EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Eduardo Rinesi *
Casi no hay ninguna acusación que el puñado de forajidos que desde hace cien días tiene en vilo al país (cortando sus rutas, malogrando sus alimentos, violando elementales derechos de las personas o incluso, eventualmente, apuñalándolas) no le haya dirigido al Gobierno. Pero cuando el desacato de unos cuantos dirigentes rurales a una orden judicial forzó la correspondiente intervención de la fuerza pública, y cuando, después, la resistencia física a esa autoridad legal produjo un exiguo forcejeo, a esta colección de imputaciones ha venido a sumarse una especialmente grave: la de reprimir, o mandar a reprimir, la protesta agraria. La palabra “represión” –cuya carga en el lenguaje político argentino no es necesario subrayar– fue usada con recurrencia y fruición por los periodistas que transmitían “en vivo y en directo” las imágenes de la refriega y vistió la tapa de más de un diario al día siguiente. No sorprenden, desde luego, la ignorancia y la mala fe que supone este cargo, ya que ambas cualidades forman parte del arsenal de desparpajos con el que viene disparando a discreción, sobre nuestra inteligencia tanto como sobre los miembros del equipo gubernamental, la grotesca amalgama de guapetones, oportunistas y alcahuetes que enfrentamos. Pero no por ignorantes o malintencionados son estos bufidos menos eficaces: debí oír de más de una persona de bien, a las que nunca antes había oído, en ningún contexto, usar la palabra “represión”, la angustia por “la salvaje represión” con la que el Gobierno habría respondido (“en lugar de dialogar, caramba”) a las demandas camperas. Injusta y grave, la acusación de “represión” parece pagar bien, y es raro que esta gente tan gaucha no haya descubierto antes el secreto. Repaso entonces la receta, por si el lector quiere intentarlo también: primero, violar la ley (de ser posible, violarla en forma, a lo grande); después, desestimar todas las intimaciones a dejar de hacerlo; por último, resistir a la autoridad, si es posible a las piñas, cosa de asegurarse de ligar también alguna. Eso es lo esencial. Lo otro es un poco de cinismo, una voz fuerte y un gesto de indignación republicana. Y lo fundamental: una cámara cerca. Que, si no, puede ligar la piña al cohete.
* Politólogo, director del Instituto de Desarrollo Humano (Ungs).
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