EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Atilio A. Boron
El aquelarre que tiene lugar en Rosario congrega a las figuras estelares del pensamiento y la praxis de la derecha. Su objetivo: relanzar, a escala continental, una fuerza conservadora que ponga coto a los avances de la izquierda en América latina y que instaló en fechas recientes gobiernos como los de Venezuela, Bolivia y Ecuador u otros –como los de Argentina, Brasil, Chile, República Dominicana y Uruguay–, donde la voluntad transformadora del electorado fue malversada por gobernantes que en un súbito ataque de racionalidad abandonaron sus arcaicas consignas “populistas” y “estatistas” y se reconciliaron con el libre mercado, la inversión extranjera y el liderazgo norteamericano manteniendo o profundizando las políticas del Consenso de Washington instaladas por sus predecesores.
Entre las luminarias del intelecto sobresalen los nombres de los tres autores de El regreso del idiota (publicado al año pasado en la Argentina), nueva contribución del trío que, hace once años, perpetrara el célebre Manual del perfecto idiota latinoamericano: un catálogo de trivialidades, mentiras y falacias sobre las causas del subdesarrollo en nuestros países y que, según el incisivo análisis de estos autores, obedece a la enfermiza afición de los latinoamericanos al estatismo y al caudillismo. Sus autores, Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa plasmaron un engendro, prologado por Mario Vargas Llosa, que demuestra irrefutablemente que la derecha es incapaz de producir ideas y que su discurso no logra trascender el plano de las ocurrencias, el grado más elemental y primario de la intelección. En línea con su antecesor, el nuevo libro es un destilado de prejuicios, estereotipos y lugares comunes urdidos por mentes exhaustas y estériles. Sería una empresa condenada al fracaso tratar de hallar en sus páginas un sofisticado argumento teórico en defensa del neoliberalismo al estilo de los que plasmaran Friedrich von Hayek, Ludwig von Mises o un Karl Popper. Lo que hay, en cambio, es un amontonamiento de ocurrencias sólo aptas para alimentar los espíritus más retrógrados y recalcitrantes y un profundo desprecio hacia lo que en el ámbito científico se conoce como la “evidencia”, es decir, el respaldo que los datos de la experiencia le confieren a un argumento teórico.
La tesis central del libro reproduce la vulgata neoliberal según la cual el camino al desarrollo pasa por el libre comercio y las políticas de libre cambio. A lo largo de sus páginas el desprecio por los más elementales datos de la historia económica de los capitalismos industrializados es alucinante. ¿Por qué? Una hipótesis, la más benévola, diría que esto se debe a la ofuscación que se desprende de su adhesión a las supersticiones del neoliberalismo. Aquélla los induce a desconocer que los países desarrollados llegaron a esa condición siguiendo políticas que nada, absolutamente nada, tuvieron que ver con el libre comercio. Gran Bretaña fue ultraproteccionista y su Estado fuertemente intervencionista hasta que su indisputada primacía en el mercado mundial, al promediar el siglo XIX, la hizo comenzar a predicar el librecambio para las demás naciones, consciente de que sería ella la única llamada a beneficiarse con la naciente división internacional del trabajo. No fue muy diferente la historia del desarrollo económico de los Estados Unidos. Uno de los “padres fundadores” de la nación norteamericana, su primer secretario del Tesoro y redactor de los influyentes Papeles del Federalista fue Alexander Hamilton. Este no sólo consolidó las deudas internas y externas originadas por la Guerra de la Independencia sino que, desoyendo con dos siglos de anticipación las imbecilidades de los idiotas pluscuamperfectos que hoy predican el evangelio neoliberal, promovió la creación de un banco central y con subsidios y aranceles proteccionistas impulsó el desarrollo industrial de su país. Subsidios y aranceles proteccionistas cuya vigencia se extiende hasta el día de hoy, tanto en los Estados Unidos como en Europa, mal que les pese a los autores del panfleto y a quienes aconsejan a nuestros pueblos abandonar esas políticas.
Pero, ¿puede el fanatismo llegar tan lejos como para desconocer lo que un simple aficionado a la historia económica sabe de memoria? No, y por eso hay una segunda hipótesis mucho menos benévola para con el trío que por estos días nos visita. Estos autores, así como los demás que se reúnen en Rosario en un vano intento de eclipsar con las potentes luces de sus mentes el octogésimo aniversario del nacimiento del Che, son parte del enorme ejército de intelectuales orgánicos del imperio cuya estratégica misión es construir e inculcar en nuestras sociedades una versión falsa de la historia y la realidad actual. En otras palabras, fabricar el clima ideológico requerido para favorecer la emergencia de fuerzas políticas conservadoras aptas para capturar el apoyo de una ciudadanía meticulosamente desinformada por los medios de comunicación que controla el gran capital y preservar la hegemonía de los intereses del imperialismo y sus clases aliadas en la periferia. Agotada, por ahora, la vía del golpe militar, la derecha se lanzó hace décadas y con bastante éxito a la conquista de las conciencias. Sus intelectuales no son tan ignorantes como parecen sino que hacen su trabajo: engañar al común tergiversando la información, diseminando verdades a medias que ocultan sus mentiras y amordazando con guante blanco (mientras no sea necesario un recurso más contundente) el pensamiento crítico. Al cabo de esta noble labor reciben espléndidas recompensas en dinero, influencia, prestigio y todo el reconocimiento “oficial” que les otorga el aparato mass-mediático del capital y que convierte sus voces en la fuente de toda sabiduría y sensatez. Llegan a Rosario para coordinar sus esfuerzos y potenciar su gravitación ideológica y política en el seno de nuestras sociedades.
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