Lun 19.08.2002

EL PAíS  › LA ANGUSTIA DEL PADRE DE DIEGO POR EL ROL DE LA POLICIA EN EL SECUESTRO

“Lo manejaron, lo engañaron, se burlaron”

La familia Peralta está conmovida por una sospecha: que entre los policías que rodearon al padre de la víctima habrían estado cómplices del crimen o por lo menos agentes que ya sabían del triste desenlace. “Mi marido está angustiado por la duda”, dice Emilse.

› Por Carlos Rodríguez

“Mi marido está angustiado porque duda si hizo bien en dejar ingresar a mi casa a policías bonaerenses.” Perdida entre las cámaras de televisión y los periodistas que le habían copado el patio, Emilse Silva, la mamá de Diego Peralta, parecía repasar todo lo que habían vivido desde el 5 de julio, cuando fue secuestrado el chico, hasta el 12 de agosto, cuando el cuerpo apareció asesinado en una tosquera de Ezpeleta. Frente al estado actual de las investigaciones, que involucran directamente a los policías de El Jagüel, esa reflexión de Emilse parece un mea culpa que agiganta el dolor por la pérdida. Distintas fuentes, desde allegados a la familia hasta el único detenido por el secuestro, José Pablo García, creen que entre los policías que rodearon a Luis Peralta, el papá de Diego, durante la larga espera, podría estar uno de los responsables o por lo menos uno de los que sabían ya el triste final. “Lo manejaron, lo engañaron, se burlaron de él”, dijo a este diario una persona cercana a la familia.
Un repaso del caso lleva a recrear las imágenes captadas en vivo del momento en que Luis llega a su casa, en la tarde noche del lunes 12, para confirmar que el cuerpo encontrado en Ezpeleta es el de Diego. Desde la vereda de la casa, lo que puede verse con total nitidez es que tres mujeres salen al patio, disparadas desde el interior, y que en ninguna de ellas hay llanto. Sólo indignación. “¡Hijo de puta! ¡Policía corrupto! ¡Hijo de puta!”, grita una de ellas, que siempre eludió el contacto con la prensa, y que es evidentemente pariente de Emilse, dado el parecido físico. Mientras grita mira hacia el interior de la casa, como si quisiera expresar: “Yo sabía que era un corrupto”.
Como se sabe, el detenido José Pablo García, único preso en la causa y vecino de los Peralta, afirmó en su declaración que sólo presenció el secuestro y que en algún momento trató de decirle a la familia que les había visto la cara a los policías a los que incrimina, entre ellos el jefe de calle del Destacamento de El Jagüel, el sargento Miguel Angel Giménez. Su abogado, Adrián Tenca, dijo que García le contó que “no se acercó a la casa porque Luis, el padre, estaba con alguno de los policías que él dice haber visto participando del secuestro”.
Entre los allegados a los Peralta, nadie termina de explicarse por qué esperaron hasta el 29 de julio –veinticuatro días después del secuestro y nueve desde el momento en que se pagó el rescate– para hacer público el caso. “Tenían confianza en que la investigación policial iba a dar sus frutos y Diego iba a volver con vida”, explicó una de las personas que estuvo siempre cerca de la familia. “Con la policía siempre tuvimos buena onda, nunca nos pidieron nada”, aseguró Emilse aludiendo a la posibilidad de que su marido se haya negado a pagar una coima exigida por los uniformados y que eso pudiera haber desencadenado la venganza mediante el secuestro y posterior asesinato.
¿Cómo era la relación de la familia con la policía antes del secuestro? Era aparentemente buena, como dice Emilse. Cuando se produce el secuestro, a las 7.30 del lunes 12, el remisero Fermín Amarilla, que llevaba a Diego al colegio privado El Jagüel, volvió a la casa de Cabildo al 300 para contarle a Luis lo que había pasado. Juntos, en el mismo remise Peugeot 504, salieron a dar una vuelta para ver si encontraban a Diego. Luego volvieron a la casa y mientras Luis se iba hacia adentro, Emilse salió unos minutos para hablar con Amarilla.
“Después los dos volvieron a entrar y yo me quedé esperando un rato en la puerta para ir juntos a hacer la denuncia. Como no volvieron a salir, yo me fui a la remisería (que queda a sólo dos cuadras) y recién a las 10.30 me vinieron a buscar dos policías de civil, en un Ford Falcon amarillo”. ¿Qué hicieron los padres hasta entonces? Luis dijo que el primer llamado de los secuestradores lo recibió apenas volvió a la casa, después de la recorrida con Amarilla. También se dice que hablaron con sushasta entonces “amigos” policías, que seguramente le recomendaron prudencia y silencio para evitar las complicaciones.
Una recorrida por el barrio, luego de conocidas las declaraciones del único detenido involucrando a la policía, dictaminó que todos creen que el relato de García puede ser cierto. La única modificación es que muchos lo ubican a García en el auto blanco donde él dice que estaban Giménez y los dos “chorritos” que habrían participado en el secuestro. “Uno de los ‘chorritos’ era el propio García, que era un ‘buchón’ de la cana”, aseguró un comerciante conocido de los Peralta. Todos parecen sospechar de García, pero la mayoría tiene la certeza de que el gestor de todo es el sargento Giménez. “Ese estaba en todas, de eso que no te quepa la menor duda”, aseguró un hombre que también supo tener “buena onda” con la cana y que hoy está reflexionando sobre esa relación. “Ya no se puede confiar en nadie”, fue su amarga conclusión de vecino convencido hasta hace poco de las ventajas de ser un “aliado de la cana”.
Luis Peralta, sin llegar a hablar mal de los policías, ahora reconoció que el sargento Giménez le había preguntado una vez si ellos habían cobrado un juicio o una herencia. Por eso, tal vez, los secuestradores pensaron que los Peralta podían pagar una recompensa importante. “Ya no confío en la policía, ya no confío en nadie”, llegó a decir Luis.

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