EL PAíS
› JUAN CARR EXPLICA LA INICIATIVA DE UNA CONVOCATORIA NACIONAL CONTRA LA VIOLENCIA
“No puede ser que el mal gane la calle”
Aún no hay fecha ni forma. Puede ser una gran marcha. Puede ser un gesto espectacular. Pero un grupo de educadores y dirigentes sociales resolvió iniciar un llamamiento contra la violencia que revierta la parálisis frente a fenómenos que van desde los secuestros al gatillo fácil. En estas páginas, Juan Carr, Laura Moreno y Daniel Goldman cuentan qué buscan y por qué.
› Por Martín Granovsky
Sencillo, apasionado, sin problemas en ironizar sobre sí mismo diciendo que es “un chupacirios”, Juan Carr parece un Graham Greene sin escribir. Como el novelista inglés, suena capaz de combinar cristianismo vital y compasión por la gente de carne y hueso sin convertirse por eso en un tonto. Encargado de la Red Solidaria, este hombre de 41 años fue quien tuvo la idea de una gran movida antiviolenta.
–¿Qué produjo el llamamiento a actuar contra la violencia?
–Tenía la sensación cada vez más fuerte de que todos vivíamos confinados. El año que viene la Red Solidaria cumple ocho años, quiere decir que uno ya vio muchas cosas bien de cerca. En los lugares más marginados se veía mucha violencia y se suele ver mucha violencia. La novedad es que la violencia fue creciendo y se instaló en todos lados. Cundió el miedo. Todo el mundo tiene miedo. Y nosotros, que soñamos con una cultura solidaria, nos dimos cuenta de que con este nivel de violencia no se puede construir nada.
–Más allá de esta situación angustiante, ¿algo detonó la convocatoria contra la violencia?
–Sí. En la Red hay muchos rubros urgentes: trasplantes, cirugía, SIDA... Pero también uno muy importante, que es el de chicos perdidos. Tenemos 88 casos. Son 88 familias. Un caso se había originado en El Jagüel. Nosotros seguimos muy de cerca la angustia de las familias. Vimos el dolor. Nos dimos cuenta, también, de que la escuela había sido impactada. Como veníamos buscando una respuesta a la violencia, cuando nos enteramos del secuestro ideamos una combinación. Otro de los chicos iba al Colegio Don Bosco, de Ramos Mejía. ¿Qué hacer con la violencia? Cuando hay hambre, está la comida. Cuando falta salud, remedios. Pero, ¿qué hay frente a la violencia, a la sangre, a un cadáver, a la angustia de chicos que no están?
–¿Qué imaginaron?
–Partimos de un principio: donde hay dolor siempre nos interesa solidarizarnos. Juntamos a las comunidades educativas y nos solidarizamos con la familia. Tal como hablamos muchas veces con Dany Goldman, la paz puede crearse por ejemplo en las comunidades religiosas y también en la comunidad educativa. Entonces coordinamos también con el Instituto Poveda, donde van mis hijos y donde fundamos la cátedra de la cultura solidaria, y con el Marín, que tiene una trayectoria católica muy limpia.
–¿Para qué solidarizarse?
–Porque vale, aunque sea espiritualmente.
–¿Vale qué?
–Estar al lado del que padece. Que se sienta acompañado a través de la comunidad. Así como ahora estamos proponiendo un modo de decir basta, sea de la manera que sea. Puede ser mediante una oración, en caso de los que tienen fe religiosa, o una meditación para los que no la tienen.
–¿Por qué no una convocatoria lisa y llana por la seguridad?
–La palabra seguridad me da vértigo. Soy un conservador cerrado y amo la libertad. Me molestan el orden y los condicionamientos. La violencia está en contra de la sociedad. Y aclaro: no habla un experto. Ni yo ni nadie en este grupo es un experto. No tenemos superclaro qué hacer. Pero me llenó de satisfacción la sensación de que a todos, en estos dos días, lo nuestro les pareció una buena idea, un buen camino contra el miedo.
–¿Por qué la obsesión con el miedo?
–Porque me paraliza.
–¿A usted personalmente?
–No solo. Pero también a mí, sí. El mal tiene ganada la calle. Y no puede ser. Yo mismo tengo ganas de quedarme adentro de mi casa, en la cama, y que alrededor estén mis hijos y mi mujer. A veces me inmovilizo diez o quince minutos.
–Es poco.
–Pasa cuando, como el otro día, alguien se mete en la casa de una vecina y la maltrata. Yo vivo esas sensaciones. Por eso comprendo. Respeto la sensación de miedo y me parece que es razonable. Pero quiero romper la inercia.
–¿Dónde vive?
–En Florida.
–¿Tiene vigilancia?
–En el barrio hay un sistema muy simple. No más que un servicio que si ve algo raro avisa a la policía. Y no quiero más. Si pasa una cucaracha, yo corro para que no la pisen. Pero a la vez sí comprendo muchísimo el miedo, el terror.
–¿Qué le dijo a la vecina maltratada?
–Nada. No sé qué decir. No hice más que acompañar. Desgraciadamente soy un exagerado. En mi vida sólo tuve en la mano un rifle de aire comprimido con el que le disparé a una lata. Siento un rechazo natural por el gatillo. De sólo mirarlo me da cosa. Las viudas de los muertos en las Torres Gemelas me preocupan, me dan compasión, igual que la madre del soldado afgano al que le tiraron una bomba en la cabeza. No creo en la pena de muerte de ningún tipo. No acepto que nadie mate a nadie en nombre de nada. Así como comprendo a quien pasó por una tragedia y está recaliente, en esto de matar nunca tuve una sola duda.
–¿Jamás se le pasó por la cabeza la pena de muerte?
–Jamás. Veámoslo en términos prácticos: ¿cómo se aplicaría esa norma en un país donde los amiguismos están por encima de la ley? Sería una catástrofe total. Y donde se aplica la pena de muerte, como en Estados Unidos, no se solucionó nada. Hablemos de otras cosas. El cura de La Cava Aníbal Filipini fundó un colegio hace 15 años.
–¿Esa es la salida?
–Para que termine la violencia hacen falta educación y trabajo. El problema es que ahora no hay tiempo.
–¿Usted no comparte la idea de que La Cava es, además de una villa, un perfecto aguantadero?
–Tendrá 14 mil habitantes. ¿Cuántos son delincuentes? ¿Hay más corruptos allí que en una empresa, en un diario, en una red de solidaridad o en una casa de gobierno de Sudamérica? Cuando uno ve cuántas armas y cuántas drogas circulan se da cuenta de que alguien más grande tiene que andar cerca. No tengo respuesta para todos los argumentos. Soy un oscuro veterinario de Florida. Pero aplico el sentido común. Quiero gritar basta. Vamos a construir la paz de algún modo. ¿Está mal que no tenga todas las respuestas?
–No sé. ¿A usted le parece mal?
–No. Juntémonos los buenos. Al mal nada lo detiene. Tiene una inercia increíble. La clave es la Justicia. La cultura solidaria respeta la beneficencia y la caridad, pero en realidad busca la Justicia. Una familia argentina es la próxima víctima de un secuestro, de una muerte. Esta lotería de ver quién va a ser el próximo secuestrado o el muerto es inaceptable. El sólo hecho de pagar para seguir viviendo es increíble. No quiero el sufrimiento de la madre de un policía muerto cuando volvía de trabajar. No quiero el sufrimiento de la madre de un chiquito asesinado. Creo en la revolución solidaria. Es como una carrera desesperada contra la violencia, contra la sangre.
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