Un politólogo y un experto en comunicación reflexionan sobre el comicio del domingo 28 de octubre. El análisis sobre la composición del voto a Cristina Fernández de Kirchner que, más allá de la ya relatada división entre el voto urbano y el del interior, no se muestra homogéneo y varía según la situación de cada distrito. También una propuesta para mejorar el sistema electoral y favorecer las oportunidades de los partidos que no están en el poder.
OPINION Por Martín Alessandro * En los últimos días se ha desarrollado un interesante debate entre periodistas, políticos y politólogos sobre la vinculación entre clase social y comportamiento electoral. Esta discusión ha caído, por momentos, en dos posiciones marcadamente diferentes (por no decir opuestas), pero igualmente improductivas. La primera incurre en un determinismo sociológico de las conductas de los votantes, y la segunda, por el contrario, advierte en estas conductas niveles de volatilidad no verificados por los datos electorales. La primera postura parte de una constatación evidente: el claro triunfo del oficialismo en las zonas más postergadas del país y su merma de votos en las grandes ciudades con predominio de las clases medias. Para explicar estos datos, ciertos argumentos recurrieron a un determinismo sociológico que asignó a las distintas clases sociales intereses “objetivos” y aliados “naturales”. (Entre los dirigentes tampoco faltaron las vanguardias esclarecidas que se ofrecieron a “liberar” a ciertos grupos de votantes de su error en detectar sus “reales” intereses, oscurecidos por la ignorancia, la seducción del “faraón” o la malicia de punteros todopoderosos.) Un análisis más sistemático de los resultados electorales, abarcando a los más de 500 departamentos del país y no sólo a unos pocos distritos, revela que efectivamente el voto a Cristina Fernández de Kirchner está positivamente asociado con las zonas más humildes y postergadas. Pero lo interesante es que esta relación no se presenta de modo homogéneo en todo el territorio. En ciertas zonas (principalmente, en los partidos del Gran Buenos Aires), las variaciones en el voto a Cristina están estrechamente ligadas a las variaciones socioeconómicas de los distintos municipios, pero existen provincias enteras donde esta vinculación es débil o inexistente. Por lo tanto, la relación entre ambos fenómenos presenta una mayor complejidad que la relación lineal y unívoca generalmente postulada y demanda la inclusión de un elemento más estrictamente político que sociológico. Es decir, es necesario preguntarse en qué contexto esta división se activa, politiza y expresa electoralmente y en qué medida las distintas articulaciones entre candidaturas nacionales y subnacionales (provinciales y municipales) impactaron en los alineamientos de los votantes. La vinculación entre clase y voto, por tanto, no es fija ni está dada de antemano. La segunda posición, por el contrario, sostiene que los votantes de ciertos distritos (centralmente, de la Capital Federal) analizan y deciden su voto en cada comicio con independencia de identidades y comportamientos previos. En la era de la “democracia de opinión”, se dice, votantes como los porteños “no se casan con nadie”, son más desconfiados, tienden a oponerse a los gobiernos de turno y no se mantienen atados a ninguna pertenencia ideológica ni partidaria. Los datos, sin embargo, no confirman esta postura, tan cara a muchos encuestadores y periodistas. De las 14 elecciones nacionales realizadas desde 1983 a la fecha, en 13 se impusieron candidaturas no peronistas en la Capital (y el único triunfo peronista –en 1993– se debió más a una fragmentación opositora que a un crecimiento del PJ). Siempre que el no peronismo estuvo en el gobierno (como UCR o como Alianza), la Capital votó al oficialismo, incluso en el año 2001, apenas dos meses antes de la caída del gobierno. Por el contrario, siempre que el peronismo fue gobierno (con la mencionada excepción de 1993), la Capital fue opositora. No hay volatilidad ni fluctuaciones: pueden cambiar las siglas partidarias, pero la tendencia a votar opciones no peronistas es consistente y estable. Parece, por lo tanto, que el análisis de las últimas elecciones debería evitar los extremos del determinismo sociológico, por un lado, y de la desaparición de anclajes identitarios, por el otro. A partir de ahí, las conclusiones a las que se pueda llegar serán seguramente más modestas y de aplicación geográfica más limitada, pero también más acordes con los fríos datos electorales. Que son, a la hora del análisis político, la única verdad. * Politólogo UBA. |
OPINION
Por Martín Baintrub * Después de las elecciones y todavía con el recuerdo fresco, cabe preguntarse qué cosas se podrían mejorar para que la democracia argentina sea más democrática, para que se profundice, para que los ciudadanos recuperen fervor en vísperas de elegir a sus representantes, para erradicar el clientelismo, para mejorar la igualdad de oportunidades de los partidos que no están en el poder. Las opciones son simples y no existe una imposibilidad material para instrumentarlas, lo que se necesita es voluntad política de hacerlo. Por si hubiera, acá van algunas ideas. Achicar la lista sábana Está claro que la lista sábana atenta contra la elección meditada de cada representante. A duras penas los ciudadanos logran identificar a los cabezas de lista, pero sólo muy pocos son capaces de mencionar por ejemplo en una lista de diputados a los que van terceros o cuartos y que seguramente entrarán por efecto del arrastre. Algo similar sucede en lo que podríamos llamar la sábana horizontal. Es decir, cuando en una elección se eligen presidente, senadores nacionales, diputados nacionales, gobernador, senadores provinciales, diputados provinciales, intendente, concejales y consejeros escolares es poco probable que realmente nos tomemos el trabajo de pensar quiénes son los mejores para cada categoría y que terminemos votando a todos los que vienen al costado de los principales cargos. Hay dos formas de encarar este tema si se quiere resolverlo. Una es desdoblando las elecciones por lo menos en dos o tres turnos, uno para cargos nacionales, otro para cargos provinciales y otro para cargos municipales. De hecho esto sucede en algunas provincias, pero generalmente responde exclusivamente a los intereses del gobernador local, que suele tener la facultad de fijar la fecha de elecciones o de los intendentes, que en algunos casos también pueden hacerlo. Una elección desdoblada circunscribe el problema, pero no lo elimina, ya que las boletas suelen seguir teniendo varios cuerpos. La otra forma de exigir una decisión más ajustada por parte del elector es dividir los cuerpos de las boletas y obligar a tomar una parte por cada categoría. Esto en un cuarto oscuro caótico como los que se suelen ver por las ofertas que se multiplican exponencialmente parece complicado de instrumentar. El mayor enemigo de estos procesos suele ser el oficialismo, especialmente cuando cree que tiene en la categoría principal la oferta más seductora. Algunos ejemplos demuestran claramente que cada vez más gente elige con cuidado su voto y corta boleta. Es el caso, por ejemplo, de Sabbatella en Morón, que ganó por amplio margen con una boleta que sólo llevaba la categoría municipal, pero convengamos que es una situación atípica. El voto electrónico Otra cuestión a mejorar es combatir las trampas, el fraude y los escrutinios eternos. En plena era de las computadoras se vuelve urgente implementar el voto electrónico. Entre las denuncias más comunes de estas elecciones figuran el robo de boletas y los errores en la confección de las actas por parte de las autoridades de mesa. Con el voto electrónico estos dos temas desaparecen. Siempre habrá boletas de todos los partidos y las cuentas se hacen solas. El boca de urna perdería sentido, ya que el escrutinio podría tenerse pocos minutos después de cerrado los comicios. Ni hablar del ahorro que significaría para los partidos no tener que imprimir los millones de boletas que hacen falta, especialmente si se quiere tener alguna capacidad de reponer las que se roban. El caso de los larguísimos escrutinios cordobeses o chaqueños quedarían erradicados y las suspicacias que florecen a su alrededor también. El voto electrónico también mejora lo dicho en el punto anterior, ya que técnicamente permite instrumentar soluciones alternativas simples a la lista sábana. La avalancha La publicidad es seguramente el elemento más injusto de la democracia argentina. Allí sólo rigen las reglas del mercado, el que tiene mucha plata tiene mucha publicidad y el que no tiene plata no tiene publicidad. Este mecanismo, además de fomentar diversas formas de corrupción, atenta contra el principio de igualdad de oportunidades. Hay una ley que intenta regular parcialmente el tema, pero además de ser timorata, no se cumple. Obviamente a los que están en el gobierno nunca les gusta limitar la compra de espacios, porque tienen recursos que tienden al infinito y los que están en el llano no tienen la fuerza suficiente para exigir un cambio. En la era de la televisión y la radio nadie puede ignorar que no se puede competir en igualdad de condiciones si unos tienen la posibilidad de pautar hasta el hartazgo y otros no tienen acceso a la publicidad masiva. Si además la televisión abierta prácticamente desterró de las pantallas los programas políticos, la tendencia es que se potencie notablemente al oficialismo y se preserve el statu quo. En muchos países se regula fuertemente la posibilidad de comprar espacios en medios y ese parece un camino mucho más democrático que el sistema actual. Si de verdad valoramos la democracia y no es sólo un discurso políticamente correcto, deberíamos pensar en hacer algo, si no, la democracia cada día será más formal que real. * Especialista en comunicación política. |
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