EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Quien estuviera viéndolo en vivo podía intuirlo. Los que lo abrazaron en el escenario pudieron oírlo de sus propios labios. Néstor Kirchner disfrutó sorprendiendo con su inesperado mutis, mientras permutaba su arenga de asunción por el rol de presentador de la Presidenta. Callar fue funcional en varios sentidos, una carambola a varias bandas. Quedaba chocante que “hiciera uso de la palabra” con Cristina Fernández presente y silenciosa. Era medio exótico y minimizaba a la Presidenta si hablaban los dos. Y era casi inimaginable que Kirchner propalara ondas de amor y paz, no suele ser lo suyo en el fragor de una cinchada.
El autoelegido maestro de ceremonias había sido el régisseur: los oradores precedentes reflejaron especificidades y preferencias del presidente del PJ. Juan Cabandié, quien jamás hubiera estado ahí si predominara cualquier otra línea del peronismo. Hugo Moyano, un garante de la gobernabilidad que además (detalle soslayado en muchas crónicas) es secretario general de la CGT, un ente gremial más representativo, más cercano al universo proletario y con más historia que las entidades del “campo”. Jorge Capitanich, un gobernador de la nueva horneada, más joven y más del palo que la mayoría de sus colegas provinciales.
Como en un minué, todos los pasos tuvieron intención y premeditación. Los oradores tiraron algunas estocadas pero transmitieron espíritu contemporizador. El líder camionero regañó a los piqueteros rurales, pasó un avisito de reclamos para su sector e hizo una apología de la negociación, sin privarse de señalar que (si cuadrara) la CGT podría poner un millón de trabajadores en las rutas. Coqui Capitanich se ensañó con los legisladores que recibieron a las corporaciones agropecuarias anteayer, identificándolas, tout court, con la Alianza. El suyo fue el discurso más vibrante escuchado en la cancha de Almagro, en parte porque tiene uña de guitarrero. Tal vez también porque en los demás primó el ansia de emitir moderación.
Cristina Fernández mencionó casi a la pasada el motivo de la tenida, la unción de Kirchner. Tal vez ni falta hacía: el acto era mirado por otros motivos, desde variados auditorios. El discurso de la Presidenta fue breve, contuvo una convocatoria a la frizada Concertación Plural y a otras fuerzas políticas. Tampoco era ése el eje, lo central eran el estilo, el tono, el ahorro (o la profusión) de alusiones al lockout que formalmente terminaría hoy.
El conjunto, aunque afeado por la sempiterna violencia de barras bravas-militantes sindicales mal encuadrados por sus organizaciones, debió ser satisfactorio para los organizadores. Se emitió templanza sin bajar banderas.
El silencio de Kirchner fue reparador. A los ruralistas les costará ahora darse por ofendidos o escalar sus movilizaciones.
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Cambiar de registro: La semana de la remake del “paro histórico” no fue unívoca ni sencilla para los reclamantes. Ganaron terreno político merced a sus audiencias con Juan Schiaretti y a la que tendrán hoy con Hermes Binner. También pudo serles rendidor victimizarse porque Daniel Scioli y Oscar Jorge los derivaron a funcionarios de rango más bajo. Esa bronca trasunta soberbia, pero el lugar de la víctima siempre es fructífero si se cuenta con buena prensa.
Pero no todo les salió a pedir de boca. Los piquetes distaron mucho de ser masivos, lo que se percibió aun en transmisiones televisivas que les ponían lupa para aumentarlas.
Presos de la embriaguez que produce la adicción al micrófono, los líderes de la revuelta politizaron su discurso y perdieron parte de su eminencia ante la opinión pública. Se salieron de su fructífero papel de demandantes de derechos propios, hijos de su trabajo de sol a sol. Se enfrascaron en debates sobre el modelo económico: en un cóctel insólito algunos cuestionaron el estatismo mientras otros cantaban loas a Evo Morales. Medios masivos que les habían sido muy fieles repararon en su incongruencia.
Las autoridades de las entidades concordaban desde el miércoles pasado en que debía evitarse toda traza de prepotencia en las rutas y cualquier atisbo de desabastecimiento. La retórica enardecida de Alfredo De Angeli y su obsesivo protagonismo cotidiano pusieron en jaque ese afán.
Baqueanos del sector aseguran que anteayer estaba resuelto poner fin a los cortes de ruta en cualquier formato,aunque no al alerta y movilización. Habían imaginado anunciarlo después de su encuentro de hoy con el gobernador santafesino. Ese pacifismo podía mejorar el patrimonio simbólico de Schiaretti y de Binner, dirigentes alternativos al Gobierno, más transigentes.
Ambos fueron fieles a su trayectoria previa: el santafesino predicó y transmitió calma, el cordobés traicionó a sus compañeros. En el pecado está la penitencia, el kirchnerismo le dio una mano para que le ganara las elecciones a Luis Juez, con artes taimadas.
Parece lógico que la decisión respecto del formato de la protesta tomada de antemano se mantenga ahora, tras el visaje de distensión del oficialismo. Pero nada es lineal, seguro ni estrictamente racional cuando actúa la cúpula “del campo”, muy desbordada por la magnitud del conflicto polivalente que encabeza. Y muy rehén de la lógica confrontativa de sus emergentes más precisos ideológicamente, CRA y los autoconvocados, que a esta altura de la soirée son uno.
Si primaran la sensatez y aun la lógica ambición sectorial, cabría volver a la situación de la semana pasada, plasmada en los catorce puntos del Gobierno. Poner sobre la mesa las alícuotas más elevadas de las retenciones móviles, generar un horizonte previsible para la soja en 2009, restaurar los mercados a futuro más o menos pronto. Y debatir los otros puntos con tiempo, calma y sin bombas de tiempo activadas. No suena tan terrible ni imposible, si se acallan los tambores de guerra.
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Silencios y elocuencia: Kirchner no es un pico de oro pero sí un buen comunicador. Siempre se entiende lo que dice, sus ideas fuerza pueden repetirse sin dificultades. Y también transmite sus emociones, su modo de ser. Lo logra con una oratoria heterodoxa e imperfecta, más vale. Esta vez alcanzó una marca llamativa, que fue comunicar por vía de la elipsis. Consiguió un portento: un acto del PJ en pleno conurbano, con piñas y palos, resultó en promedio balsámico.
Los oradores hablaron contra reloj. Los apuraba la inminencia de la noche y del partido de Boca. Y se agregaron los incidentes que produjeron dos efectos comentados por contertulios de palacio: la Presidenta debió acortar su discurso y omitir algún reproche a las prácticas violentas que tenía en mente. Con los muchachos revoleando palos (desde el escenario se los veía y oía) era inviable cualquier crítica en ese sentido.
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Poner su parte: Si se recauchutara la magullada instancia de negociación, el Gobierno debería mejorar sus desempeños abandonando sus arrebatos emocionales y su fruición por poner ripios en cada tramo. La dirigencia agropecuaria debería bajar dos cambios, entender que negociar no es imponer y abandonar su praxis desconsiderada de estos meses, la más lesiva protesta sectorial que se haya visto en los últimos 25 años.
Tras dos meses de contencioso no hay grandes motivaciones para el optimismo. La única luz de esperanza es la confluencia objetiva de intereses. En la Casa Rosada hay anhelo de presentar el Acuerdo del Bicentenario con pompa y circunstancia, pero la ausencia del “campo” lo dejaría chueco.
A los productores (que han ganado terreno, obtenido medidas favorables, ocuparon el centro de la escena) les conviene volver a sus oficios terrestres, que tan mal no les va, gorditos o no.
Pero ya se dijo, no todo es racionalidad ni sentido común en las viñas (o en los campos henchidos de yuyos) del Señor.
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