva se ejercita con justicia o de modo salvaje. En cualquier caso, mantenerse en la cima es todo un brete.
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Taitas: En San Luis y La Rioja se sostuvo la abrumadora primacía del peronismo, que conduce desde 1983.
El radicalismo conserva un solo bastión invicto, Río Negro. El Movimiento Popular Neuquino pervive imbatible en su rodeo.
Los justicialistas se mantienen invictos en ocho, una referencia más que corrobora su predominio en las preferencias populares.
Son diez provincias monocolor, una estabilidad que choca con los vaivenes nacionales reseñados en el párrafo precedente. Un politólogo ahí, por favor.
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Inalcanzable: Ningún gobernador logrará el porcentual de Alberto Rodríguez Saá. Suyo es el record argentino de 2007 y podría explorar cómo le iría en un Guinness universal.
Competencia hay, no vaya usted a creer. El blog El criador de gorilas, dotado de mucha data comparativa, informa que en muchos distritos de Estados Unidos las minorías se retraen, hasta lindar con la pasividad. Las campañas son muy caras, los sondeos precisos, a veces cuesta demasiado exponerse a una batalla perdida de antemano. Los que van de punto se pasan de gasoleros y la goleada es un dato. En Vermont, el gobernador fue electo dos veces con un apoyo del 70 por ciento de los votos. El de Nebraska se alzó con el 73 por ciento, un punto menos que el de New Hampshire. Son todos estados relativamente pequeños y ahí es donde se reproduce la regla. Eventualmente se replica en un estado pimpante: el 70 por ciento de los sofisticados neoyorquinos ungió a su actual gobernador.
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Interna saldada: “El Alberto” quedó virtualmente consagrado para ser candidato a presidente por el motejado “peronismo anti K”. Lo anunciará en esta semana y seguramente lo ungirá por aclamación una desvaída caterva donde predominan los losers.
Humillado en su comarca, Menem nada podrá decir.
Jorge Sobisch, que no participó en Neuquén, es un flojo competidor. Si el estandarte es la Marchita partidaria, el paladín debe ser un peronista. El gobernador neuquino deberá sopesar si se obstina en seguir en pos de un puñadito de votos. O si imita la sensatez última de Ricardo López Murphy, que está buscando una manera honrosa de bajarse.
El gobernador ganó ayer dos internas tácitas. Una tercera, más explícita, se la viene muñequeando a su hermano, Adolfo, que supo ser el taura en años idos.
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Correr solo: Podría decirse que Alberto Rodríguez Saá se alzó con todo porque nadie lo enfrentó, pero sería un simplismo. La causalidad puede contarse prolijamente al revés: si nadie se presentó fue, en buena medida, para no exponerse a una paliza en las urnas.
La falta de challenger también tributa a la implosión del radicalismo. Cuando funcionaba el bipartidismo, el “segundo jamás dejaba de competir”, para mantener virtualidad y también porque importaba rasguñar bancas provinciales y nacionales. Así fueran pocas, sumaban a un colectivo que seguía en la brega. Altri tempi.
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Poné local: La tendencia sigue favoreciendo a los oficialismos provinciales, que prevalecieron en siete de las nueve elecciones a gobernador ya realizadas. Las excepciones, Capital y Tierra del Fuego, de muy distinto potencial, son sugestivas porque las lograron a contracorriente partidos nuevos, sin experiencia de gestión a ese nivel. Hermes Binner podría agregar a esa serie un distrito fundamental. Luis Juez tiene igual aspiración pero, da la impresión, menos chances.
Fuera de esos territorios la sensación es que se repetirán las revalidaciones, aunque quedan por verse las consecuencias de las tropelías del kirchnerismo en Santa Cruz.
El domingo próximo, José Alperovich seguramente será reelecto en Tucumán por márgenes generosos, en el orden de los que obtuvieron Mauricio Macri o José Luis Gioja en San Juan.
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Réquiem: La entrega del patrimonio nacional, los estragos que obró la convertibilidad, su creciente frivolización, su perversión al huir del ballottage contra Kirchner en las presidenciales de 2003, las fieras huellas de la edad en su imagen y en sus reflejos... Sobran motivos que explican el merecido bofetazo que le cruzó el rostro a Menem y es más que verosímil que se conjuguen varios.
Si la razón describe ese fenómeno, al cronista le resulta más enigmático por qué pierden la brújula y el olfato protagonistas que supieron estar notablemente sintonizados con la opinión pública. La necedad in extremis de Menem es un ejemplo extremo, que no exclusivo.
El lector podría extrañarse de la falta de mención a Luis Beder Herrera en esta nota. Ocurre que el gobernador electo de La Rioja no es una figura interesante, ni original. Integra el nutrido pelotón de dirigentes advenedizos y conversos propensos a cambiar de camiseta en cada partido. Una recua de oportunistas sin ley ni conducta, siempre dispuestos a patear al caído y a ensalzar al que atraviesa un buen momento. La historia, casquivana ella, le reservó un rol en el réquiem de cuerpo presente que le cupo ayer a Menem. Por esa sola circunstancia, mucho más potente que la suma de sus virtudes, se lo nombró. Una sola vez.
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