A 35 años del fusilamiento de diecinueve presos políticos, los viejos habitantes de Trelew recuerdan cómo ayudaron a los familiares y cómo la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse se tomó represalia por esa colaboración.
› Por Werner Pertot
desde Trelew
Trelew hoy. Una agrupación de edificios y casas en el medio del desierto patagónico. A pocos kilómetros, la base Almirante Zar, aún más clavada en la nada. Más cerca y más deshabitado, el viejo aeropuerto, que se convertirá en un Espacio para la Memoria. Entre los recuerdos y el olvido, pocos habitantes quieren tocar el tema de la época en que los militares cayeron como hienas sobre su pueblo, que se había mostrado solidario con los presos políticos detenidos en Rawson y que reclamó por la masacre en la unidad militar, de la que mañana se cumplen 35 años. “El 22 de agosto se ve como una mancha que se abre en Trelew. No es lindo recordarla por el fusilamiento de estos chicos que tenían sus ideales”, dice Luis Fernández, dueño del Hotel Touring, donde van llegando en oleadas los ex presos políticos, que hoy retornarán a la cárcel de Rawson y harán un acto en sus entrañas.
El Touring es un hotel y un café, que tiene ciertas similitudes con el Tortoni de Buenos Aires: sus paredes están tapizadas por fotos de la ciudad pionera en el desierto, de imágenes de Butch Cassidy con el cartel de “Wanted” y la recompensa por su cabeza. De las historias de bandidos del siglo pasado, Fernández pasa a la persecución política en las últimas décadas. En ese hotel –cuenta– se alojaban los familiares que venían a ver a los presos políticos en la lejana prisión de Rawson.
“Recibíamos a todos los familiares, por eso después tuvimos algunas amenazas de la Triple A. Alguna gente trata de ignorar lo que pasó, pero recuerdo lo que significó esa época: nos ponían la tanqueta en la puerta del hotel y nos revisaban habitación por habitación”, dice, detrás de la barra. De fondo, hay un sinfín de licores que recuerdan a las tabernas de los westerns. “La gente de acá le llevaba comida a los presos. Ayudaba a los familiares que no podían viajar. Después de la masacre, hubo un levantamiento popular, manifestaciones, la gente pedía que se esclarezca”, rememoró lo que los vecinos suelen llamar “el trelewazo”.
En 1972, tras el fusilamiento de los 16 presos políticos, los vecinos se organizaron para reclamar y convirtieron en el centro de operaciones el Teatro Español, un edificio señorial que todavía sigue abierto frente a la plaza Independencia, poblada de pinos. Allí colgaron un cartel que decía: “Prohibido dormir” y organizaron una serie de medidas de protesta. La dictadura de Alejandro Agustín Lanusse no les perdonó ese gesto de insurrección: el 11 de octubre de 1972, un avión Hércules aterrizó en Trelew y un batallón de soldados inundó la ciudad con allanamientos y detenciones en lo que se llamó “Operativo Vigilante”. Un grupo de vecinos fue trasladado a Buenos Aires, donde fueron encerrados en la cárcel de Devoto. Tras meses de lucha, lograron su libertad.
“En esa época yo tenía una biblioteca –recuerda Fernández–. Ahí tenía un libro que era el diario del Che Guevara. No era un manual para la guerrilla, ni nada por el estilo. Pero cuando lo descubrieron me sacaron al medio de la calle con las ametralladoras. Ahí vi a uno que era ex compañero mío de Bahía Blanca: ‘Gallego, ¿qué hacés acá?’, me dijo. Por suerte, al final, me soltaron. Se llevaron sólo el libro”, dice Fernández, que saluda al periodista Daniel Carreras, que entra a tomar un café.
Carreras fue uno de los cronistas que cubrió la conferencia de prensa que dieron los fugados en el aeropuerto, antes de que los detuvieran y los llevasen a la base, donde luego los fusilaron. Su rostro quedó grabado en la cinta blanco y negro –que después secuestró la dictadura–, mientras dialogaba con Pedro Bonet, Mariano Pujadas o María Antonia Berger. “Trelew fue mala palabra, fue estigmatizada desde agosto de 1972. Sobre todo durante la última dictadura. A mí me secuestraron en Buenos Aires y me encontraron las fotos que tenía con los guerrilleros en el aeropuerto. Eso me costó 26 días de desaparición en Campo de Mayo y 17 noches de picana”, cuenta Carreras a Página/12.
Frente al hotel, cerca de la sede de la universidad, María –que tenía 17 años cuando ocurrió la masacre– comenta que poco se habla entre los vecinos sobre la masacre. “Salvo los implicados, la mayoría pasa sin comentar el tema. De todas maneras, después de que se reabrió la causa y empezó a tener más presencia en la universidad, se habla con más libertad”, dice. Una pintada frente a la universidad parece confirmar su frase: dice “Trelew, 22 de agosto, la memoria en lucha”.
La misma pintada reaparece cerca del centro de reclutamiento del Ejército, por donde pasea Silvana, de 17 años. Mientras alza los hombros, cuenta que tiene una idea lejana de lo que fue la masacre de Trelew. “En la escuela nos contaron que habían fusilado a 19 personas. Se habló más por la película que salió”, dice, en referencia al documental Trelew, de Mariana Arruti. En cambio, con sus 62 años, Eugenio tiene grabada esa época, aunque le gusta bien poco volver a mencionarla. “Yo trabajaba de mozo en el Hotel Provincial, que está frente a la cárcel de Rawson. Después de la fuga vivíamos con gendarmes rondeándonos todo el tiempo. Patrullaban los pasillos del hotel donde venían las familias. Cada vez que venías para Trelew, te paraban los militares”, destaca. “Tuvimos militares hasta en la sopa”, remata. Y se aleja por las calles desiertas de Trelew, que duerme sobre su historia.
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