EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
Varias veces desde que comenzó el conflicto, la presidente CFK recordó su discurso inaugural, el 10 de diciembre, cuando dijo que las claves del siglo serían los alimentos y la energía. Hace siete meses esa afirmación no lucía como la obviedad que parece hoy, con el petróleo rozando los 150 dólares el barril y la tonelada de soja por encima de los 600 dólares. A partir de marzo, la presidente agregó que las retenciones móviles eran necesarias para redistribuir el ingreso y poner límites a la sojización. Pero salvo el jefe de gabinete, Alberto Fernández, quien durante los períodos de negociaciones con la Mesa de Enlace brindó varios informes técnicos, nadie en el gobierno nacional se preocupó por ampliar las explicaciones presidenciales, sobre todo desde un punto de vista de política económica. La publicidad televisiva “Yo, argentino”, provoca vergüenza ajena: tiene la misma estética de falso documental de la propaganda que usó la dictadura militar. El canal público, único que llega a todo el país, mantuvo su programación ordinaria, como si no se hubiera enterado de lo que está en juego. En las audiencias públicas conjuntas de las comisiones de Agricultura y de Presupuesto de la Cámara de Diputados hubo exposiciones que suplieron ese déficit, aunque tuvieron escasa difusión. Una de ellas es la del ex ministro de Economía Aldo Ferrer. Según la versión taquigráfica, Ferrer dijo que el debate en torno a las retenciones es una ocasión extraordinaria para ubicar el tema en el campo de la estrategia del desarrollo nacional. El conflicto se produce en el marco de una economía ordenada, que lo soporta sin perder los equilibrios fundamentales pese a las turbulencias externas. Tanto o más importante que el aspecto redistributivo de las retenciones es su incidencia en la estructura productiva. Con 40 millones de habitantes y la octava extensión territorial del mundo, el desarrollo argentino requiere que esa estructura sea integrada, diversificada y completa, que abarque desde la transformación de los recursos naturales hasta las industrias de tecnología de frontera, ligadas a la biotecnología, la informática y la producción de bienes de capital, con vistas a elevar la productividad del trabajo en todo el tejido económico y social. Sin esa diversificación e integración no hay país en el mundo que tenga un sistema fuerte en ciencia y tecnología, que no puede sostenerse sólo sobre los productos primarios y su transformación. Países muy ricos en petróleo, cobre, minerales o recursos tropicales no salen del subdesarrollo si no logran conformar una estructura diversificada compleja. El empleo directo e indirecto que genera la cadena agroindustrial argentina representa apenas un tercio del empleo de la fuerza de trabajo. Sin una gran base industrial no podrá haber pleno empleo y, por lo tanto, va a sobrar al menos la mitad de la población. Como la economía argentina está inserta en el mundo, la incorporación al mercado interno de los precios relativos del mercado mundial determinaría la estructura productiva. Ferrer aclaró el punto con el ejemplo de la Unión Europea, una región altamente industrial, cuyos precios relativos son distintos a los argentinos. Para tener una estructura integrada y un agro avanzado, con seguridad alimentaria e integración social, Europa dedica enormes recursos a defender su producción primaria, con la política agrícola común. Sin ella no existiría el campo europeo. La Argentina está en la situación opuesta, en virtud de su subdesarrollo relativo y debe defender su industria. Las señales que vienen del mercado internacional aseguran la rentabilidad en la producción de soja con un tipo de cambio de dos pesos. Pero ese tipo de cambio no permite exportar –ni competir en el mercado interno con importaciones– en la producción de máquinas, textiles, productos químicos y otros bienes más sofisticados, como los reactores nucleares que exporta el Invap Por eso se necesitan tipos de cambio múltiples, diferenciales, que le aseguren rentabilidad a la totalidad de la producción de bienes transables, tanto en el mercado interno como en el internacional. Los países emergentes de Asia –que están creciendo a tasas fenomenales– ejercen su derecho y su obligación de administrar las señales del mercado mundial, con tipos de cambio competitivos, para asegurar el proceso de transformación y la inclusión en su estructura productiva de las actividades de frontera. Esto se puede hacer con tipos de cambio múltiples, con subsidios o con retenciones. De otro modo, la estructura productiva la determina el mercado mundial. Países como Canadá y Australia, con una dotación de recursos semejante a la Argentina, son prósperos porque tienen un gran campo y una gran industria. De otra forma, serían también países rezagados. El autor del libro clásico La economía argentina negó que un tipo de cambio alto competitivo deprima el salario real que, en realidad, es determinado por el nivel de empleo, porque el 90 por ciento del gasto de los trabajadores se hace en bienes y servicios producidos en el país. Lo que importa es el salario real en pesos. El tema fundamental no son las retenciones, sino la rentabilidad. Hay que discutir la rentabilidad de la soja, de los textiles, de las máquinas, de los productos bioquímicos y de los bienes de alta complejidad, para defender la transformación productiva que es indispensable para que la Argentina despliegue en plenitud todo su formidable potencial.
- El texto completo de la intervención de Aldo Ferrer en las comisiones de Agricultura y Presupuesto se puede leer en el suplemento Cash.
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