EL PAíS • SUBNOTA
Emilio Cafassi, sociólogo,
docente de la UBA:
En primer
lugar hay claras referencias históricas de protestas como la de El Jagüel.
El mayor antecedente es el Santiagazo, que se produjo al principio de la década
pasada. Son puebladas, tienen un carácter fuertemente espontáneo,
emergen desde abajo y no reconocen una estructura de pertenencia a identidades
tradicionales: no son sólo trabajadores, no son sólo desocupados
o estudiantes, tienen carácter amorfo, son una multitud. Esto se ha venido
dando desde el Santiagazo, y en el caso de El Jagüel tiene la característica
de hacerse contra la institución policial, que debiera garantizar la
vida y la propiedad de las personas. También tiene un antecedente fuerte
en los incidentes que se produjeron a principios de año en Flores, cuando
un ex policía mató a 3 chicos por el simple hecho de burlarse
de la institución policial. Pero estos hechos no responden solamente
a los casos puntuales de accionar policial, sino que tienen que ver con una
serie de factores. Por un lado se pone en manifiesto la ausencia de mallas sociales,
una falta de contención que comenzó a hacerse patente con la dictadura
militar, y que se agudizó mucho durante la década del 90.
Actualmente se produce una enorme expansión de lo que Zygmunt Bauman
llama unsicherheit, una palabra alemana que fusiona otras tres en
español: incertidumbre, inseguridad y desprotección. Acá
hay cambios en la percepción que los sujetos tienen del lugar en el que
están parados y de cómo están los otros. Hay anomia, hay
descomposición, hay una crisis de hegemonía, una crisis general
de la sociedad política. Es decir que hay una crisis de dominación
pero también están en crisis lo sectores que pretenden construir
contrahegemonía, como los partidos de izquierda y los sindicatos combativos.
No veo una salida a corto plazo.
Federico Schuster, decano
de la Facultad de Ciencias Sociales:
Los hechos
de El Jagüel se asemejan bastante a lo que llamamos estallido social.
Aquí se mezcla la pura racionalidad con una cuestión emocional,
bronca contenida y la sospecha de que puede haber complicidad policial. Es una
muestra de que la sociedad está inmersa en un proceso de desestructuración,
no hay un orden dentro de la estructura de clases y ciertos sectores estallan.
Todo está puesto en discusión: desde la validez de la ley hasta
el desempeño de las instituciones. Durante la protesta, por ejemplo,
la gente de El Jagüel tenía un cartel que decía: No
a la justicia, sí a la pena de muerte. Hoy están rotas todas
las cadenas, el banco te roba la plata, los funcionarios electos no tienen asegurada
su permanencia, la policía aparece del lado del crimen, la Justicia aparece
sospechada. Los sujetos no encuentran a quién dirigirse, no hay una referencia
en el Estado. Estallan conflictos muy fuertes, pero éstas protestas no
son un movimiento de largo alcance contra el orden, son estallidos esporádicos.
La posibilidad a futuro es difícil, uno tiene que suponer que debe haber
cierta recomposición institucional, aunque no se sabe en qué forma.
Si es a través de una normalización progresiva, o si es a través
de los movimientos sociales que buscan transformar el orden desde abajo. Lo
que sabemos es que se llegó a un grado altísimo de disolución
social e institucional.
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