El legislador porteño Elvio Vitali, fundador de la Librería y Foro Gandhi, ex director de la Biblioteca Nacional, militante de toda la vida y apasionado de la cultura murió a los 54 años.
Elvio Vitali murió ayer por la mañana, luego de una larga convalecencia por cáncer. Gestor cultural y fundador de la librería y el Foro Gandhi, había encabezado la lista del Frente para la Victoria en 2005 y ocupaba una banca como legislador, con el mismo entusiasmo con el que había militado en la Juventud Universitaria Peronista (JUP) en la Facultad de Derecho de la UBA durante los años setenta. Los recordaba entre los más felices de su vida.
Vitali murió en el Instituto Alexander Fleming. Tenía apenas 54 años. Fue velado en la Biblioteca Nacional, de la que fue director, y hoy será enterrado por la mañana en el Campanario Jardín de Paz del Parque Pereyra Iraola. Una biografía suya podría decir que fue secretario general del centro de estudiantes de Derecho en los setenta; que no se recibió de abogado en la UBA, porque debió huir en 1978; que marchó al exilio con la dictadura mordiéndole los talones; que en México formó parte de la Comisión de Solidaridad; que estudió Comunicación Social y que allí empezó a interesarse por el mundo editorial y la gestión cultural: trabajó como distribuidor de Paidós, Nueva Visión, Anagrama, Pre-Textos y Tusquets, entre otras editoriales.
Y que, cuando pudo volver al país, en 1984, fundó la librería Gandhi, junto a Mauricio Achar y Elsa Amado, con quien tuvo a sus dos hijos: Franco y Julia. Vitali fue, además, uno de los fundadores de la librería Losada y presidió hasta el 2005 la comisión que organiza la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
También podría decir que fue integrante desde el comienzo del Grupo Calafate, junto a Néstor Kirchner. Que lo acompañó a Miguel Bonasso en la lista de diputados en 2003 y luego fue director de Industrias Culturales del gobierno de Kirchner. Que entre junio de 2004 y diciembre de 2005 fue director de la Biblioteca Nacional. Y que, mientras fue legislador, formó parte de la Sala Juzgadora de Aníbal Ibarra, que tuvo la idea del Festival Internacional de Tango, la reglamentación de las milongas, el proyecto para un subsidio mensual para los escritores a modo de jubilación, y trabajaba desde la Comisión de Comunicación para salvaguardar el canal de la ciudad.
Pero esto dice muy poco sobre su habilidad como bailarín de tango, su pinta de milonguero –siempre con sombra de barba–, sobre su amistad con el cantor Luis Cardei, de quien fue el descubridor, sobre los trazos de su vida de luchador, que quedaron plasmados en La Voluntad, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós. El se autodefinía como gestor cultural. “Buena parte de la industria cultural del libro añora una época de oro, durante la cual la producción nacional se distinguía en calidad y cantidad. En el vértigo de las tareas, fue perdiéndose nuestro reconocimiento al oficio del editor”, había escrito hace poco.
“A cambio de la figura del sabio editor, se desarrolló la del editor/gerente –pronunciado aquí éditor, en inglés– de grandes grupos que concentran sellos y tomadores de decisiones sobre la base de astucias marketineras, cuyos frutos reflejan esporádicos aciertos, pocas veces respaldados por un sistema de convicciones. Entre la inmensidad de esta corriente, rescatamos solitarios luchadores, defensores de proyectos que reflejan la esencia de nuestra identidad”, destacó Vitali en ese texto. Eran palabras para recordar a Boris Spivacow, el mítico fundador del Centro Editor de América Latina (CEAL), pero son tan justas para retratarlo a Elvio Vitali.
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