EL PAíS • SUBNOTA
La última. No se sabe si fue el objetivo, pero se hizo notar. Cristina Fernández de Kirchner fue la última en llegar para la foto oficial, típica de todas las cumbres. Los primeros en aparecer, que quedaron paraditos en el centro, fueron el anfitrión Alan García y el español José Luis Rodríguez Zapatero. A medida que se acomodaban, los otros presidentes los saludaban. Al rato, llegó la alemana Angela Merkel, que se ubicó a su izquierda. Entre tanto traje oscuro, resaltaba con su saco naranja. Estaban en su sitio, pero los organizadores decían que todavía faltaba. Empezaron los gestos de impaciencia. Entonces apareció el ecuatoriano Rafael Correa, generando algunos aplausos irónicos. Sonriente, se paró a un costado, al lado de Michelle Bachelet. Pero resultó que no era el último. Todavía faltaba Cristina Kirchner. Su entrada generó otros aplausos. Pidió disculpas y se ubicó en su sitio, al lado de Merkel. Según explicaron en la comitiva, se retrasó en el baño. Algunos recordaron que en la última cumbre ALC-UE, en Viena, también la protagonista de la foto había sido una argentina: la reina de Gualeguaychú, Evangelina Carozo. Claro que por otros motivos.
Betancourt. Entre las muchas reuniones que mantuvo ayer, Cristina Kirchner se encontró también con la senadora colombiana Piedad Córdoba. Ambas se habían conocido en Buenos Aires, cuando la senadora acompañó a Yolanda Pulecio, la madre de Ingrid Betancourt, invitada especial a la asunción presidencial. Con su infaltable turbante e impactante conjunto turquesa, Piedad Córdoba llegó invitada a la Cumbre y ayer le contó a Cristina Kirchner el estado de las negociaciones con las FARC para conseguir la liberación de nuevos rehenes, virtualmente paralizadas desde la incursión del ejército colombiano en Ecuador para matar a Raúl Reyes.
La ñata contra el vidrio. Mientras los funcionarios integrantes de las comitivas debían hacer una larga fila para hacerse de un plato de comida –eso sí, bastante buena– en el patio del Museo Nacional, con la ñata contra el vidrio era posible observar el ágape con el que agasajaban a los presidentes en un salón del primer piso. En una mesa en L, rodeados de artesanías incaicas, con mozos de etiqueta y una orquesta de cámara que tocaba para ellos.
Chiste. “Por el cambio climático”, era el chiste preferido de los participantes de la cumbre. La broma no se refería a los peligros ambientales por la emisión de gases –uno de los ejes convocantes del encuentro–, sino por el mal clima con que la capital peruana recibió a los visitantes. Neblina, una molesta garúa que se larga de a ratos y frío a la mañana y a la noche. Cambio climático, entonces, pasó de grave problema a ruego.
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