EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Es difícil innovar todo el tiempo en formatos mediáticos. El Gobierno y “el campo” llevan meses de lucha en ese barro y es admisible (o inevitable) que reincidan en recursos ya probados. A la salida del cónclave entre la Presidenta y las autoridades de la Mesa de Enlace, Alberto Fernández hizo una remake de su conferencia de prensa con otro ministro como partenaire casi silente. Esta vez le cupo a Florencio Randazzo mirarlo, colando algún bocadillo... antes fueron Carlos y Aníbal Fernández.
Los ruralistas se agolparon en la puerta de la Casa Rosada, para conseguir que los canales de noticias dividieran sus pantallas antes de que el jefe de Gabinete terminara su exposición, centrada en una minuciosa explicación acerca de que las exportaciones agropecuarias crecieron durante el autodenominado “paro”.
Alberto Fernández se valió de un power point, déjà vu.
Decíamos ayer: los ruralistas hablaron en canon, cada uno comenzando a entonar cuando la voz del otro hacía mutis.
Por una vez, empero, hubo algo semejante a un mensaje compartido. Repasemos las conclusiones comunes. La reunión fue “sincera” o “franca”, las cosas se “dijeron en la cara”. Hubo críticas mutuas pero en tono “cordial”. Las entidades pidieron la suspensión de las retenciones móviles, la moción (que sus emisores sabían imposible) fue denegada. Mario Llambías dijo que la denegatoria fue tácita. Hugo Biolcati la tuvo por bien explícita. Los matices son menores, todos entendieron.
Fue sugestivo el pedido de Cristina Fernández de Kirchner para que las cuatro corporaciones consensuaran un proyecto sobre arrendamientos. La propuesta surgió cuando Eduardo Buzzi puso el punto en cuestión. Los dirigentes fueron parcos y evasivos cuando algún movilero se salió del repertorio común (cuya pregunta top fue “¿los retaron?”) y les demandó si eso era posible. Llambías –que suele ser muy drástico cuando pontifica, máxime cuando dicta cátedra de educación cívica– farfulló sanata como sabía hacerlo el inefable Fidel Pintos. La coalición corporativa aglutina intereses contradictorios, a veces salen a la luz.
Como saldo precario de una instancia muy peliaguda, tras cien días que el jefe de Gabinete tildó con justeza de “aciagos”, se notó un afán común de no patear la mesa. El resto son puntos suspensivos.
Todos le hicieron una reverencia al diálogo, se alegraron con rostro circunspecto de que se hubiera renovado la tertulia.
La Presidenta convocó a los asistentes a participar del debate sobre el proyecto del Bicentenario, los dirigentes se mostraron más ansiosos por abordar temas de coyuntura. Bien mirada, es borrosa la frontera entre ambas cuestiones, escindibles en el discurso pero inseparables si se desea motivar un horizonte predecible y superador.
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Entre tanto, en el Congreso: Juan Domingo Perón decía que la mejor forma de ralentar algo era crear una comisión ad hoc. No se sabe si su gracejo invalidaba así las comisiones del Congreso. Pero ayer se ensayó un giro de tuerca al respecto. ¿Cómo hacer para que una comisión no pueda trabajar? Haciéndola tan masiva como una asamblea y rodeándola de una cantidad entorpecedora de público. Ninguna discusión seria puede prosperar en ese contexto, sí propicio para los monólogos, los “robos de cámara” o (¿por qué no?) algunas variantes de apriete. Una elaboración seria requiere cierto grado de apaciguamiento y un clima sereno para intercambiar opiniones. Las reuniones de la Mesa de Enlace durante este conflicto, por ejemplo, jamás se realizaron en un escenario similar. Pero, ya se sabe, el Congreso no es (aunque se vocifere lo contrario) un ámbito tan respetado y silente como un cónclave funcional entre corporaciones.
Para garantizar la ineficacia y el show estaba Alfredo De Angeli, con su claque mediática.
No hay que desesperar. Puede que los legisladores, en condiciones menos cirqueras, puedan hacer su trabajo, que tanto se endiosa pero que se desmerece en los hechos.
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Espacio público: El gobierno macrista salió de su condición catatónica: emprendió una enérgica defensa del espacio público. Pidió acción policial contra manifestantes pacíficos. La urgencia desesperada por despejar una plaza es discordante con la anuencia de toda la oposición argentina con el lockout salvaje. Se avalaron (y hasta se silenciaron) la profusión de piquetes, las requisas prepotentes, las agresiones a automovilistas o a embarazadas, los clavos miguelitos alfombrando las rutas nacionales, el desabastecimiento machazo, los intentos de linchamiento a críticos de los manifestantes en Gualeguaychú y Olivos, la muerte de un pobre hombre trasladado en una ambulancia que fue frenada por chacareros cordobeses.
En la Plaza Congreso hay cuatro carpas que apoyan la acción del Gobierno. Dos de ellas, enclavadas muy cerca del histórico emplazamiento de la Carpa Blanca docente (un memorable contraejemplo de reclamo gremial creativo, exitoso y pacífico), cuentan con la debida habilitación.
Quizás escarnecidos por el bajo perfil de Mauricio Macri en el conflicto, sus funcionarios quisieron obrar manu militari. Llama la atención que los medios masivos que trataron la detención de Alfredo De Angeli como si hubiera sido la ejecución de Sacco y Vanzetti se hayan mudado de lado, reclamando la inmediata represión de los manifestantes que no requisaban mercadería ni dificultaban los negocios de nadie, aunque sí hacían sonar un opinable repertorio nac & pop.
Un energúmeno que escupió a un funcionario dio pretexto al gobierno de la ciudad para victimizarse. Recusar esa tropelía incivil, el cronista lo está haciendo, no excusa la incongruencia de la derecha nativa y de los medios que le hacen claque sobre cómo tratar a los manifestantes.
El episodio de las carpas demonizadas no excede la picaresca, pero vale para subrayar la inconsecuencia de algunas narrativas dominantes.
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Un pasito pa’lante: Una reunión que no termina con un crescendo de Pimpinela y el Congreso funcionado, así sea a trancas y barrancas, implica un avance respecto de lo bajo que había caído. Quizás ocurra lo que pareció imposible durante demasiado tiempo. Puede haber un cauce trabajoso pero racional si la agrandada dirigencia rural deja atrás la acción directa ilegal y si el Gobierno se abre al diálogo y a la búsqueda de información. Hasta el cronista, agnóstico él, se siente tentado a orar.
La expresión “dar vuelta la hoja”, deslizada por la Presidenta, es deseable y sensata. Pero debería tener un sentido más ambicioso que avanzar en la agenda agropecuaria, importante pero sesgada y sectorial.
Proponer esa agenda (sugerida pero no precisada en la mención al Bicentenario), ampliar los márgenes de la acción pública, mostrar iniciativas que le den tono propio al mandato de Cristina Kirchner siguen siendo cuestiones pendientes.
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