EL PAíS
• SUBNOTA › EL TESTIMONIO DE UN GRUPO DE ADOLESCENTES
Bronca, despesperanza, dolor
› Por Mariana Carbajal
“No estoy segura de seguir estudiando porque no sé si voy a llegar a tener trabajo seguro ... Nada es lo mismo, porque ahora mi papá tiene que juntar cartones para poder llevar un kilo de pan, hacer un guiso o comprar la leche para mis hermanos. Hay veces que mi papá y mi mamá lloran porque no saben cómo darnos la comida.” Así describió una chica, de 16 años, de de Lomas de Zamora, el impacto de la débâcle económica en su vida y la de su familia. Fue durante un taller que se realizó en el Centro Cultural San Martín donde más de medio centenar de alumnos de escuelas secundarias de distintos puntos de la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal analizaron el impacto de la crisis en la adolescencia. Una de las consignas fue sintetizarlo en una sola palabra. Las más elegidas fueron: mierda, bronca, desesperanza, exilio, inseguridad, tristeza y dolor.
Los chicos se sentaron sobre la alfombra gastada de uno de los salones del San Martín. Llegaron de Olavarría, Berisso, La Plata, San Nicolás, Ensenada, Bragado, Lomas de Zamora y distintos barrios de la Capital Federal. La mayoría pertenecía a hogares de sectores medios y medios bajos empobrecidos. El taller fue parte de las XXI Jornadas de Adolescencia organizadas del 12 al 14 de setiembre por la Unidad de Pediatría del Hospital Zubizarreta y la Fundación Argentina de Adolescencia (FADA), convocadas este año para tratar el impacto de la crisis en los jóvenes. Pero no la crisis propia de la pubertad, sino la que está golpeando desde diciembre a toda la población del país. El taller fue coordinado por la pediatra Graciela Martese, jefa de la Sección Adolescencia del Zubizarreta. Como parte de las actividades, los chicos tuvieron que escribir en un papel cómo la crisis los está afectando a nivel personal, familiar y en la relación con sus pares. Las respuestas, que Página/12 refleja en esta nota, tuvieron un denominar común: la desesperanza por un futuro incierto y la inseguridad, por la posibilidad de ser blanco de robos o un secuestro y también por no saber qué puede pasar en las economías familiares en el corto plazo.
Piedras en el camino
“La adolescencia es la etapa en la cual tenés todas las pilas puestas y enterarte día a día de lo que pasa te rebajonea, te tira abajo, y no podemos vivir la adolescencia como la tendríamos que vivir”, escribió Matías, de 17, del Instituto Canossiano San José, de Berisso. “En particular –siguió Matías, remera con las mangas al hombro, músculos trabajados, tatuaje en el brazo–, a mí me da miedo, no estoy seguro de si voy a tener qué comer el día de mañana. Que mi viejo venga del laburo y que todo esté cada vez peor, me pone remal. Hay amigos a los que no los dejan salir por la inseguridad o no salen por no tener plata. Con mi novia, todo bien, pero me pone mal que a veces, como es mujer, los padres no la dejan salir por miedo a que le pase algo.”
Sabrina, del 4º del Colegio Divina Pastora del barrio porteño de Mataderos, contó: “El hecho de que por la crisis mucha gente se haya quedado sin trabajo y no tenga para darles de comer a sus hijos ni a él mismo promueve la necesidad de salir a robar. Esa situación de inseguridad es uno de los motivos que me afecta. También que el futuro sea casi inexistente, porque el país se está cayendo cada vez más abajo y va a costar mucho levantarse”.
Pantalón rapero, buzo gris enorme, Emiliano, de 17, del Juan B. Justo de Floresta, señaló que sus padres “están presionados por las deudas y todas esas cosas negativas se descargan en el ámbito en el que uno se siente más a gusto: la familia”. Pero su respuesta no terminó ahí. Habló de un lado positivo y otro negativo de la crisis. “Por un lado, me abrió nuevos caminos a seguir, me ha acercado a personas que estimo, que están luchando por algo mejor para todos.” Por otro lado, señaló “la desestimación que siento hacia todo tipo de gobernantes (no es que todos sean corruptos, pero existe la sospecha)” y “la limitación de mi poder adquisitivo, que afecta mi ayuda a la sociedad”. Carlos, de 16, de la Media Nº 8 de Olavarría, se quejó por “no poder realizar proyectos que deseo hacer”. “En el camino que estoy recorriendo se imponen muchas piedras para poder llegar a mi destino”, resumió. Matías, también de 16, del Nacional de San Nicolás, sostuvo que “hay problemas en su familia porque la plata que entra no es la misma”, pero aclaró: “Yo trato de olvidarme y pasarla bien con mis amigos”.
Después de volcar al papel sus opiniones y sentimientos en relación con la crisis, los adolescentes que participaron del taller tuvieron que resumir todo en una sola palabra. A Cecilia, del ENET Nº 8 de Villa Fiorito, no le alcanzó. Necesitó dos y eligió bronca y odio. Mierda, bronca y desesperanza fueron las palabras que más se repitieron en el salón del San Martín. Las tenían que decir a viva voz, mientras caminaban. Pero también se escucharon: miedo, inseguridad, desilusión, tristeza, impotencia, incertidumbre, dolor y exilio. Y aunque fueron las menos, hubo otras como solidaridad, ayudemos y crecimiento.
“Lo feo es que te tenés que ir para tener una oportunidad, para tener la seguridad de que tus hijos tengan que comer”, dijo una de las chicas, con cierta angustia cuando, poco después, el tema de la emigración forzada se instaló espontáneamente en el grupo. “La bronca que te da es tener que irte porque te echan”, opinó otra de las participantes.
Más adelante, las coordinadoras del taller les propusieron pensar el antónimo de aquella palabra que habían elegido para sintetizar sus pensamientos. Durante algunos minutos, el grupo pensó cómo “transformar” el vocablo mierda, uno de los que más habían sonado. Hubo algunos intentos, hasta que alguien sugirió que el antónimo apropiado era “comida”. Todos asintieron convencidos de que habían encontrado la palabra adecuada. Era la opuesta, en sentido literal y figurativo.
Nota madre
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